Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 9 de junio de 2002
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Cultura
REPORTAJE

En México, dos de cada tres libros proceden de sellos extranjeros

Riesgo de que se incremente el monopolio editorial por la eliminación de la tasa cero

La reciente supresión de salvaguardas fiscales a insumos de la industria editorial mexicana abona aún más el terreno para la caída de una actividad en franca crisis desde hace 20 años y el afianzamiento de monopolios que desde hace 10 controlan las dos terceras partes del mercado hispanohablante, engullen sellos regionales y convierten a autores y pensadores en mercancías. Las pequeñas y medianas editoriales están en riesgo de desaparecer. Sólo sobrevivirán aquellas en las que el éxito comercial se anteponga a la diversidad y riqueza de ideas

GUIDO PEÑA Y HECTOR BACA

Desde hace una década México, como el resto de los países latinoamericanos, asiste a una especie de colonialismo editorial: cuatro grandes consorcios de procedencia española controlan las dos terceras partes del mercado del libro en la región. Los criterios mercantiles que prevalecen en esas corporaciones internacionales, en las que objetivos esencialmente culturales ceden a la lógica del mercado y la ganancia, representan riesgos a la diversidad cultural, la creación intelectual y los sellos locales.

La ausencia de políticas estatales para promover el sector editorial hace a los países de la región más vulnerables a los efectos adversos de este predominio cultural, pues los sellos locales, en muchos casos con procesos productivos artesanales, deben competir con la infraestructura y las ventajas comerciales de las que disponen los conglomerados trasnacionales.

En México la situación se torna más difícil por los recientes golpes a la industria propinados por la administración de Vicente Fox, primero con la eliminación de la exención autoral, que desalentará la creación mexicana, y de forma más reciente con la miscelánea que suprime la tasa cero a los insumos de producción editorial y que colocará en una situación insostenible a las pequeñas y medianas empresas, pues los grandes sellos o imprimen sus títulos en España o disponen de recursos para sobrevivir sin las salvaguardas.

La producción editorial en México está en su límite depresivo. Los más recientes datos de la Cámara Nacional de la Industria Editorial (Caniem) indican que en 2000 dos de cada tres nuevos títulos procedieron del exterior, principalmente España, mediante 116 sellos. El otro 33 por ciento de novedades se repartió entre 122 casas mexicanas.

La crisis en la industria también se manifiesta en la reducción de casas editoras: mientras en 1990 había en México 700 firmas, entre nacionales y extranjeras, ahora sólo hay 400.

Las firmas regionales no sólo actúan como promotoras de manifestaciones culturales de una sociedad en tiempo y espacio particulares; participan también en diversas ramas económicas mediante la compra de papel, contratación de artistas gráficos y alquiler de imprentas. Los embates a la industria arriesgan la riqueza cultural escrita y 3 mil 300 empleos directos y decenas de miles indirectos.

Dueños de las letras hispanas

Entre 1940 y 1970, México y Argentina encabezaban la entonces pujante industria cultural latinoamericana, con 75 por ciento de los títulos en castellano, pero para 1990 la situación cambió de forma radical: España producía la mitad.

Incluso el gobierno español, en un informe publicado esta semana, reveló que Iberoamérica compra a España muchos más productos culturales de los que le vende. El saldo a favor del país europeo es de 299.3 millones de euros.

El experto en políticas culturales Néstor García Canclini dibujó en el foro Desarrollo y Cultura, organizado por el BID a finales de los noventa, el estado que persiste en la industria: "Argentina y México producen menos de 10 mil títulos al año, mientras España rebasa los 50 mil. Unas 400 editoriales mexicanas han suspendido actividades, y de las sobrevivientes, no son ni 10 las que publican más de 50 títulos al año".

Varios factores se entrecruzaron para ocasionar la hecatombe editorial latinoamericana: las crisis políticas y económicas que se han sucedido en la región desde los setenta, que afectaron, sí, a las clases más vulnerables, pero también a los estratos medios, considerados por antonomasia proclives a la lectura; las recurrentes dictaduras latinoamericanas, que restringieron la labor editorial y produjeron la salida de diversos editores, intelectuales y creadores, y la ausencia de apoyos estatales a la industria.

De manera paralela, en España sucedieron acontecimientos que abonaron el renacimiento de su deprimida industria: el fin de una dictadura como la franquista, que en la década de los setenta ocasionó la salida de importantes editores, los cuales optaron por establecerse en Latinoamérica, principalmente México y Argentina. Otro factor fue una política de fomento impulsada por el gobierno, desde el restablecimiento de la democracia hasta la incorporación a la Unión Europea.

Pero también a principios de los ochenta comenzó en España un proceso de concentración editorial que ahora, a 20 años de distancia, tiene tintes dramáticamente monopólicos: según balances de editores independientes peninsulares, 6.5 por ciento de las empresas editan 55 por ciento de los títulos, y sólo cuatro grupos (Planeta, Santillana, Plaza y Janés y Anaya) controlan un mercado de casi 2 mil 500 millones de dólares de ventas anuales.

Cada uno de estos grupos se integra de diversos sellos y servicios multimedia que sirven a su vez de escaparate y forma de promoción para sus títulos. Un somero mapa de esos consorcios con algunas señales:

Grupo Planeta. Nació hace 50 años. Es número uno en España, Portugal y Latinoamericana, y séptimo en el mundo. Es propietario de 20 empresas editoriales y de medios electrónicos digitales e interactivos. Entre sus sellos se hallan Destino, Seix-Barral, Crítica, Ariel, Martínez Roca, Temas de Hoy, Minotauro, Boocket y Espasa-Calpe. Tiene filiales en ocho países de América (incluido Estados Unidos). También es propietario de la mexicana Joaquín Mortiz, fundada por Joaquín Díez-Canedo, que tiene en su catálogo a reconocidas plumas nacionales; Juan José Arreola y Jorge Ibargüengoitia, por mencionar sólo dos. Hace poco absorbió a la argentina Emecé.

Grupo Santillana. Es número dos en el mercado español y latinoamericano. Pertenece al importante corporativo Prisa, de Jesús Díaz Polanco, propietario del influyente diario madrileño El País. Tiene representaciones en 18 países de la región mediante sus filiales Alfaguara, Taurus, Aguilar y Altea.

Grupo Plaza y Janés. Número tres en España y América Latina. Nació en 1959 a iniciativa de Germán Plaza y José Janés. En 1984 fue adquirido por el grupo alemán Bertelsmann, el mismo que controla 33 por ciento del mercado estadunidense con su filial Random House. Entre sus empresas editoriales se hallan Lumen y Debate. Absorbió el sello argentino Sudamericana. Tiene presencia en toda la región.

Anaya. Cuarto en el mercado español. Nació en 1959 a iniciativa de Germán Sánchez Ruizpérez. Entre sus empresas editoriales se encuentran Cátedra, Tecnos, Alianza, Siruela, Pirámide, Vox y Larousse. Engulló a la argentina Aique. En 1998 fue adquirida por Havas, de Vivendi Publishing, que con Hachette controla 60 por ciento de la industria francesa.

Fenómeno mundial

La concentración del mercado editorial, sin embargo, no es privativa de la industria hispanohablante; es una tendencia mundial que ya es motivo de preocupación entre estudiosos y editores independientes por los peligros que se ciernen sobre la libre circulación de ideas.

André Schiffrin, encargado del sello The New Press, denuncia en La edición sin editores (Era, 2001) que en Estados Unidos 80 por ciento de las ventas de libros son controladas por cinco consorcios, entre ellos la poderosa AOL-Time Warner y la alemana Bertelsmann, propietaria de Random House, con 33 por ciento de presencia en librerías (es decir, uno de cada tres libros en estanterías pertenece a ese sello).

Schiffrin demuestra que el monopolio en la oferta menoscaba la diversidad y riqueza de temas en pos de beneficios mercantiles. Mientras la rentabilidad promedio de una editorial es de 3 por ciento anual, estos grupos demandan a sus filiales rentabilidad de 15 por ciento y crecimiento de 10. En busca de esos indicadores, privilegian best-seller y títulos comerciales en detrimento de la literatura y las humanidades.

El editor estadunidense comparó los catálogos de las tres principales editoriales (Harpet, Simon & Shuster y Random House). En las tres, los nuevos títulos de historia, filosofía y arte desaparecieron tras la integración a los grandes grupos.

Antes, observa Schiffrin, el oficio de editor era un trabajo relacionado con la vida intelectual; se trataba de una figura que apoyaba a nuevos escritores e investigaciones, y participaba personalmente, a veces con ayuda de la familia, en las diversas etapas del proceso editorial: corregía originales, revisaba galeras, estaba pendiente de la encuadernación... En México tenemos dos ejemplos de esa concepción tradicional de editor: Joaquín Díez-Canedo, fundador de Joaquín Mortiz, y Arnaldo Orfila, creador de Siglo XXI, un sello atento a los estudios científicos y culturales de América Latina.

Ahora, el editor es empleado de un conglomerado de negocios (que incluye radio, cine, televisión, prensa e internet) en espera no de nuevos valores sino de títulos rentables. El hecho de que para los grandes holding el libro sea primero mercancía sujeta a las leyes del mercado y después bien cultural tiene consecuencias adversas para la diversidad y la riqueza editoriales. Las editoriales, según ha comprobado Schiffrin, apuestan por un título que venda 20 mil ejemplares en vez de 20 con tirajes de mil y ventas a cuentagotas.

En el primer Encuentro de Editores Independientes, que se efectuó en mayo de 2000 en Gijón, España, varias voces alertaron acerca del peligro de valorar un título por el éxito comercial y constreñir los criterios estéticos. Por ejemplo, Marcelo Uribe, de Ediciones Era, relató:

"En los setenta, Ediciones Era publicó la primera edición de El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez: 3 mil ejemplares que tardaron en agotarse cinco o siete años. ¿Qué hubiera hecho un conglomerado de sellos editoriales? Simplemente descatalogarlo, convertirlo en confeti y no someterlo jamás al juicio del mercado".

En el mismo foro, François Gèze, de ediciones La Découverte, recordó que al principio Samuel Beckett y Margarite Duras tenían ventas tardías de sus obras; ahora se hallan entre las más solicitadas en Francia.

Schiffrin mencionó el caso de Kafka: el editor alemán que lo publicó por primera vez tiró 600 ejemplares.

Y están los casos de James Joyce, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges... y de cientos de autores que ahora, no cabe duda, son clásicos, pero que no vendieron ni 300 ejemplares de sus primeras ediciones.

Industrias sofocadas

La importancia de las editoriales locales radica en su función de receptoras y promotoras de las diversas manifestaciones e identidades nacionales, aun cuando esa labor no genere magníficas ganancias.

Y eso lo saben gobiernos como el de Francia, que rechazó en 1999 la intervención de la Organización Mundial del Comercio en sus políticas culturales, para evitar el riesgo de la uniformidad, o Canadá, que propuso a México y Estados Unidos no incluir a las industrias culturales en el Tratado de Libre Comercio.

Pero las industrias culturales de la región, indicó García Canclini en el mencionado foro del BID, carecen de protecciones y garantías estatales para enfrentar a las trasnacionales que se lanzan a la conquista de los mercados. Los países de Latinoamérica soslayan legislaciones en materia editorial, criterios para abastecer su red de bibliotecas, subvenciones fiscales, planes de capacitación para el sector editorial, programas para promover y estimular la lectura, créditos accesibles para la modernización de las editoriales, asistencia a librerías...

La excepción de la regla es Colombia, que mediante una ley en la materia exime de cualquier impuesto a su industria editorial o a las empresas extranjeras que realicen su labor productiva allí. Es de justicia reconocer que en Colombia no hay más lectores que en México; sin embargo, esa legislación permitió que en 30 años la producción de libros pasara de 350 a 6 mil títulos anuales.

En México, en cambio, la cámara del ramo espera para este 2002 una caída de 20 por ciento en la producción y el cierre de 300 firmas, que no podrán sobrevivir con las nuevas disposiciones fiscales.

México este año decidió gravar la creación, medida que comparte con Chile, laboratorio del modelo neoliberal en América Latina.

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