Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 27 de mayo de 2002
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Deportes

Aguilas conquistó el título del Verano 2002 con marcador global de 3-2

América, campeón con gol de oro, remontó y doblegó 3-0 al Necaxa

El Azteca, con sobrecupo y vestido de amarillo Hugo Castillo anotó el tanto del triunfo

MARLENE SANTOS A.

Y luego de trece largos años, con un beso de juventud, el efecto de la maldición cesó. América conquistó el título Verano 2002 tras vencer en tiempo extra y con gol de oro a su hermano Necaxa con global de 3-2, en un pletórico estadio Azteca que estalló en festejos, lágrimas de felicidad, cantos de alegría y fuegos artificiales.

Con una losa pesada a cuestas tras el 2-0 que le asestó Rayos en el partido de ida, el águila levantó el vuelo triunfal en plan heroico, sobre todo en el segundo tiempo del partido, en el que en cinco minutos liquidó los sueños del equipo rojiblanco.

Con evidente sobrecupo, pasillos y túneles abarrotados y con gente de pie, pero totalmente vestida de amarillo y con el alma llena de esperanza, el partido comenzó con un América incisivo, que remitió al Necaxa a su propio terreno bajo los alentadores cantos de sus miles de seguidores y el infaltable "šsí se puede, sí se puede!"

Los nervios hicieron errar las primeras opciones generadas por conducto de Marcelo Lipatín y Hugo Castillo, pero pronto Necaxa se asentó bien en la cancha y cualquier intento de pase filtrado era inevitablemente interceptado por la atenta defensa local.

Privaba el desaliento

El desaliento parecía inundar a los jugadores amarillos, mientras el grueso del público permanecía en un silencio expectante que sólo era roto por las porras de lasamerica_festejo_v74 barras Monumental y Fenomenal.

Patiño desbordaba con más ímpetu que inteligencia; sus avances atrabancados acababan perdiéndose.

Al minuto 26 tuvo una clara opción, pero se precipitó al rematar de bote pronto. Rayos parecía no tener el menor interés por atacar, pero de pronto surgía como puñalada, con sorpresivas llegadas, para hacer volar en vistosos lances a Adolfo Ríos.

Hasta los recogebalones, seguidores de Rayos, jugaron su papel y premeditadamente tardaban en devolverlos a la cancha para mayor desesperación del técnico Manuel Lapuente, que casi al final del primer tiempo mandó a calentar a Iván Zamorano.

Para el complemento salió Pável Pardo por lesión y su lugar lo ocupó otro novato, Carlos Infante. Enseguida, al minuto 50, el defensa Duilio Davino dejó su lugar al Bam Bam.

La afición presintió la gloria y recibió al chileno con estruendosa ovación, como si en él viera la última esperanza.

En efecto, al cuadro amarillo le cambió el rostro y al minuto 59 Patiño acabó con la racha de casi 600 minutos de Nicolás Navarro sin recibir gol, cuando conectó sólido cabezazo a segundo poste para el 1-0, tras servicio de José Antonio Castro.

Luego de tres minutos y en pleno desconcierto de Rayos, Zamorano se hizo presente alamerica_festejo_bv7 culminar una jugada de fantasía donde Lipatín de taconcito cedió a Hugo Castillo; éste sirvió a Zamorano, quien con disparo cruzado venció por segunda vez a Navarro para el 2-0 (2-2 en el global).

Los jugadores se abrazaron y el pandemonium se adueñó de las tribunas. El coso poblado en casi 97 por ciento de americanistas vibró, se cimbró literalmente ante los brincos, saltos de alegría y locura. El estallido de cohetones inundó la atmósfera hasta formar un cuadro casi irreal.

La desgracia del Necaxa se redondeó al minuto 65 cuando el silbante Armando Archundia mostró cartón rojo directo a Luis Pérez por artera patada sobre Ricardo Rojas.

El tiempo regular se agotó y llegaron los extras.

Al minuto seis Zague tuvo miedo de tocar la gloria; iba en gran escapada al frente, con muchas posibilidades de superar a sus marcadores debido a su gran zancada, pero al entrar al área cayó al suelo en acción que arrancó un suspiro de alivio a la multitud.

Segundos después le anularon un gol a Zamorano por haberse recargado en un defensa, y en la agonía del primer tiempo extra cayó el gol de oro mediante un cabezazo de Hugo Castillo.

Parecía imposible una apoteosis mayor; sin embargo, el festejo de plano se desbordó.

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