Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 30 de mayo de 2002
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Economía

Adolfo Sánchez Rebolledo

Cercanías y desencuentros

Curioso debate el que se ha suscitado por las declaraciones de Roberto Madrazo en su debut como presidente del PRI en el auditorio Plutarco Elías Calles criticando al gobierno "en turno" después de que el mismo Vicente Fox, en gesto conciliatorio, le abriera las añoradas puertas de Los Pinos para conducir al alimón el cambio. La reacción no se hizo esperar y los líderes panistas protestaron por las incongruencias del dirigente priísta, sobre todo la facilidad con que el tabasqueño pasa de las maneras suaves y aceitadas a la rudeza (innecesaria, dicen) de la oposición.

El mismo Presidente, extrañado, reviró recordando que la espada de la Contraloría aún pende sobre las cabezas de algunos priístas y reafirmó su decisión de no pactar un arreglo a cambio de impunidad. En pocas palabras, la ilusión de que en México pudiera suscribirse una especie de Pacto de la Moncloa (sin definir qué es eso), un gran acuerdo "transicional", o como quiera llamársele, se vino abajo poniendo en duda el "diálogo nacional", que formalmente había quedado consagrado en un texto efímero del que nadie se acuerda.

Los priístas no aceptan que el Presidente mantenga la mano tendida al PRI y al mismo tiempo se le siga endilgando toda la responsabilidad pasada y presente por las dificultades en las que vive la nación, pues saben que los tiempos electorales se acercan y nada les haría más daño ante sus potenciales simpatizantes que parecer conciliadores o sumisos ante las pifias recurrentes del mandatario.

Más allá de la controversia superficial, lo cierto es que un país democrático no puede funcionar sin un acuerdo fundamental en una serie de temas que, dicho sea de paso, tienen que ser debatidos hasta sus últimas consecuencias en los órganos y las instituciones correspondientes y por todas las fuerzas, no solamente por aquellas que van conformando un virtual bipartidismo. Pero no hay que confundir la necesidad de arribar a ciertos consensos estratégicos con la búsqueda de la aquiescencia a cualquier asunto que el gobierno considere de trascendencia.

No es cierto, por ejemplo, que la consolidación de la democracia dependa de que la reforma eléctrica sea la que pide Fox, como a veces dogmáticamente dan a creer los voceros oficiales.

Al Presidente y al foxismo en general les preocupa, más que la llamada Transición, así con mayúsculas, la vuelta a las formas de entendimiento que el PAN supo propiciar para llevar a buen término las profundas reformas puestas en práctica por el gobierno del presidente Salinas, las cuales, por cierto, eran de algún modo la realización práctica del programa blanquiazul y, por supuesto, de las propuestas históricas de un gran sector del empresariado que tiempo atrás pedía a gritos la reducción del Estado y, en general, la modernización mercantil de la economía.

Es lógico que un gobierno busque acuerdos con otras fuerzas para hacer realidad sus políticas, pero es una necedad suponer que partidos opuestos se pondrán en sintonía sin un trabajo de convencimiento por parte de la autoridad. Resulta absolutamente disparatado que ante la menor contradicción, el mismo Presidente, que no ha dado un paso en firme para avanzar en la reforma democrática del Estado, crea llegada la hora de elaborar una nueva Constitución para allanar de raíz las razones legales de quienes disienten de sus ideas.

Hay que acabar con la práctica, esa sí priísta, de hacer y deshacer el articulado constitucional a la medida de los intereses particulares de un gobierno. Además, no es lógico solicitar un pacto a las oposiciones y al mismo tiempo desacreditar a los órganos legislativos que son el cauce legítimo de la deliberación nacional. Esta es la peor inversión negativa que puede hacérsele al futuro de la democracia en México.

Puede ser que en el futuro inmediato, pese a toda la alharaca, veamos gestos de distensión, pero es un hecho que los partidos no están pensando en pactos fundacionales sino en ganar la mayoría congresual. No hay ninguna otra tarea que influya más en la conducta de los políticos que la inminencia de la competencia por el poder. El priísmo sabe por la experiencia reciente que puede recuperar para su causa a buena parte del electorado que está insatisfecho y desencantado tras el cambio, de modo que seguirá combinando flexibilidad y radicalismo en el lenguaje para ganar espacios y militancia.

El PAN sabe que en las elecciones de 2003 se juega hasta cierto punto el futuro de la Presidencia y tratará de forzar la marcha hasta crear un clima plebiscitario, de modo que queda un débil resquicio para arribar a verdaderos acuerdos. Esta vez el PRI defiende la alternancia. El panismo, en cambio, teme a la restauración.

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