Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 25 de abril de 2002
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Cultura

Olga Harmony

Festival del Centro Histórico

l Festival del Centro Histórico este año presentó a dos de los grandes creadores teatrales. El primero, muy conocido entre nosotros no sólo por la visita que nos hiciera en 1989, con el Ubu rey, de Jarry, sino también por sus textos teóricos y sus versiones cinematográficas de algunos textos importantes de la dramaturgia universal, así como la serie televisiva basada en el Mahabarata. Peter Brook ahora nos trae El traje, de Can Themba, muerto en 1967 en la miseria después de haber sido ''reubicado" en el cruel Soweto del apartheid, luego de su estancia en la vivaz Sophiatown en la que mucho era permitido, por lo que hubo de ser destruido.

Themba es autor del cuento original dramatizado por Mothobi Mudase y Barney Simon, que no hace referencia a los brutales momentos que vivieron los negros sudafricanos, antes bien, trata en un tono intimista el extraño triángulo de Matilda, Philemon y el traje del título que es utilizado por el marido en su venganza, que lleva la acción dramática de la comedia grotesca hasta el amargo final.

El famoso traje fue abandonado por el amante de Matilda, que huye en calzoncillos cuando ambos son sorprendidos por el enamorado Philemon, quien convierte la ropa en un huésped de su casa, al que hay que alimentar, dormir y llevar de paseo hasta que la fiesta soñada por Matilda, que se cree perdonada, se convierte en una exhibición de su culpa y su vergüenza, lo que la lleva a la muerte.

Además de los diálogos, los personajes narran al público, en tercera persona, sus respectivas incidencias, lo que convierte al texto en una mezcla de acción dramática y narración oral, muy sencilla y primitiva en apariencia, pero que por el hecho mismo de los tránsitos entre uno y otro género ofrece serias dificultades a los actores, dos de los cuales hacen varios papeles. Se trata de una obra muy diferente a las que conocemos de algún otro autor sudafricano, como Athol Fugard, estructuradas dentro de la tradición dramática occidental.

Brook hace tiempo que viene apostando por esa limpidez que rechaza lo que no sean obras y actuaciones, lo que parece ser ya la vertiente mayor del teatro universal, desechadas las escenificaciones de gran formato. Sería una lástima que tal cosa ocurriera, pues nos privaría de muchos montajes de gran aliento y plasticidad. (Por ejemplo, sin las poderosísimas imágenes que crea Luis de Tavira, la escena mexicana se vería gravemente despojada. Y, para seguir con nuestro país, un posible seguidor de las nuevas corrientes escénicas como es Angel Norzagaray nos conmueve con su Cartas al pie de un árbol tan escueta -y no ignoro que hay que salvar las distancias que se quieran de trayectoria y de influencia mundial- como el montaje de Brook. Olvidemos modas e influencias y disfrutemos lo bueno que se nos ofrezca, pero que en verdad sea bueno).

Con algunos miembros de raza negra pero de nacionalidad diferente, del Centro Internacional de Creaciones Teatrales, que encabeza Peter Brook, creó en 1999 el montaje que presentó en el marco del 18 Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México. Apoyado en sus excelentes intérpretes logra una pequeña estampa de la vida cotidiana en la desaparecida aldea sudafricana. La economía de medios escenográficos y de utilería -y la manera en que son ambos utilizados- van creando los diferentes tonos de la narración, hasta el clímax tipo comedia musical de los años 40 (con la buena cantante y excelente actriz que es Karen Aldridge como Matilda) que desemboca en la atroz venganza haciendo de Philemon un celoso más cruel que el mismo Otelo. El maestro inglés continúa su viaje exploratorio de formas y contenidos, que al fin y al cabo en eso consiste la trayectoria de un creador.

Robert Lepage es el otro teatrista importante -desde luego de menor dimensión internacional que Brook- que el festival trajo a la capital. En los antiguos festivales, no ya del Centro Histórico sino de la Ciudad de México el creador quebequense causó gran impacto con su Trilogía del dragón. Ahora presenta una reflexión acerca de la soledad del hombre en su planeta Tierra y dentro de un Universo en el que se espera que haya algún otro tipo de vida inteligente para sentirse acompañado de alguna forma. La cara oculta de la luna oscila entre la solitaria vida del fracasado Philippe, la de su autocomplacido hermano y destellos del pasado hasta un mundo cósmico un tanto limitado porque se trata, únicamente, de lo que le deslumbrara en su infancia, los primeros viajes cósmicos realizados por los soviéticos y el primer hombre en la Luna. La rivalidad de soviéticos y estadunidenses, se nos dice, es semejante a la de ambos hermanos que son, a su vez, como las dos caras de la Luna.

A pesar del excelente desempeño del actor Yves Jacques y de los muy logrados efectos visuales -con algún momento muy eficaz, como es ese cordón umbilical teñido de rojo que sale del ojo de buey, que es también lavadora, pecera por donde deambula el excesivamente simbólico pez de la madre muerta, la Luna o cualquier otro astro dando nacimiento al títere astronauta- esta vez la obviedad del tema y de los objetos simbólicos que maneja Lepage no llegan a cuajar en un momento teatral para ser recordado, como sí ocurrió en su anterior visita a nuestro país.

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