Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 19 de mayo de 2002
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Política

Guillermo Almeyra

Palestina: los cambios necesarios

Los fundamentalistas de Hamas y algunos grupos ultraizquierdistas, palestinos o extranjeros, sostienen que Yasser Arafat y la Administra-ción Nacional Palestina (ANP) han cedido ante las exigencias de Washington al prometer cambios, mayor democracia y luchar contra la corrupción, además de elecciones generales en los territorios palestinos.

Es cierto que las concesiones han sido grandes e innecesarias -basta pensar en la organización por la CIA de los servicios de inteligencia y seguridad palestinos- pero es igualmente verdad que el repudio a la corrupción y a las prácticas autoritarias de la ANP y del propio Arafat es general en Palestina y ha sido expresado muchísimas veces por intelectuales, por las protestas de la prensa contra la censura, y por diversos grupos y partidos integrantes de la Organización para la Liberación de Palestina.

Una democratización real, una modernización del aparato político y el control de la corrupción, el nepotismo y la ineficiencia son exigencias reales y urgentes de la sociedad palestina, y no dependen para nada de la presión de Israel ni de Estados Unidos, porque si son satisfechas reforzarán la intifada, la moral de lucha, la solidez de una dirección política que sólo puede depender de su propio pueblo.

En efecto, entre los peores "errores" de Arafat se cuenta el creer jugar astutamente con los principios. A pesar de los miles de demostraciones, desde siempre, de que Estados Unidos es aliado fiel de Israel y apoya a Tel Aviv en la colonización de Palestina, y la instauración allí de un sistema de apartheid, sigue empeñándose en fingir, creyendo obtener algo en cambio, que Washington es neutral y podría ser mediador entre su muñeco de ventrílocuo, el gobierno israelí, y los palestinos en lucha por su independencia.

Todas sus concesiones en este terreno, desde las interminables "negociaciones de paz" siempre desfavorables a los palestinos porque dependían de Washington, hasta las concesiones a la CIA ya mencionadas (y el plan Tenet, así llamado por el director de esa central de espionaje), lo único que han logrado es dividir el frente palestino y llevar agua al molino de los fundamentalistas y otros desesperados y terroristas que, por otra parte, se oponen a Arafat.

Israel intenta prohijar un grupo de Quislings (así llamados en recuerdo del gobernante noruego servidor de los nazis ocupantes) pertenecientes a la derecha de la sociedad palestina y de la ANP y desplazar o eliminar a Arafat, pero eso no significa que haya que mantener un apoyo acrítico a éste y a su gobierno. La maniobra de Sharon y del Likud jamás tendrá éxito, porque el pueblo palestino lucha por su independencia y no dejará que un poder opresor le imponga un "gobernante" al servicio de los colonizadores.

Las diferencias con Arafat pueden ser muchas, pero ni Arafat puede romper con la intifada ni el pueblo palestino puede aceptar que Israel destruya la ANP y mate a Arafat, del mismo modo que muchos cubanos pueden tener serias diferencias con el régimen de Fidel Castro pero frente a Estados Unidos están junto a éste en la lucha por la independencia. Por eso no hay que temer los cambios, si van por la vía de la democracia. O sea, una prensa libre que acabe con la retórica nacionalista vacía, el racismo antijudío y las exageraciones, que critique lo que debe ser criticado, explique la real relación de fuerzas mundial, analice el papel miserable de los gobiernos árabes que quieren salvar su alianza con Estados Unidos pero no pueden desentenderse de la intifada, que temen y odian. Y también un control popular sobre los funcionarios para evitar los abusos, el nepotismo, la corrupción, y acabar con los incapaces nombrados por clientelismo en la información, en las relaciones con los movimientos sociales mundiales, etcétera.

Arafat, mucho antes de tener un Estado palestino, creó un aparato de Estado privilegiado y un confuso aparato diplomático que busca, en general, con honrosas excepciones, contactos con otros aparatos y gobiernos y no con las fuerzas populares, y en la ONU despliega retórica y no argumentos. Eso debe ser cambiado. Porque, además de Washington, los gobiernos árabes han demostrado su carácter de clase, y si bien se ven forzados a repudiar el racismo antiárabe y a dar alguna satisfacción a la ira de sus pueblos, no pueden apoyar una revolución popular como la palestina.

Tenemos así un gobierno palestino capitalista sin una clase capitalista local, que espera negociar sobre una base de supuesta igualdad con gobiernos de estados monárquico-feudal-capitalistas o con gobiernos de las altas burguesías árabes, que lo consideran un enfermo altamente contagioso al cual, desde lejos y cuando mucho, le pueden dirigir alguna buena palabra nada comprometedora. Por eso la caracterización de esos gobiernos debe también ser cambiada, aunque sólo fuese porque Riad -junto con Tel Aviv- financió el fundamentalismo islámico para debilitar a la OLP, que es una organización política laica y plural.

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