Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 2 de abril de 2002
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Política

Luis Hernández Navarro

México y el nuevo orden imperial

La intervención militar de Estados Unidos en otras naciones ha sido una constante en su historia. Desde su independencia ha enviado sus tropas a combatir a otros países en 216 ocasiones. Esta tradición de intervencionismo, frenada parcialmente por su derrota en la guerra de Vietnam, ha resurgido con renovado vigor a raíz del 11 de septiembre. Sin la resistencia de los ciudadanos estadunidenses a las acciones militares en el exterior que producirán muertes de sus soldados, la administración de George W. Bush se ha metido de lleno en una carrera armamentista y en la definición de un nuevo orden mundial basado en la supremacía militar de su país.

Según Condoleeza Rice, la asesora en Seguridad Nacional de Bush, el nuevo "interés nacional" es la guerra contra el terrorismo, así como el rechazo al acopio de armas de destrucción masiva por parte de los "Estados irresponsables". Para Richard Haass, director de Planeación del Departamento de Estado: "El objetivo de la política exterior de Estados Unidos debe ser persuadir a los otros grandes poderes a comprometerse con varias ideas centrales sobre cómo debe funcionar el mundo: oposición al terrorismo y a las armas de destrucción masiva; apoyo al libre comercio, la democracia y los mercados".

Se trata de que Estados Unidos desempeñe en el mundo un papel mucho más importante del que hasta ahora ha tenido. Un papel en el que tendrá la posibilidad de volver a dibujar el mapa de los poderes regionales planetarios y sustituir por la fuerza a distintos gobiernos. Un papel en el que deberá evitar que cualquier otra nación o alianza trasnacional se conviertan en un poder alterno al suyo.

Las ideas centrales de esta doctrina del unilateralismo no son nuevas. Provienen en mucho del equipo que elaboró la política exterior y de defensa estadunidense con el padre del actual presidente. De hecho, muchas de las figuras principales de la actual administración son las mismas que estuvieron en aquel entonces al frente del gobierno. Como lo son también las grandes empresas petroleras o fabricantes de armamento que apoyaron sus campañas presidenciales y que se beneficiarán de esta oleada belicista. Son un grupo ultraconservador altamente cohesionado, convencido de que su país tiene que hacer valer su supremacía militar para realizar su "misión histórica" , y de que existe una relación especial entre Estados Unidos y Dios, que justifica el uso de la fuerza y la evasión de compromisos internacionales.

Para lograr estos objetivos la Casa Blanca planea contar con un gasto militar de 3 mil millones de dólares durante los próximos cinco años, rediseñar y fortalecer su arsenal nuclear, suspender conquistas civiles dentro de su territorio y violar derechos humanos fuera de él, ampliar las bases militares que tiene en otros países e involucrarse activamente en acciones bélicas en otras partes del planeta.

De acuerdo con el Based Structrure Report 2001, del Departamento de Defensa, Estados Unidos tenía antes del 11 de septiembre instalaciones militares en 38 países. En esta cifra no se incluyen las bases de Arabia Saudita, Kosovo y Bosnia. Ahora, según el Pentágono, posee instalaciones militares en casi 60 países y territorios. Tiene, además, convenios de cooperación que incluyen traslado de hombres y equipos con 93 naciones. Entre las nuevas bases que ha establecido se encuentran cuatro nuevas en América Latina: Ecuador, Aruba, Curazao y El Salvador.

En enero de este año, la Casa Blanca envió 700 soldados para ayudar en el combate de una pequeña guerrilla en Filipinas. Los preparativos para una acción militar ofensiva contra Irak se han intensificado, así como para intervenir directamente en contra de las FARC, en Colombia. En un hecho sin precedentes, a pesar de que la guerrilla colombiana no ha realizado acciones militares en territorio estadunidense, Washington pretende ahora involucrarse activamente en el combate contra ella, cambiando el paradigma del combate a las drogas por el de guerra al terrorismo. Durante 2002 la administración Bush otorgó al gobierno colombiano 1.5 millones de dólares diarios por concepto de ayuda militar. Quiere que el presupuesto que apruebe el Congreso para 2003 sea de 490 millones de dólares anuales, utilizables prácticamente sin limitaciones (léase respeto a los derechos humanos), en parte para defender oleoductos propiedad de compañías estadunidenses, así como para tener una participación mucho más directa en acciones de contrainsurgencia.

El gobierno de Fox ha renunciado a diferenciarse de esta política. Según afirmó el canciller Castañeda, lo mejor que puede hacer México es sumarse incondicionalmente. Al hacerlo ha roto con el marco que la Constitución señala como guía a seguir para nuestra política exterior.

En el pasado, a pesar de la desigual relación de fuerzas, la diplomacia mexicana actuó con relativa eficacia como contrapeso a los excesos imperiales de Washington. La política hacia Cuba o hacia las guerras en Centroamérica fue una carta para obtener márgenes de respeto a nuestra soberanía. Hoy, a cambio de nada (las promesas de un trato distinto a nuestros compatriotas en Estados Unidos son sólo promesas), se ha abandonado la posibilidad de seguir una política autónoma. México no tiene nada que obtener sometiéndose sin más a los intentos de expandir el nuevo imperio. Puede, en cambio, ganar mucho si se resiste con la inteligencia que le da su propia historia a tales despropósitos.

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