Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 16 de junio de 2002
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Cultura
Presentó en la capital chiapaneca su más reciente novela, finalista del Premio Planeta 2001

Marcela Serrano se apropia de San Cristóbal en Lo que está en mi corazón

JAVIER MOLINA

Tuxtla Gutierrez, Chis., 15 de junio. Habla la escritora Marcela Serrano: ''la literatura nos salva la vida, ¡de verdad!; nos hace entender la naturaleza humana. La gente que no lee no entiende nada de la emocionalidad del otro, ¡nada!''. Ella visitó esta ciudad para presentar su más reciente novela, Lo que está en mi corazón, finalista del Premio Planeta 2001.

"La literatura -continúa- nos permite vivir tantas vidas, robarlas, tomarlas prestadas, ampliar nuestro conocimiento del mundo mediante ellas, sentirnos distintos, ser otros. Cuando escribimos burlamos la realidad, porque no es resistible, hay que burlarla, como el único refugio posible para la cotidianidad del mundo actual; esa es mi sensación".

Lo que está en mi corazón sucede en Chiapas, en tiempo y lugar de la lucha indígena. ''No creo en la literatura aséptica, separada de la vida. La vida individual está siempre supeditada a la vida colectiva. Sólo si se es ermitaño o vagabundo podrías contar una historia donde el acontecimiento social no influyera. Mi interés al escribir esta novela no eran sólo las vidas de las protagonistas, sino también Chiapas.

"Pienso, y esto lo confirmo mientras más viajo por lugares lejanos a nuestro continente, que lo que nos diferencia a los escritores latinoamericanos de los europeos o de los estadunidenses es esencialmente esto de hacernos cargo de las historias de nuestros países. Esa es la diferencia clara con la otra literatura. Es probable que eso nos suceda porque tenemos historias no resueltas, y porque en realidad se nos vienen a la cara, no hay que buscarlas. Cuando quiero contar historias individuales, éstas, irremediablemente, van ligadas a lo social".

La mujer, tema central

-Respecto de lo social, destaca en su novela la situación de la mujer indígena.

-En todas mis novelas el tema de la mujer ha sido central. Mi utopía personal es llegar a la igualdad, lograr un mundo donde la diversidad exista, donde haya espacio para hombres y mujeres. Dado que esa es mi obsesión, quería tomar la realidad de las mujeres indígenas: quería denunciarla, quería contarle al mundo que aquí, al ladito nuestro, hay mujeres que aún viven así. Por eso Paulina es uno de los personajes más queridos por mí y el que me requirió más investigación.

-Y su utopía personal está situada en un mundo de derrotas, donde se habla, precisamente, del fin de las utopías, del fin de la historia.

-Soy de una generación que se crió pensando que podríamos cambiar el mundo. Con esos preceptos crecí, estudié y enfrenté el mundo. Y de repente, de la noche a la mañana, me dicen se acabó. Ahora yo quiero ser muy específica en un punto: cuando cayó el muro de Berlín, no es que yo pensara que detrás pasaban cosas muy buenas; ya todos sabíamos la cantidad de debilidades que el sistema tenía. Pero jamás pensé que iba a haber una especie de sentido común globalizado que dijera: este sistema es válido y este se murió. Entonces creo que a partir de ahí la frustración para esa generación fue bastante. La política pasó a adquirir otras caracteríticas, otra manera de hacerse, otra manera de pensarse, y las causas por las que peleábamos tuvieron que modificarse, porque si nos hubiésemos quedado en las causas anteriores ahora no podríamos intervenir en la sociedad, porque estaríamos anquilosados en un cuento que ya no es posible.

-Por eso en su novela se habla de las huérfanas del apocalipsis.

-Huérfanas del apocalipsis, de las utopías. Huérfanas de las ganas de un mundo mejor. Ahora el EZLN revivió en mucha gente esta posibilidad, fue para muchos como decir: ''ah, la revolución todavía es posible''. Ahora, no para mí, porque yo entendía la revolución como un todo, no como un problema específico, como es esta rebelión indígena. Me parece que el EZLN ha hecho un aporte enorme a este país, y no sólo en México, también hacia fuera, pero no creo que eso resuelva los cambios sociales que queremos hacer en todo el continente.

-En su novela también son recurrentes los títulos, las letras de las canciones mexicanas.

-Siento que las canciones, especialmente las mexicanas, recogen toda una fantasía popular a la cual yo me acerco muchísimo. Por eso acudo permanentemente a ellas, porque me parecen tan precisas y tanto mejor pensadas de lo que yo pensaría, y porque además apelan a una sensibilidad.

-¿Tiene un plan, un proyecto antes de escribir una novela?

-Siempre hay un previo, chiquito, pero hay un previo. Lo maravilloso es que hay la posibilidad de que justamente éste cambie, de que yo misma me vaya sorprendiendo en el camino y mis personajes se dejen llevar por ellos, no por mí. Entonces hay varias cosas que suceden en esta novela que no estaban en mi cabeza cuando hice el esquema previo, porque fueron pasando. Además, cuando yo venía a San Cristóbal oía cosas, me pasaban ciertas cosas, y eso también cambiaba el plan de la novela.

-Aunque resulta claro que a usted le llamó mucho la atención San Cristóbal.

-Ah, sí, me enamoré por completo de la ciudad, y espero que eso se trasluzca. También esta novela es un gran homenaje a esta ciudad; así lo entiendo.

-¿Por qué?

-Porque en la literatura internacional San Cristóbal siempre está ausente. Está presente en México mediante Sabines, Rosario Castellanos, pero no afuera. Tuve una experiencia muy linda en la ciudad de Antigua Guatemala, cuando la descubrí y hace muchos años no estaba en los circuitos turísticos ni mucho menos, y escribí una novela ahí, y a raíz de eso las mujeres empezaron a ir a Antigua. Esto terminó en que el alcalde de la ciudad me llamó y me nombró, en una ceremonia maravillosa, hija de la ciudad, me dio las llaves y toda la cosa. Por eso me dieron ganas de hacer lo mismo en San Cristóbal: que los lectores sientan la belleza de esa ciudad, sientan la fuerza de esa ciudad y les den ganas de venir, de apropiársela. Creo que los escritos tienen esa cosa fantástica de poder consagrar lugares.

-Y aparte funciona muy bien literalmente, en cuanto atmósfera, escenario de la narración.

-Absolutamente, de hecho siento que es una ciudad literaria en sí misma.

-Y desde luego encontró la magia que hay en las comunidades indígenas.

-Creo que en la cultura indígena hay un enorme valor, una enorme riqueza que nosotros solemos ignorar. Y hay respuestas bellísimas que los indígenas dan sobre la vida y que yo creo que si nos apropiáramos de ellas nuestra propia vida sería más cálida, más hermosa.

Chiapas, marca fuerte

-Me sigue llamando la atención cómo una ciudad, digamos la Dublín de Joyce, tiene un papel tan importante en una novela.

-Absolutamente, pensando en Dublín. Hay autores que se han apropiado de tal manera de una ciudad y cada quien se apropia de la ciudad que quiere. La posibilidad de apropiarse de un lugar depende de cuánto uno ame a ese lugar, no de que nació o sea de ahí. Yo me apropié de Antigua sin ser guatemalteca, ni siquiera centroamericana, porque soy del sur (de Santiago de Chile), y Antigua es mía, ahora es mía. Y al escribir de San Cristóbal de alguna forma también es mía. Creo que la literatura le da una vida a las ciudades y que las trascienden en el tiempo, o sea, a mí me parece una gran cosa que las ciudades puedan tener un impulso literario, porque efectivamente es un impulso.

"Siempre tengo el impulso de contar acerca de nosotros, de las cosas que nos pasan, y me imagino que el impulso de contar sobre Chiapas tiene que ver con que sea una marca fuerte en el continente.

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