Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 13 de marzo de 2002
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Cultura

Javier Aranda Luna

Educación y cultura en tiempos de penuria

Si midiéramos la importancia de la cultura por la opinión de ciertos funcionarios, nos convendría hacer un fraterno y emocionado mutis. El cambio democrático y la crisis han servido para conocer mejor a no pocos de quienes llevan las riendas del país. Si fuera por ellos, los libros ya estarían gravados con el impuesto al valor agregado (IVA); los escritores estarían obligados a pagar al fisco porcentajes similares a los grandes empresarios del país -sin las prebendas, claro, que éstos tienen-; la educación superior se privatizaría, se construirían menos escuelas y bibliotecas públicas, se financiaría un número menor de obras de teatro, de espectáculos de danza, música y de exposiciones de artes plásticas.

Ahora que el secretario de Hacienda anunció nuevos recortes al gasto público por la merma en las ventas petroleras, no debería sorprendernos que recayeran en el terreno de la ciencia, la educación y la cultura. Esas áreas representan, para un considerable sector de la clase política, el eslabón más débil de la cadena productiva; los rubros ''prescindibles'' en tiempos de emergencia. ƑCultura en medio de la crisis? ƑCiencia en tiempos de penuria?

A pesar de las lecciones del pasado que nos enseñan la importancia de invertir en ciencia, educación y cultura, los planes económicos de nuestros gobernantes se empeñan en desalentar esas actividades en aras de un progreso que pocos ciudadanos perciben con claridad. Para mantener una economía sana, combatir la pobreza, mantener un ''desarrollo sustentable'' debemos sacrificar, nos dicen, lo accesorio. Su lógica es previsible: nos convienen más fábricas que obras de teatro; más maquiladoras que investigación científica, más martillos que libros. Lo que olvidan quienes piensan así es que esos argumentos son, en última instancia, una increíble justificación del analfabetismo, un candoroso alegato en favor de la dependencia científica, tecnológica y cultural.

Científicos como Jorge Membrillo y René Drucker nos han alertado recientemente sobre la urgencia de destinar mayores recursos a nuestros centros de investigación científica y tecnológica. Sólo así, según ellos, México alcanzaría un desarrollo pleno. Tienen razón. Por desgracia el presupuesto destinado a esas actividades tiende a disminuir. Otros campos también nos dan señales de alerta: gracias a datos de la Cámara Nacional para la Industria Editorial Mexicana, publicados en estas páginas, sabemos que en sólo dos años (de 1998 a 2000) se dejaron de publicar 25 millones de ejemplares. Una barbaridad para un país de escasos lectores. De continuar esa tendencia dejarían de publicarse nuevos títulos, nuevos autores y, eventualmente, desaparecerían algunas de las editoriales pequeñas que han logrado sobrevivir a la competencia de los grandes grupos. Algo más: las artesanas de Ocumichu, célebres en todo el mundo por su producción de demonios, han abandonado paulatinamente sus talleres para dedicarse a la servidumbre.

El progreso de una nación no se consigue, como señalara Jaime Torre Bodet, en un discurso fechado el 27 de julio de 1947, ''con un poco de capital y un puñado de técnicos hacendosos'' que ignoren el valor de la educación, la ciencia y la cultura. No pretendo que a los artesanos los declaren nuestras autoridades ''patrimonio nacional'' como ocurre en Japón. Tampoco que se destine un porcentaje similar de recursos al que dedica Suecia a sus actividades culturales o Alemania a su educación superior.

Sería ideal, en estos tiempos difíciles, algo más sencillo: simplemente que nuestros funcionarios públicos consideren lo ''accesorio'' como parte esencial del desarrollo. Que consideren a la ciencia, la educación, la cultura, como fuentes reales de progreso. Siempre será mejor contar con obreros calificados que sólo con obreros, con científicos trabajando en un laboratorio y no en un taxi, con editores que no estén condenados a imprimir best-sellers para no cerrar su negocio y con ciudadanos que conozcan plenamente sus deberes y derechos.

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