Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 27 de mayo de 2002
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Sociedad y Justicia
Congelada en el Congreso, iniciativa en la materia

Necesario, reconocer a sordos como comunidad lingüística

Por ignorancia las lenguas de señas son consideradas inferiores, aseguran especialistas

CIRO PEREZ SILVA

En la mayoría de los casos la ignorancia lleva a concluir que son inferiores. Se les da este trato prácticamente en todas las actividades sociales, desde la escuela hasta el trabajo. Forman parte de un sector del país que por años ha tratado hacerse escuchar mediante su silencio. Son los sordos.

Aunque no hay cifras oficiales, el número de hablantes de lenguas de señas mexicanas (LSM) se puede estimar, de manera conservadora, entre 0.05 por ciento y 0.2 por ciento de la población total; esto es, entre 45 mil y 180 mil personas.

Muchos oyentes están en contacto regular con estas lenguas: en la familia (más de 95 por ciento de las personas con sordera tienen familiares que escuchan), en el trabajo, en la escuela. Según el censo pasado, el tamaño promedio de la familia mexicana es de 4.8 miembros, y entre 162 mil 450 y 649 mil 800 oyentes tienen hermanos o padres que se comunican en alguna lengua de señas, explica el perredista Gilberto López y Rivas en una iniciativa que desde 1999 presentó ante el Congreso.

"Si la sociedad y el Estado mexicano no reconocen a los sordos como comunidad lingüística, con identidad colectiva propia, entonces propician la marginación de estas personas y la desintegración de sus familias", señala el texto, que desde entonces fue enviado a comisiones para su dictamen y que a la fecha apenas muestra avances.

Para el investigador Boris Fridman Mintz, tanto o más que en el caso de las lenguas indias, las lenguas de las comunidades de sordos suelen ser consideradas inferiores, y "dada la ignorancia y la visión denigrante que priva en torno a la cultura y las lenguas de señas de ese sector mexicano, es indispensable empezar a rechazar que éstas son inferiores".

Esta creencia, asegura el especialista, todavía está profundamente enraizada en los especialistas en audición y lenguaje. Esa idea se consolida además en libros de texto que se siguen vendiendo en los espacios de formación de educadores y terapistas que trabajan con niños sordos. Contienen párrafos como este:

"...El lenguaje manual limita al sujeto, porque carece de la amplitud, magnitud y profundidad del lenguaje oral. Una persona que se expresa sólo con el lenguaje manual difícilmente puede expresar algo fuera de lo concreto, como sus sentimientos, moral o conceptos abstractos".

Tal vez porque la Comunidad de Sordos Mexicana se defiende con más vehemencia y la investigación lingüística ha demostrado que las lenguas de señas tienen el mismo potencial que la oral, en otras ocasiones esta visión discriminatoria se presenta de manera más sutil:

"...Los sonidos, que no son simples estímulos sonoros ambientales, sino formas acústicas que dan forma a signos lingüísticos, hacen que evolucione nuestro pensamiento. Así trascendemos lo concreto para volar hacia lo abstracto, en una manifestación de conducta que ya no es instintiva, sino intelectual. Si consideramos, además de lo anterior, que el lenguaje que recibimos y desciframos de los demás es la base para el desarrollo de nuestras propias formas de codificación y expresión, entenderemos la importancia de la audición y su inseparable asociación al lenguaje."

Los educadores de niños sordos se ven expuestos a esta clase de razonamiento con gran frecuencia, destaca Fridman Mintz; sin embargo, si se asume que "todo" lenguaje humano se origina en la audición, necesariamente se llega a la conclusión de que las lenguas de señas son inferiores a las orales.

"Todo lenguaje humano se origina en la audición. La LSM no se origina en la audición; luego entonces, la LSM no es un lenguaje humano, y es de esta concepción de donde parte la idea de que cuando se habla de sordos se habla de seres inferiores", advierte el investigador. "Lenguas y culturas de sordos y oyentes tienen que ser puestas en igualdad. Es indispensable asumir abiertamente que las lenguas de señas son verdaderas lenguas, con la misma capacidad que la oral para satisfacer las necesidades humanas de los usuarios", sostiene.

Integración de los sordos a la educación básica regular

Para los infantes que nacen o quedan sordos en sus primeros años de vida, la investigación científica demuestra que los niños que aprenden una lengua de señas a temprana edad tendrán un desarrollo lingüístico que sigue los mismos tiempos y etapas que uno oyente con lengua oral. Los estudios comprueban que los niños que tienen mejor desarrollo lingüístico global y rendimiento escolar son aquellos que crecen dentro de la cultura sorda y que adquieren una lengua de señas.

Para quienes quedan sordos durante la adolescencia o después, las comunidades de sordos, sus lenguas y patrimonio cultural constituyen un recurso invaluable para la reconstrucción de sus vidas.

Sin embargo, el sistema educativo no considera esta realidad. En lugar de facilitar los medios para que los niños sordos conozcan los lenguajes de señas, como medio natural para su desempeño, lo obligan a mantenerse en el sistema escolarizado tradicional, en algunas ocasiones luego de dotarlo de algún grado de rehabilitación auditiva y lingüístico-oral.

"La práctica usual en la educación especial mexicana ha sido remitirlos a una escuela regular, para que en ésta se incorporen a un grupo de niños oyentes. La meta declarada es la integración de cada niño o niña sordo a un grupo hispanohablante normo-oyente. Por esta vía se pretende integrarlos a la sociedad normo-oyente en general", apunta el investigador.

El sustento legal de esta práctica lo da una interpretación literal del artículo 41 de la Ley General de Educación Especial: "La educación especial está destinada a individuos con discapacidades transitorias o definitivas, así como a aquellos con aptitudes sobresalientes (...). Tratándose de menores de edad con discapacidades, esta educación propiciará su integración a los planteles de educación básica regular".

Sin embargo, con base en un conocimiento más preciso de lo que es la sordera, una interpretación más sutil del espíritu del artículo 41 legitima una política de asignación escolar distinta: "Más que una condición de discapacidad fisiológica, la sordera es una condición de diferenciación lingüística y cultural (...)".

Como colectividad, los sordos buscan la satisfacción de sus necesidades comunicativas con los sentidos que tienen, en particular la vista, y han desarrollado una lengua y una cultura adecuadas a su naturaleza y circunstancias. Los sordos pueden acceder a una comunicación fluida, cara a cara, únicamente con una lengua de señas. En este lenguaje natural se cristaliza la diferenciación lingüística y cultural, que constituye su única vía de integración a la vida social en general", sostiene Boris Fridman.

El investigador advierte también que "tomando en consideración que el espíritu de este artículo es dar acceso a una educación de calidad a todas las personas, con o sin discapacidades, y tomando en consideración que los sordos, en cuanto tales, no tienen discapacidad intelectual alguna, se les debe proporcionar una educación básica regular, pero mediante su propia lengua y el español lectoescrito. Los sordos se deben integrar a planteles bilingües de educación básica regular".

Si lo que se desea es integrar a niños y niñas sordos a una educación de calidad, con acceso pleno a contenidos e interacción educativos, entonces hay que sacar provecho de sus propias capacidades lingüísticas y culturales, puntualiza.

"Desde esta perspectiva, la integración del sordo se debe dar mediante la incorporación del único lenguaje natural que le es accesible, aprovechando la única cultura que le es accesible y que está al alcance del sistema educativo mexicano: la LSM y la cultura de la Comunidad de Sordos Mexicana. Esta es la clase de integración a la que aspira la educación bilingüe de sordos", asevera.

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