Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 3 de junio de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Política
Al menos cuatro integrantes de la familia desaparecieron luego de ser detenidos

Los Tecla Parra, ejemplo de la persecución policiaca

Sobre una de las jóvenes se supo que en los sótanos de la DFS "se les pasó la mano"

Los Tecla Parra formaban parte de una numerosa familia obrera de Azcapotzalco. Cuando Rosendo Tecla y Ana María Parra se casaron, el padre de él les dio uno de los cuartos traseros de su casa para que vivieran, como lo había hecho con sus otros hijos. El hermano menor de Rosendo, Alfredo, estudiaba derecho en la UNAM y participaba en la escuela de cuadros del Partido Comunista (PC).

Las ideas comunistas del joven Alfredo eran motivo de agrias disputas familiares. Primer miembro de la familia que iba a la universidad, enfrentaba al padre y a los hermanos, pero era apoyado por su cuñada Ana y por algunos de sus sobrinos, quienes le ayudaban a distribuir el periódico del Partido Comunistas en su colonia y discutían en el comité Octubre Rojo.

Ana María Tecla estaba dedicada a las labores domésticas. Empezó a participar en las marchas durante el conflicto estudiantil de 1968, como acompañante de sus sobrinas, que estudiaban en la prepa 5, y de sus hijos mayores, estudiantes de secundaria, quienes militaban en la Juventud Comunista. Los seguía a las manifestaciones de la misma manera que iba con ellos al cine. Sin alguna de las tías, los jóvenes, sobre todo las mujeres, no podían salir.

La militancia de las mujeres de la familia se fue acentuando. Georgina Tecla, la mayor de las sobrinas de Ana, recuerda que el activismo político no sólo surgía del deseo de "cambiar el mundo", sino que se volvió una forma de liberarse del ambiente machista de su casa. Los varones bebían con cierta regularidad, y Rosendo golpeaba a Ana y maltrataba a sus hijos.

En las marchas de 1968 y l971 (buena parte de la familia estuvo el 2 de octubre en Tlatelolco y el 10 de junio en la marcha del Jueves de Corpus), Ana María y algunos de sus hijos -tuvo siete- empezaron a relacionarse con grupos que optaron por la vía armada, como el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR). Ella estaba otra vez embarazada y tuvo un aborto. Fue a dar al hospital. Su esposo no quiso ir a recogerla, y Ana empezó a buscar ayuda desde la clínica para pagar la cuenta.

Al parecer, los amigos que fueron por ella al hospital eran perseguidos por la policía política, que cargó con todos cuando abandonaban el lugar. Las cosas entre la familia Tecla Parra fueron de mal en peor. El padre insultaba a las hijas: "van a terminar como su madre... en la cárcel".

En 1978, con la amnistía de José López Portillo, Ana María salió de la cárcel para mujeres de Santa Martha Acatitla. No regresó a su viejo domicilio. Sus problemas no habían terminado. "Me fastidian de los dos lados", le comentó un día a su sobrina Georgina, hoy maestra en el Instituto Politécnico Nacional. Había fricciones dentro de los grupos armados, por una parte, y la policía no dejaba de andar siempre tras los ex presos políticos.

Un año después, en 1979, Ana María fue detenida de nueva cuenta, pero entonces no fue llevada a una cárcel, sino al Campo Militar número Uno. Ahí la vio Laura Gaytán, también militante del MAR, con quien compartió celda. Hacía yoga y trataba de ayudar a todos. "Nos daba ánimos", recuerda Laura, quien incluso rememora que se puso a cantar con ella un día, cuando la vio muy triste. Laura pasó tres meses en ese lugar; sin embargo, a Ana María nadie la vio salir. Desde entonces está desaparecida.

En esos años, la Brigada Blanca entraba y salía de la casa de los Tecla Parra. Llegaban tirando las puertas y gritando: "somos la Brigada Blanca, ¿dónde están las armas?" En una de sus visitas se llevaron a dos de los hijos de Ana: Alfredo, el mayor, y Adolfo, uno de los menores, que tenía 15 años. Alfredo fue finalmente presentado (todo golpeado) ante el Ministerio Público, pero al más chico nunca se le volvió a ver.

Para Artemisa y Violeta, también hijas de Ana María, la vida era de confrontaciones constantes con su padre. La primera tenía 18 años y la otra 15 cuando se fueron de su casa. Corría el año 1980. Ambas tenían contactos con grupos armados. De Artemisa se supo que en los sótanos de la Dirección Federal de Seguridad "se les pasó la mano", "murió durante un interrogatorio". Sobre Violeta, que estudiaba en la prepa popular de Liverpool, nadie volvió a tener noticias.

De Violeta -todavía no cumplía los 16-, La Jornada encontró una fotografía en los archivos de la Procuraduría General de la República. La reporta como "recluida en la Cárcel de Mujeres del Distrito Federal" y los documentos hablan de un proceso judicial abierto. Sin embargo, hasta la fecha forma parte de la lista de desaparecidos del grupo Eureka.

A Georgina Tecla se le humedecen los ojos cuando recuerda a su tía. "Anita era mi tutora en la secundaria. Me inscribía en la escuela y firmaba mis boletas..."

En esos años, Georgina fue en una ocasión a ver a Miguel Nazar Haro, porque la última vez que los visitó la Brigada Blanca se llevó a una de sus hermanas y a su cuñado, sin importarles que el matrimonio tenía un bebe recién nacido. La angustia provocada por la posibilidad de sumar a los cuatro desaparecidos de la familia nuevos nombres fue más grande que el miedo al policía, de quien corrían historias de terror.

Sobre el escritorio de Nazar Haro había un ejemplar de Madera, el órgano de información de la Liga Comunista 23 de Septiembre. "¡Mírelo, calientito!", le dijo Nazar. A Georgina aquel comentario le dio vueltas en la cabeza durante mucho tiempo. "Fuimos muy ingenuos", resume. Y platica que no sólo la guerrilla, sino también el Partido Comunista estaban infiltrados.

Un detalle: un día, después de una marcha en la que terminaron empapados porque se soltó un aguacero, decidieron ir a la casa de un "compañero" que cuidaba el local del PC, entonces ubicado en la calle de Mérida. Tomás no sólo militaba, sino que recibía un salario del partido como velador. No sin algunas reticencias, el viejo les permitió entrar en el cuarto donde supuestamente vivía. El grupo de jóvenes entró en tropel buscando algo seco que ponerse. Georgina revolvió en uno de los cajones y al fondo, entre camisas y pantalones "hechos bolas", descubrió una credencial que acreditaba al velador como agente de la Dirección Federal de Seguridad.

Aun en los ambientes de izquierda, recuerda Georgina, ser de una familia ligada a los grupos armados tenía sus bemoles; los discursos eran radicales, pero había quienes no deseaban que se les viera junto a "guerrilleros". El gobierno "siempre supo quiénes se realizaban gritando consignas incendiarias, haciendo pintas... yendo a las marchas sin sostén. Pero también quiénes estaban dispuestos a algo más".

Hoy, algunos de los hermanos Tecla Parra no quieren siquiera recordar esos años. No sólo porque la familia se deshizo, sino porque para quienes sobrevivieron la militancia familiar se volvió muchas veces un estigma.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año