Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 17 de marzo de 2002
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Política

Jenaro Villamil

Intimidad y escándalo en la tv

Si analizamos los escándalos mediáticos más recientes y perdurables (el caso Gloria Trevi, el caso Tatiana, el caso Stanley, etc.) o el auge de programas y de notas alimentadas en el chismorreo y la constante cultura de la delación, la intrusión a la vida privada de cualquier ciudadano o la acusación melodramática de los talk shows, nos daremos cuenta de que la primera irregularidad de estos productos televisivos radica en contravenir lo estipulado en el artículo 16 de la Constitución, que consagra el derecho a la intimidad. Los primeros párrafos de este ordenamiento (reformados por última vez en noviembre de 1993) establecen que: "Nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o posesiones sino en virtud de mandamiento escrito de la autoridad competente que funde y motive la causa legal del procedimiento".

Por supuesto que no existe una prohibición expresa a los medios electrónicos o impresos, pero esto no significa que el derecho a la intimidad no esté previsto en relación con los contenidos mediáticos. El artículo 7 constitucional, el mismo que consagra la libertad de expresión, también establece un candado explícito en relación con la privacidad: "Es inviolable la libertad de escribir y publicar escritos sobre cualquier materia. Ninguna ley ni autoridad puede establecer la previa censura, ni exigir fianza a los autores o impresores, ni coartar la libertad de imprenta que no tiene más límites que el respeto a la vida privada, a la moral y a la paz pública".

Desgraciadamente, la ley reglamentaria que regula los contenidos en los medios electrónicos en México (que data de 1960) no prevé una fiscalización expresa en este sentido. La discrecionalidad o las reglas de lo "políticamente correcto" y lo moralmente aceptado eran lo que antes marcaba las fronteras del respeto al derecho a la intimidad en los grandes consorcios privados radiofónicos y televisivos.

La feroz competencia comercial y por el rating impuso desde la década de los 90 que estos mismos medios alteraran sus propios códigos éticos y se promovieran cada vez más con mayor éxito programas de espectáculos, y más recientemente reality shows, que se centran en ventilar públicamente la intimidad de los individuos -en su mayoría, integrantes del vedetariato televisivo- o en alimentar una nueva patología social: la renuncia "vo-luntaria" de participantes en talk shows o en programas de concurso para ser filmados en condiciones aparentes de intimidad (como en el caso de Big Brother, y subrayamos lo de aparente porque toda la intimidad creada es telegénica y ficticia) o para que su privacidad sea alterada frente al poder omnímodo de las cámaras.

La violación a la intimidad y a la privacidad no es un simple juego sino un gran negocio telegénico. Se enlaza con uno de los fenómenos brillantemente analizados por John B. Thompson en su reciente obra El escándalo mediático, publicada en 2000, en la que destaca que para que exista un escándalo en los términos modernos se requieren las siguientes características:

"a) Su ocurrencia o existencia implica la transgresión de ciertos valores, normas o códigos morales". Por supuesto que las transgresiones preferidas por la televisión sensacionalista son aquellas de índole sexual, seguidas por los escándalos originados por fraudes financieros o por procedimientos políticos poco claros. Sexo, poder y dinero forman la triada preferida. Muchos escándalos mediáticos, apunta Thompson, "implican un elemento de hipocresía", como se vio en el caso de los roces sexuales entre Bill Clinton y Monica Lewinsky, o en el caso mexicano de la historia de la cantante Gloria Trevi y el promotor Sergio Andrade, quienes antes de caer en la gracia de los intereses de la industria del espectáculo no eran objeto de acoso ni de linchamiento.

"b) Su ocurrencia o existencia implica un elemento de secreto o de ocultación, pero ello no obstante llegan a ser conocidos por individuos distintos directamente a los implicados; o bien esos individuos tienen motivos para creer fundamentalmente que existen tales elementos de secreto u ocultación". Lo interesante en los recientes escándalos mediáticos es una especie de dramatismo, de ocultación y revelación.

"c) Algunos no participantes desaprueban las acciones o los acontecimientos y pueden sentirse ofendidos por la transgresión.

"d) Algunos no participantes expresan su desaprobación denunciando públicamente las acciones o los acontecimientos". Los denunciantes de los recientes escándalos mediáticos globales han elegido como medio primordial a la televisión y a Internet.

"e) La revelación de las acciones o acontecimientos y la condena que recae sobre la conducta pueden dañar la reputación de los individuos responsables", pero no siempre se da esta consecuencia. Por el contrario, en muchos casos, sobre todo en el ámbito del espectáculo, la fabricación de escándalos a partir de la revelación de hechos y datos de la intimidad constituye una parte fundamental del negocio telegénico.

En otras palabras, el escándalo vende, y si se funda en la constante alteración de la vida privada o en borrar las fronteras entre la intimidad y la ficción, estamos frente a nuevos valores simbólicos que son alimentados con toda la fuerza de la adicción mediática de una sociedad que aún no recupera un nuevo sentido de lo público.

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