Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 14 de mayo de 2002
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Política

Marco Rascón

Federalismo, paradoja trágica

Si bien lo global concedió una nueva dimensión a lo local, dando paso a los estados descentralizados y fortaleciendo las identidades comunitarias; si bien el libre mercado abrió la oportunidad para que las entidades públicas y privadas regionales pudiesen comerciar y desarrollar sus actividades económicas de manera directa y se cuestionaran los apoyos por participaciones y la distribución de recursos para el desarrollo basados en la solidaridad federalista; si bien pudo identificarse políticamente que el centralismo era sinónimo de opresión y la descentralización de libertad; si bien el federalismo pleno se dice hijo de una buena democracia con poderes separados, pero complementarios y con funciones diferentes en equilibrio; si bien la controversia entre centralismo y federalismo fue eje del debate histórico entre conservadores y liberales; si bien todo lo anterior es cierto, entonces, ante la globalización, es necesario reflexionar sobre las implicaciones de una descentralización en un contexto de desunión y confusión nacional, así como de una integración económica en la que ganan las economías que poseen una estrategia centralizada.

En este sentido, la preocupación sobre la descentralización mexicana y el arribo al federalismo liberal y la separación de poderes Ƒnos ha hecho más fuertes o más débiles como nación? ƑLo hemos hecho en circunstancias y tiempos correctos o ha sido una imposición para debilitarnos aún más y hacernos ceder en nuestra capacidad de resistencia frente a la globalización? Las respuestas muestran la necesidad de abrir el tema del federalismo y la descentralización desde la perspectiva de la integración económica, pero antes habrá que responder: Ƒla descentralización política y la separación de poderes han fortalecido o debilitado la estructura económica? ƑQué ha pasado con nuestras condiciones de competencia en el exterior?

Desde el nacimiento de la república, México se debatió entre centralismo y federalismo. Tras la Guerra de los Tres Años contra la intervención francesa, la habilidad política de los liberales acabó en sincretismo: un federalismo centralizado, es decir, forma federal como propósito, pero ejercicio centralizado como realidad. Sin embargo, este sincretismo nació de la amenaza de intervención externa y del separatismo de regiones como Nuevo León, Yucatán, Chiapas o las Baja Californias, que en algún momento pretendieron seguir el ejemplo de Texas.

A pesar de que la batalla del 5 de mayo fue un acontecimiento militar de los americanos contra los europeos, luego se convirtió en símbolo de la Doctrina Monroe, por la cual Abraham Lincoln nombró a Benito Juárez Benemérito de las Américas, pero la amenaza principal contra los bienes y territorios nacionales, luego de la muerte de Maximiliano, siguió siendo Estados Unidos. El centralismo político frenó con relativa eficiencia los propósitos expansionistas y de ahí emanaron la expropiación petrolera y la eléctrica, la Doctrina Estrada y la posición en la OEA sobre Cuba y contra el golpe militar en Chile.

Bajo la idea de negociar nuestra existencia, el instinto nacionalista optó por el centralismo y aunque pro yanqui, siempre por los intereses económicos que según esgrime Castañeda existen desde hace 192 años, se mantuvo la soberanía para mantener una distancia y proteger intereses bajo la forma del Estado nacional. De esta manera el centralismo real pasó la estafeta de liberales a conservadores y viceversa; de regímenes despóticos a progresistas, haciendo del nacionalismo el instrumento necesario para mantener la unidad y la gobernabilidad del país.

El viejo presidencialismo representaba al Príncipe, y éste a su vez los límites y el tamaño de los poderes nacionales frente a otros intereses. Por eso desde la llegada de Salinas, Zedillo y Fox el debilitamiento del Príncipe ha sido también el inicio de una crisis nacional de grandes dimensiones, atizada por la recesión económica, la parálisis legislativa, el pragmatismo político y la transformación de la política en escándalos de baja estofa intelectual e ideológica; por ello se explica que México tenga hoy hacia el exterior menos independencia frente a Washington que Texas o Puerto Rico.

A este debilitamiento se le ha llamado "transición" para justificar los costos, pero pareciera que no vamos hacia una república emancipada, sino a un protectorado o virreinato de nuevo cuño, donde el país y sus instituciones se desintegran en el descrédito. Toda esto amalgama una ecuación dolorosa, derivada del Destino Manifiesto, que nos obliga a la centralización para defender la integración nacional y que convirte un propósito libertario, como el federalismo, en una rendición frente a la globalización, lo cual constituye la paradoja trágica de México.

Por ello hoy la política destruye la identidad nacional y toda credibilidad o acierto es atacado o desvirtuado, porque el único camino es la anexión vergonzante.

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