Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 12 de mayo de 2002
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Política

Rolando Cordera Campos

Modernidad de hojalata

Apelar a la modernidad se ha vuelto en México una costumbre política nefasta. So pretexto de alcanzar esta nunca definida plataforma, se ha llevado al país a callejones sin salida (o casi), hasta el grado de hacer de la famosa modernidad palabra maldita u odiosa para muchos. Y en esas estamos de nuevo, precisamente cuando lo que se requiere es pensar con cuidado y reflexivamente, usando la memoria y la historia, comparando con lo que otros han hecho, etcétera, es decir, tratando de hacer política moderna.

Los voceros y dirigentes empresariales de la un poco achatada cúpula ideada hace casi 30 años por Sánchez Navarro fintan y amagan casi todos los días para imponer su propia visión de la reforma que el país requiere, se insiste, para alcanzar la bendita modernidad global que conforma su interminable ilusión. En su afán modernista incurren en los usos y costumbres más viejos, menos modernos, que pudiese imaginarse: a través del chantaje cambiario y de la amenaza de volver a "votar con los pies", porque otra vez su confianza se tambalea.

Lo mismo ocurre con las reformas mismas, tal y como han sido presentadas por el gobierno y muchos de sus partidarios. No hay evaluación o matiz, o prevención, que resista el argumento total de quienes se empeñan en hacer las veces de cabilderos adelantados de algún Enron por venir: tenemos que privatizar la electricidad, y si se puede, Pemex, para "estar al día", para dejar de ser arcaicos. Y punto.

Lo que ocurrió ayer, o antier, en la tierra misma de los más modernos, en California, pero también en la Argentina que dejaba atrás el Tercer Mundo (para ahora explorar los bajos fondos), o en la Gran Bretaña de la señora Thatcher, no tiene por qué ponerse entre nosotros y la posibilidad de ser actuales, dueños de la modernidad. Lo que se sabe no importa. Lo que importa es echar para delante y, si se puede, hacer negocio.

Cosa similar ha ocurrido con el debate fiscal. Tenemos que pegarle al IVA porque así se hace en todo el mundo hoy, porque eso es lo actual. Para los propagandistas de este fast track a la modernidad impositiva no importan las diferencias mil que dan sabor e historicidad a los sistemas fiscales del mundo, mucho menos el hecho de que una reforma cargada en el consumo y los medicamentos es hoy, en México, un impuesto a los mal alimentados y a los enfermos, es decir a los pobres. Mucho menos se atiende al hecho brutal de que estos pobres son ya la mayoría nacional, lo que nos hace lo menos presentables ante el mundo moderno.

Así visto, se trata de un impuesto contrario a todo principio de racionalidad moderna, que siempre supone algún compromiso con la equidad, salvo en el caso de aquellos países, modernos y no, en los que se impone un grupo minoritario que sólo ve por sus intereses inmediatos, como ocurrió en la Inglaterra de la Dama de Hierro, venida de los círculos más chatos y conservadores, no modernos, o como ocurre ahora en Estados Unidos, donde manda un círculo minúsculo dedicado abiertamente a beneficiar a los suyos y sólo a ellos.

Poco tiene de moderno o de sofisticado ocultar flagrantemente la información y el conocimiento. Ocultar o minusvaluar las experiencias con los mercados eléctricos es vulgar manipulación, cuando no aviesa fullería de cabilderos recién llegados al mundo de la intermediación política. No informar que en la propia Gran Bretaña el IVA no es parejo, porque la Dama no pudo y tuvo que hacerle caso a la política no sólo de su rosca sino del conjunto, es hacer poco honor a los doctorados alcanzados y flaco servicio a la modernidad académica o intelectual de la que ahora, en tierra de indios, se quiere sacar plusvalía por la vía más arcana y pirata: la de las patentes de corso de una sabiduría nunca puesta a prueba, es decir, enfeudada, autocalificada, antimoderna.

Pero así es esto de la modernidad que tiene que ser ya, hoy. Si se le rasca, tal vez lo que se encuentre sea que sus postulantes identifican modernidad con Estados Unidos, y a éste como Houston o Dallas, Disneylandia o el mall de Fashion Valley, nunca como el Instituto Smithsoniano o el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Modernidad de escaparate, de hojalata. Cuando todo cambia, pero sólo los más torpes se desvanecen en al aire.

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