¿DONDE ESTA EL CONGRESO?
A
más de quince meses del inicio del presente gobierno resulta oportuno
recordar las especies, malintencionadas o no, que atribuían al presidente
Vicente Fox intenciones secretas de corte fujimorista; la composición
plural e incierta de las dos cámaras legislativas, decían
esas voces, será una atadura indeseable para el Ejecutivo federal,
y disolverlas es, en tal circunstancia, una tentación inevitable.
Año y medio después aquellas conjeturas se han mostrado totalmente
infundadas, y no necesariamente por las convicciones institucionales del
Presidente, sino porque en casi todos los terrenos el Legislativo ha permitido
que el Ejecutivo haga y deshaga, y no ha ejercido su función constitucional
de fiscalizar y equilibrar las acciones y las omisiones del gobierno federal.
En el tiempo transcurrido del presente sexenio, el Congreso
de la Unión ha tenido pocas intervenciones memorables en los asuntos
públicos, entre ellas cuando el Senado de la República se
inconformó ante la pretensión del canciller Jorge G. Castañeda
de nombrar embajadora a Mariclaire Acosta, sin la aprobación de
ese órgano legislativo; cuando las dos cámaras aprobaron
una versión adulterada e infame de las reformas legales en materia
de derecho y cultura indígenas; cuando, tras muchos meses de empantanamiento,
el Congreso elaboró y votó una ley de egresos sustancialmente
distinta a la iniciativa turnada por el Ejecutivo, así como las
controversias constitucionales planteadas ante la Suprema Corte en los
casos de la reforma energética y de la derogación del impuesto
a la alta fructosa.
Fuera de esos episodios -el segundo, realmente deshonroso-,
el Legislativo se ha convertido en un poder ausente. La falta es especialmente
grave en lo que atañe a la falta de interés del Senado ante
las catástrofes de las relaciones internacionales -la sumisión
a los designios globales de Estados Unidos, la destrucción de las
relaciones históricas con Cuba, la indefensión criminal de
los migrantes, la entrega ilegal de aguas nacionales al país vecino,
entre otras-, y particularmente absurda por lo que hace a las fracciones
parlamentarias del PRI y del PRD, cuyos componentes fueron elegidos por
la ciudadanía para ejercer un contrapeso efectivo a un gobierno
de extracción panista.
Es desalentadora, y nefasta para la vida republicana,
la combinación de un Ejecutivo sin rumbo claro y un Legislativo
autista. Es urgente que el segundo acate las obligaciones constitucionales
que le corresponden, responda al mandato popular que lo eligió y
asuma su sitio en la institucionalidad nacional. De otra manera, será
inevitable concluir que, a pesar de la alternancia, la pluralidad y el
régimen de partidos, el país no ha salido de la etapa de
los congresos dóciles y sumisos al Presidente en turno.