Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 28 de mayo de 2002
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Política

Marco Rascón

Basta de realidades, queremos promesas

La oferta de la modernidad movió el mundo. Las dos décadas anteriores a la llegada del siglo XXI fueron marcadas por este objetivo anímico que la tecnología, los microcomponentes, la Internet, los teléfonos celulares, la globalización de los medios, los usos satelitales, entre otros, envolvieron majestuosamente para las masas del futuro.

El trabajo como fuente del valor dejó de existir y con ello el humanismo en torno a esa concepción, las ciencias y los paradigmas económicos y políticos. La idea de modernidad fue más fuerte que todas las armas tácticas y estratégicas juntas. Gorbachov intentó en la URSS dar el paso hacia la modernidad económica y política mediante la perestroika y la glasnost, pero fracasó, pues pensó que la vieja estructura proveniente de la revolución rusa, la guerra caliente y la guerra fría podía dar ese paso dentro de sus fronteras e influencias.

La URSS murió en el intento de reforma, dejando su estructura de economía centralizada y planificada en manos de las mafias rusas (que al igual que las de Al Capone en Chicago tienen su idea particular y violenta de concebir las leyes de la oferta y la demanda: formas originales de capitalismo con leyes selváticas para conquistar mercados).

Con la apertura de ese abismo se cayó el Muro de Berlín y se quemaron millones de ideas en torno a la utopía del derecho a la vida para todos los seres humanos sin discriminación de razas, sexos o regiones: una causa fue interna, otra externa. Es como si la modernidad hubiese quedado en manos de un Adolfo Hitler evolucionado, a quien desde su idea nacional de gran potencia le hubiesen caído las tesis benditas del darwinismo social, y que la hegemonía financiera, que fue repudiada en manos de los ju-díos, ahora esté convertida en el arma más poderosa para dominar al mundo, a todos los ejércitos, a todas las culturas, a todas las historias.

Imaginémonos el voluntarismo de Hitler y sus ideas en torno al uso de la propaganda, la manipulación de la histeria, inventar enemigos terribles para justificar un terror mayor con la tecnología actual, los instrumentos financieros para apoderarse de todas las pequeñas, grandes y medianas economías locales del planeta: esa gran visión de Hitler de un mundo globalizado y arrodillado ante Alemania ha sido heredada por George W. Bush, Ariel Sharon y todos los neutrales que como Franco o Petain terminaron aliados al nazismo.

La gran promesa de la modernidad se ha convertido en un vientre fértil de serpientes que el pasado 11 de septiembre utilizó todas las formas maniqueas para conducir a la guerra, como cuando la explosión del Maine frente a La Habana, el incendio del Reichstag, el ataque a Pearl Harbor o el hundimiento del Potrero del Llano en México.

En su corta vida hegemónica la modernidad se ha convertido en histeria, miedo, tristeza, mediocridad, ignorancia, voyeurismo, individualismo, masificación de la pobreza, alegría artificial, drogas diseñadas. Paradoja de la modernidad es que a mayor persecución e ilegalidad del narcotráfico, más prosperidad y ganancias tiene este negocio, determinante en las economías centrales y periféricas.

La democracia electoral de la modernidad se convirtió en un pequeño divertimento que se desarrolla en los grandes teatros camarales, los noticiarios, las mesas redondas plurales, pero sin posibilidad de influir ni en el manejo económico-financiero ni en los ejércitos ni en el control de los medios de comunicación. Dividido el pastel en cuatro partes de los grandes escenarios: la vida de los partidos políticos y los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial con todos sus escándalos, forman una sola parte que tiene dos características: estar aislados socialmente, a pesar de que son los que más hablan, acusan, dicen y aclaran, y no influir en nada en las decisiones de las otras tres raciones del pastel: sistema financiero, Ejército e ideología a través de los medios de comunicación.

El título de este artículo apareció escrito en una calle de Buenos Aires en este año. Es un reclamo hacia quienes convirtieron la democracia en desorden, robo de ahorros y destrucción del mundo local. Es una consigna de la que nace el trueque como instinto de sobrevivencia frente al monetarismo, que hace de las chequeras sin fondos moneda corriente sólo sustentada en el trabajo, la gran moneda de la vida. El rechazo a esta realidad, que pretendió acabar con la historia del hombre y todas sus manifestaciones y diversidades, es un llamado a concebir las nuevas revoluciones y pensar en el futuro tomando como eje la vida humana y el derecho a la misma. Bajo esa premisa es necesario hacer de la paz el arma contraofensiva de la histeria militarista, bloquear la agresión contra la naturaleza del planeta y las injusticias sociales, base de la violación de todos los derechos humanos.

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