Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 5 de julio de 2002
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Política

Jorge Camil

Enron, WorldCom, Xerox...

La globalización, como todos los malvados imperios del pasado, pudiese caer derrocada por su propia torpeza. Esto era inevitable porque las fuerzas impulsoras del capitalismo salvaje, merced a la desregulación económica y alentadas por la avaricia, han derribado todas las barreras, incluyendo las fronteras que separaban a los estados nacionales desde el siglo xix. El fin justifica todos los medios, especialmente cuando los ingresos se miden en miles de millones de dólares y la meta es aparecer en el sancta sanctorum de las 500 de Fortune.

El modus operandi de los recientes transgresores corporativos era lo de menos, pues el propósito era mostrar al mercado cifras positivas. Enron ocultó pérdidas constituyendo empresas independientes que no se consolidaban con las cuentas de la casa matriz, mientras WorldCom registró mañosamente 3 mil 800 millones de dólares de costos como adquisiciones de capital amortizables en varios ejercicios, y Xerox, la sorpresa del fin de semana, admitió haber contabilizado en forma adelantada 6 mil millones de dólares de ingresos futuros provenientes de arrendamientos de equipo. El propósito era inflar ingresos a ciencia y paciencia de los auditores externos.

En el contexto actual las compañías importantes son únicamente aquellas que venden más de mil millones de dólares en bienes o servicios, y los salarios de los principales ejecutivos han superado ya 100 millones de dólares anuales, como lo divulgan orgullosamente publicaciones especializadas que insisten en reducir el éxito empresarial a la superficialidad de una carrera de caballos: "šlos 10 ejecutivos mejor pagados del planeta!", proclaman a los cuatro vientos. El propósito es incrementar constantemente el valor de la compañía, aunque sea con utilidades de papel, para mantener o aumentar el valor de las acciones cotizadas en bolsa. Este es el rasero con el que se mide el éxito de los administradores, y la recompensa consiste en sueldos multimillonarios, prestaciones extraordinarias y la opción de adquirir paquetes de acciones a precios subsidiados.

Con la excusa de mantener a los inversionistas permanentemente informados, los estados financieros de las empresas públicas de Estados Unidos son ahora divulgados trimestralmente, aumentando la presión de administradores obligados a satisfacer el apetito insaciable de analistas y corredores de bolsa. Así es como esta feliz rueda de la fortuna cabalgada por ilusos millonarios de papel se convirtió en un perverso círculo vicioso que está destruyendo la confianza de los inversionistas en las empresas públicas y en las autoridades bursátiles de Estados Unidos; un mercado donde la ética brilla por su ausencia y las violaciones al marco legal se han convertido en pecados veniales para quienes manejan presupuestos mayores que los de algunos países latinoamericanos.

Es sintomático, aunque inoportuno, que tras los recientes escándalos, las publicaciones especializadas y las principales escuelas de negocios en Estados Unidos estén finalmente ofreciendo ensayos y cursos académicos sobre el olvidado tema de la ética corporativa. Ed Soule, profesor en la Universidad de Georgetown, afirmó recientemente que Milton Friedman, fundador de la escuela de los Chicago Boys, insistía que la responsabilidad de los administradores era "incrementar al máximo las utilidades de los accionistas", pero reconociendo, aunque sin decirlo expresamente, la obligación de actuar conforme a la ética y al marco legal. Lo que sucede, añade Soule, es que la ética de hoy requiere que los administradores tengan en mente los intereses y expectativas de otro importante grupo de interesados en la empresa: los empleados. Esto resulta especialmente importante ahora que los empleados pueden invertir fondos de retiro en acciones de la empresa. Lo preocupante son las consecuencias del efecto dominó, pues, además de accionistas y empleados, cada gigante que cae se lleva a la tumba una pléyade de personas relacionadas: clientes, proveedores y competidores (estos últimos tratando de competir con los costos ficticios y utilidades de papel reportados por el supuesto líder del mercado).

En un país con mínima supervisión gubernamental, las soluciones propuestas resultan imprácticas o insuficientes. Se proponen consejeros auténticamente independientes sujetos a serias responsabilidades legales y auditores externos (actualmente identificados como los grandes culpables) designados por alguna entidad gubernamental sobre una base de rotación. Sin embargo, es obvio que nada podrá sustituir a la supervisión gubernamental. ƑAún hay quienes abogan por "dejar hacer y dejar pasar" para que los errores y abusos sean corregidos por las "fuerzas del mercado"?

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