Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 29 de mayo de 2002
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Capital

Francisco Pérez Arce

Los dirigentes del SUTGDF no entienden que la ciudad cambió

El sindicato no puede ganar, el gobierno no puede perder: esa es la primera idea que me viene a la cabeza. Las condiciones en las que la burocracia del Sindicato de Trabajadores del Gobierno del Distrito Federal se lanza al paro no son las más favorables para ellos. Tengo la impresión de que los dirigentes no se han dado cuenta de que las cosas han cambiado radicalmente en la ciudad y en el país. Me da la impresión de que siguen actuando en una lógica del pasado, cuando la disciplina corporativa de los trabajadores era absoluta, cuando tenían el poder político por su afiliación priísta, tanto en la ciudad como en el país, cuando la paz laboral se negociaba por concesiones a los dirigentes.

La práctica del charrismo de muchas décadas en la burocracia del DF, junto con la política de disminución salarial que mantuvieron los gobiernos priístas, deformó extraordinariamente las relaciones laborales. Se generaron formas de "simulación salarial" como el pago de horas extras no trabajadas; de pequeñas corruptelas como concesión a los líderes locales, por ejemplo la falta de sanción de faltas cometidas por los trabajadores (la autoridad "perdona" las faltas gracias a la gestión del líder). Durante mucho tiempo los encargados de los relojes checadores cobraban cuotas módicas para que los empleados no tuvieran que molestarse en llegar a tiempo.

La gestión sindical se entendía como la defensa del trabajador para que éste pudiera no trabajar o trabajar lo menos posible y seguir cobrando normalmente, así los líderes locales alimentaban su clientela. Esa relación entre líderes y autoridades "comprensivas" se convirtió en la norma de la práctica sindical de primer piso. Pero arriba, en el segundo piso, se construyó una relación de concesiones y prebendas que representaban grandes negocios para los líderes. No sólo por el manejo de las cuotas, que ya representa una cantidad muy jugosa, sino por el manejo de las prestaciones de los trabajadores, cuyo manejo se asignaba directamente al aparato sindical. Uno de los negocios más preciados era precisamente el de la compra y distribución de la ropa de trabajo. El sindicato influía decisivamente en las licitaciones, de esa manera hacía negocio con los pro-veedores, o ellos mismos se convertían en proveedores. El sindicato recibía la ropa y la guardaba en sus propias bodegas, para luego hacer la distribución entre los trabajadores. Todo esto con un nulo control de los pedidos, de las cantidades o de la distribución. La oportunidad de negocios aparecía por todas partes. Y el último eslabón, la entrega al trabajador, les permitía alimentar la relación clientelar. Había que estar bien con el líder para recibir en tiempo y en cantidades adecuadas la ropa; era el sindicato el que la daba al trabajador; éste no lo asumía como un derecho suyo y una obligación del patrón, sino como una mediación del sindicato.

Los gobiernos perredistas heredaron ese edificio deforme de relaciones laborales y sindicales. Se recordará que desde los primeros días del gobierno de Cárdenas el sindicato recurrió a paros y tomas de edificios delegacionales. Era un sindicato agresivo que se movía en un contexto político diferente, conservaba una fuerza política indiscutible y trabajaba en la expectativa de recuperar el gobierno capitalino; se proponía aguantar y esperar el cambio de 2000 que, pronosticaba, le sería favorable.

Tanto Cuauhtémoc Cárdenas como Rosario Robles hicieron cambios sustanciales en la política laboral. En materia salarial otorgaron aumentos reales en los tres años que gobernaron, señalando un contraste con la política del gobierno federal. En cuanto a relaciones laborales se iniciaron algunos cambios, como la descentralización de los encargados del control de los relojes checadores, lo que redujo el espacio para la corrupción. En las relaciones con el sindicato se iniciaron cambios profundos. La batalla de la ropa empezó en el gobierno de Robles: la autoridad recuperó la facultad de entregar la ropa de trabajo directamente a los trabajadores. El sindicato respondió con amenazas, pero acabó aceptando que no contaba con el apoyo de la mayoría de los trabajadores, simplemente porque con la medida del gobierno éstos resultaban beneficiados.

Ahora vuelve el tema de la ropa. Otra vez los trabajadores no resultan perjudicados por la decisión del gobierno de cubrir la prestación mediante un vale directamente entregado a cada uno de ellos. Al contrario, otra vez los trabajadores se verán beneficiados. (Por cierto, se trata solamente de la ropa de oficina, es decir, de trajes y calzado; lo que se refiere a equipos de seguridad y ropa de trabajo seguirá siendo entregado en especie.) Los líderes no defienden a los trabajadores, sino sus propios intereses. Detrás de la compra de decenas de miles de trajes se encubren negocios millonarios. Ese parece ser el verdadero fondo de esta huelga. Y, por supuesto, está el fondo político: la idea de conformar un polo opositor al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Por eso Espino, el líder-cacique del sindicato del Metro, levanta inmediatamente la mano y vocifera que también se irán al paro.

El sindicato no tiene forma de ganar. Basta con que el gobierno mantenga su posición en los días del paro para que el movimiento se desinfle. El gobierno saldrá fortalecido y el sindicato mostrará sus debilidades: la disciplina corporativa ya no es lo que era.

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