Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 14 de mayo de 2002
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Economía

Ugo Pipitone

Nuevo escándalo italiano

Escasas veces escribo sobre temas italianos y confieso que ya son muchas las cosas que me cuesta entender. Una visita al año no es suficiente y menos aún en verano, cuando los amigos están de vacaciones o no tienen muchas ganas de explicar o explicarse. Y casi te miran como un extraterrestre. Sin considerar que uno no quiere molestar o está entretenido en otros asuntos que pueden tomar la forma de dolores, recuerdos, comprensiones póstumas o la conciencia de ignorancias irremediables. Sensaciones de que vivir es transcurrir, como decía el poeta. Así que, gran parte del año, uno depende de los programas de RAI International, la televisión pública que se transmite al mundo. Paréntesis: con Berlusconi, la programación ha empeorado. Me topo demasiado a menudo con temas religiosos, programas de "entretenimiento" y menos noticiarios. O, tal vez, me he vuelto más suspicaz con lo peor, sobre todo cuando avanza con tanto estrépito.

El escándalo: un juez ordena el arresto de algunos policías que, a conclusión de la manifestación en Nápoles de hace un año contra un foro de la OCDE, cometieron (aparentemente) violencias en contra de manifestantes inermes detenidos en un cuartel de la policía. Derecha e izquierda se dividen. Gobierno y derecha en defensa de la policía. La izquierda al lado de una magistratura que, desde hace un año, es objeto de una sistemática ofensiva berlusconiana.

Consecuencia mediática: la transmisión política italiana de mayor audiencia concede al tema dos transmisiones. Me refiero a Porta a Porta, conducida por Bruno Vespa, un periodista de gran profesionalismo que no tiene simpatías izquierdosas y se comporta generalmente con elevado sentido de responsabilidad hacia su tarea de informar y hacer debatir entre sí las distintas almas políticas del país. Y puede decirse que la transmisión es un reflejo no demasiado deformado de la realidad política italiana. Eso, al menos, quiero creer. Pero, en ocasión de este problema de policías y magistrados, instintos conservadores profundos reafloran sin despedir gratos efluvios. Y el mismo periodista, generalmente ecuánime, le espeta a una mujer que está describiendo el comportamiento salvaje (según testimonio de sus víctimas) de los policías: "En fin, lo que usted dice es que la policía italiana tortura y fabrica pruebas falsas" (palabras más, palabras menos). Como si alguien se hubiera atrevido a tener dudas sobre la virginidad de la Virgen.

Estrategia de la tensión, generales, almirantes y otros locos de Estado alimentando locuras golpistas y poniendo (o haciendo poner) bombas hasta hace no pocas décadas atrás. Vespa es un periodista demasiado serio para habérsele olvidado. ƑPor qué entonces el instinto conservador le ganó a la inteligencia? Y sobre todo: Ƒquién le da el derecho de chantajear así a los invitados al ágora mediático? Poner a su interlocutor frente al monumento sagrado-patriótico de la Policía de Estado (que en realidad compartió, para decir lo menos, las locuras que recorrieron el cuerpo de la sociedad italiana) y pedirle pública abjura. Esto es la conservación: defender las instituciones incluso cuando fallan. Y establecer un principio de orden más allá de lo que la sociedad y la magistratura denuncian.

Vespa, repitámoslo, es un buen periodista, pero se convierte, casi instintivamente, en defensor de lo que (de ser) es indefendible. Y olvida de paso que no se trata de tirar el canasto de manzanas a la basura, sino de liberarlo del peligro de contagio de las manzanas que o están podridas o dan señales de querer estarlo. Y dejemos de lado el penoso espectáculo de un debate en que se discutía si los manifestantes eran violentos o no. Como si, de haberlo sido, se justificasen las (eventuales) torturas sufridas a manos de los representantes del Estado.

Yo creo y quiero creer que la policía italiana se ha liberado de los delirios autoritarios que atacaron a muchos de sus hombres en los años 70. Pero eso no significa que hayan llegado al puerto final de la impunidad. Aunque, pasolinianamente, pienso en esos agentes que se enfrentan a los grupos violentos que a menudo se mezclan en las manifestaciones contra la globalización. De una parte iracundos, confundidos y desempleados, y de la otra, otros jóvenes que ganan 800 euros al mes y arriesgan la vida contra la criminalidad y contra la exaltación política. No lo olvidemos, aunque sea sólo para entender

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