Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 4 de abril de 2002
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Política

Sami David

La presente realidad política

Es evidente que la democracia electoral ha cobrado vigencia en nuestro país, aunque a costa de los partidos políticos. Estos se han visto rebasados por la sociedad mexicana. Por lo mismo, es urgente revalorar este ejercicio de participación ciudadana, no abrir otros nudos que enturbien más el panorama político presente. Antes de proponer la relección legislativa es preciso fortalecer al Congreso de la Unión para que su trabajo cobre la importancia necesaria para todos.

Todo, en principio, debe replantearse. Un Ejecutivo aún autoritario, que desafortunadamente no guarda las formas, y un Legislativo que sigue debilitándose por sus actitudes partidistas, por su trabajo más en la vía del sentido personal que en la del bienestar para todos. Así, frente a la circunstancia presentada por la Secretaría de Relaciones Exteriores en el caso Cuba y en el apoyo irrestricto a las acciones de la ONU, el Senado de la República debe vigilar el cumplimiento de la política exterior del Ejecutivo. La desmesura del poder debe ser acotada mediante una legislación más acorde con la realidad que vivimos. El equilibrio de poderes aún no logra consolidarse.

Es cierto que entre el decir y el hacer median los conceptos, los referentes ideológicos y el sentido normativo de las cosas. Por algo la palabra se considera desde sus orígenes como sagrada. Hechos, no palabras, referían los romanos. La voz lleva su carga potencial, su sentido de certeza, de coherencia y sensatez. Por eso debe trabajarse no sólo en el ámbito del discurso político, sino en la coherencia con las acciones realizadas. El ejercicio de la congruencia política fue una característica de Benito Juárez, el prócer que desde las más altas esferas del poder ha quedado rezagado.

Este sentido de sensatez llevó al indígena oaxaqueño a realizar una acendrada defensa de la nación. Su entrega a la legalidad, conducta enriquecida por la pasión y la fortaleza, determinaron la vida y el accionar de Juárez. Ante la inconsistencia de la administración pública, su figura de estadista, reformador y patriota crece y adquiere mayor significación y relevancia. Sigue siendo un ejemplo de ciudadano probo y de funcionario invaluable, a tal grado que se olvida a la persona.

La presente realidad política no puede estar al margen del legado juarista. Y más cuando los vientos de incoherencia discursiva nos acercan a la debacle, al anquilosamiento, pese a las voces de cambio esgrimidas por un partido que representa, justamente, lo que Juárez combatió. Hay que destacar que el prócer de la sierra de Ixtlán fue, fundamentalmente, el constructor del moderno Estado mexicano, puesto que con su reforma determinó la separación del ámbito religioso en la aplicación de los programas de gobernabilidad. Su defensa de la investidura presidencial demostró arrojo, integridad y amor a la patria. Como símbolo de congruencia, como icono de valor y entrega, Juárez debe ser evocado siempre.

Esa férrea voluntad para defender la legalidad, incluso frente al invasor, es una muestra de lo que el espíritu de nación puede conseguir. Identidad y pertenencia; entrega y compromiso. Y la patria como el núcleo principal en su escala de valores. La ética y los valores universales deben prevalecer frente a la falta de ejercicio político. El pensamiento debe corresponder a la acción como un ejercicio ineludible de congruencia. Significa, entonces, que la política también incorpora elementos éticos, con el propósito de diseñar programas gubernamentales y estimular la participación de la sociedad. La libertad para ejercer la democracia debe ser una responsabilidad compartida para llenar los espacios de participación ciudadana.

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