Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 4 de abril de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Cultura

Olga Harmony

Ataque de pánico

He de confesar mi total desincronía con las obras teatrales muy comerciales. No me refiero a esos montajes -benditos sean ellos- en los que un productor privado apoya un texto de gran calidad y obtiene mucho éxito de público, sino a esos meros entretenimientos con el ojo puesto en la taquilla y con muchas reconocibles figuras de la televisión. A veces alguno de ellos se disfraza de obra de tesis y así circula por el mundo. El ejemplo más palpable sería Los monólogos de la vagina, de Eve Ensler, que por fin vi, después del mucho tiempo que lleva en cartelera, en una función especial por la presencia de la celebrada autora. Se me dice que en la versión original las actrices improvisan mediante escritos que les hacen llegar mujeres del público. Aquí las actrices leen lo ya programado y, dada la anuencia de la propia Ensler, pienso que también así puede ser.

El hecho es que me aburrí sobremanera, porque en verdad sí hay cosas que me horrorizan mucho (los niños desnutridos, el nuevo cerco a los zapatistas, los sucesos de Medio Oriente y la misma violencia contra mujeres indefensas que aquí se denuncia), pero ver a un grupo de conocidas actrices refiriéndose a la vagina no es una de ellas.

Probablemente para ese tipo de mujer desinformada, no lectora, con las reticencias sexuales de algunos grupos, la obra sea un grito liberador, una muy sana catarsis. En eso pensaba en medio de mi aburrimiento. Pero un texto en que se dice y se repite ''tú eres tu vagina" me pareció excesivo. Ni totalmente palacio ni totalmente vagina, las hembras de mi especie somos muchas otras cosas, y muchas de las denuncias que se leen en el escenario ya son conocidas por algunas de nosotras. De cualquier manera, firmé el escrito que se me hizo llegar contra la violencia a las mujeres.

Otro ejemplo de teatro comercial que se quiere hacer pasar como crítica, esta vez a los medios televisivos y en particular a las telenovelas, sería Ataque de pánico, de los autores argentinos Fernando Sily, Daniel Araóz, Pablo Silva y Guillermo Pisán, que, a lo que entiendo, fue adoptada a México por los propios comediógrafos originales. La adaptación consiste en mencionar a Azcárraga, Luis de Llano y algunos dramaturgos locales como Sabina Berman, pero adolece de muchas faltas de conocimiento de nuestra realidad, como hacer referencia al ya inexistente Hotel de México -probablemente para no mencionar al actual World Trade Center nuestro, después de los sucesos del 11 de septiembre- o pensar que un supuesto sacerdote, aun en el delirio de alcohol y drogas de los personajes, sea quien realice un matrimonio formal sin pasar por el Registro Civil. Los argentinos podían equivocarse, pero los mexicanos deberían subsanar esas fallas.

En una escenografía de Gerardo Arévalo, atractiva visualmente pero que está lejos de reproducir un viejo teatro abandonado (y hay que recordar que la escenografía es el primer indicio del lugar donde se desarrolla una acción, sobre todo en lo que se quiere una escenificación realista), que el espectador sólo ubica por lo que se dice en los primeros diálogos, se desenvuelve la historia de dos seres fracasados que llegan al delirio a través de drogas y alcohol, en su intento de pergeñar una sólida historia que salve del fracaso total a la telenovela Dulce Alejandra -de la que es dado ver al espectador algunos fragmentos en los televisores dispuestos en los extremos del escenario- que necesita una idea original para recuperar su rating. La trama de comedia, sin ser algo especial, puede resultar más o menos interesante, pero sus personajes son tan estereotipados como los de cualquier mala telenovela.

El director Mauricio Somuano no los salva. Es más, pienso que ni siquiera hace el intento. Manuel Blejerman, a pesar de lo lineal de su personaje, Ricardo Pratto, tiene la gracia natural de un buen comediante. Pero Sergio Bonilla, que incorpora a Rubén Parisi, está muy lejos de tener las dotes que su padre Héctor Bonilla tenía a su edad y más parece un aficionado que un profesional. La linda María Rebeca hace una prostituta muy rutinaria, sin olvidar el chicle, pero también muy extraña, pues a pesar de cobrar gran cantidad de dinero no se despoja de sus untados pantalones ni siquiera a la hora del acto sexual. Todo en esta escenificación habla de descuido teatral y cuidado taquillero.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año