Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 18 de junio de 2002
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Política

José Blanco

México vs. Corea

Debido al Mundial, los medios, especialmente la televisión, nos han mostrado las maravillas tecnológicas y el alto grado de educación y desarrollo de los coreanos, ejemplo conspicuo de que el desarrollo puede conseguirse en un santiamén. Asunto de buenas decisiones y de un concierto nacional, que no tiene que ser necesariamente autoritario, como ocurrió en Corea. Nosotros también vivimos en el autoritarismo durante décadas, sin alcanzar el desarrollo. Concierto nacional y buenas decisiones hoy tienen que ser en México producto del consenso, porque ya no hay lugar para el autoritarismo del pasado. Construir buenas decisiones requiere de tres cosas principales: educación, educación y educación.

Tomo los datos a que me referiré del artículo de próxima publicación: "Ciencia, tecnología y Estado. Los ejes del desarrollo", de Rafael Pérez Pascual y José Rangel, investigadores de los Institutos de Física y de Investigaciones Económicas, de la UNAM, a su vez apoyado en datos del Banco Mundial y de la UNESCO, principalmente.

Durante más de tres lustros, contemporáneamente la cobertura de educación superior de Corea y México fue subrayadamente baja. En 1965 la cobertura era de 6 por ciento en el primero (seis de cada 100 jóvenes en edad universitaria estaban en alguna universidad) y de 4 por ciento en el segundo. A partir de ese año ambos aceleraron el crecimiento de su cobertura, pero nuestro país lo hizo con mayor rapidez, de modo que para 1980 la cobertura era prácticamente la misma: México 14.3 por ciento, Corea 14.7.

Pero a partir de 1980 los caminos se bifurcan seriamente. El gobierno mexicano decide frenar drásticamente el crecimiento de la población universitaria y el coreano -al igual que ocurrió con los países desarrollados- decide acelerarlo como nunca en el pasado. En menos de 20 años, hacia fines del siglo xx, Corea alcanzaba una cobertura de casi 68 por ciento y México había aumentado la ridícula cantidad de 1.7 puntos a su cifra de 1980 para llegar a 16 por ciento. Hoy la cifra de este último se aproxima a 20 por ciento, pero el aumento ha ocurrido principalmente a través de instituciones privadas de bajísima calidad. En esas escasas dos décadas Corea y México se ubicaron en dos alejadísimos mundos.

La alta correlación entre los niveles de cobertura de educación superior y el ingreso per cápita ilustran ampliamente esa bifurcación que nos aleja. Hacia 1975 el producto por habitante mexicano era superior en más de 60 por ciento al de Corea: mil 600 miles y 2 mil 600 dólares para Corea y México, respectivamente. Apenas en 1986 la brecha ya se había cerrado: nuestro producto per cápita era de 5 mil 400 dólares, en Corea de 5 mil 800. Para 1999, nos habíamos alejado considerablemente y, además, con una tendencia indicativa de que en el futuro continuaremos alejándonos. En ese año el producto por habitante coreano alcanzó casi los 16 mil dólares y el mexicano alcanzaba sólo 8 mil 300 dólares, con el vergonzoso agravante de una de las distribuciones del ingreso más desiguales del mundo.

Las buenas decisiones son, principalmente, un asunto de calidad y eficiencia de las instituciones y de los procesos de los que son responsables, no un asunto de recursos: durante los lapsos referidos México gastó en educación un promedio de 3.1 por ciento del producto por año y Corea 2.9 por ciento. Salta a la vista la ineficiencia de nuestro trabajo, no sólo desde el punto de vista técnico, sino, antes de eso, la grave ineficiencia de nuestros acuerdos políticos, las fallas severas de nuestra organización social y de nuestras instituciones de Estado.

Las diferencias en el desarrollo suelen atribuirse a la tecnología y ésta a la proporción de científicos e ingenieros con que cuenta una sociedad y, por lo tanto, a la proporción de estudiantes en esos campos del conocimiento: ciencias e ingenierías. La fina tecnología con que los coreanos trabajan en todas las esferas del quehacer económico y social parecieran confirmar en parte esa tesis. Sin embargo, las proporciones de estudiantes en ciencias e ingenierías no difieren mayormente. En México 3.4 por ciento del total de estudiantes del nivel superior se ubican en esos campos, y en Corea 3.9, en promedio, para los lapsos referidos. La estructura disciplinaria de la población escolar no está mal para el caso mexicano, pero en el coreano esa estructura se da con una cobertura cercana a 70 por ciento y, como se sabe, con una calidad educativa que suele ocupar el primer lugar en evaluaciones internacionales. He ahí la diferencia.

Las transformaciones institucionales para una dinámica de modernización permanente continúan en lista de espera en México, mientras en aquel país comenzaron en los años 60. Por eso en el partido del desarrollo vamos mil a cero a favor de Corea. Cualquier día de éstos alcanzamos el empate seguramente.

Por cierto, las asombrosas realizaciones coreanas en materia de educación, de la cual deriva la sociedad en la que hoy viven, no son producto del mercado.

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