Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 5 de marzo de 2002
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Espectáculos

JAZZ

Philip Catherine y Jimmy Bruno

Antonio Malacara

CROSSROADS, NUEVA PROMOTORA de espectáculos que trata de especializarse en jazz y blues, presentó el sábado pasado en el Salón 21 a Philip Catherine y a Jimmy Bruno, dos guitarristas de enorme trayectoria en el jazz. El primero en aparecer fue Jimmy Bruno, quien había sido anunciado como un "virtuoso del bebop". Pero el guitarrista de Filadelfia sólo mostró oficio y buena técnica, dos virtudes evidentemente plausibles, pero que no alcanzan a convertir al señor Bruno en un virtuoso. En cuanto al bebop, éste se asomó sólo unos momentos al principio y al final de su presentación. En lo referente a sus músicos acompañantes, el contrabajo de Michael Jones y la batería de Marc Dicciani, pasaron inadvertidos.

DESPUES DE UN breve intermedio, llegó el cuarteto de Philip Catherine y las cosas cambiaron radicalmente. Fue un toque mágico, esférico, inmediato. No habían terminado de ensamblar los primeros compases y ya evidenciaban la solvencia de su discurso. Bert Joris hace gala de mesura y profundidad en la trompeta, manteniéndose así toda la noche; no se inquieta ni se despeina para bajar sus líneas. Las baquetas de Joyce Bascal flotan sobre la batería, la acarician con determinación; el matiz y la ecualización de un tempranero solo parece salir de una grabación previa. El contrabajo de Philippe Aerts repta omnipresente y sólo en contadas ocasiones se queda solo para fraccionar sus cuerdas en mil voces que convergen siempre en el sitio exacto.

UN GRUPO EN plenitud, dirigido por un músico que parte, departe y comparte, que frasea con una elegancia alegre y desencajada. Al común denominador de este cuarteto lo podríamos traducir como un frenesí sui generis, sobrio y dosificado. La constante en la presentación es un toque negro y blusero que se filtra y se transforma en el beat del grupo, en la muy particular y blanquecina voz de Philip Catherine, que igual asimiló el preciosismo clásico de sus días al lado de Stephane Grappelli, que la búsqueda estética de su trabajo con Jean-Luc Ponty (por hablar de violines). El guitarrista ofrece breves y constantes espacios de improvisación para sus compañeros, quienes con su música, al parecer y según nuestra imaginación, llenaron de colores abstractos el Salón 21 y lograron mitigar en algo la horripilante iluminación congalesca, que en realidad tiene ese espacio.

EL GRUPO NOS emociona muy a pesar de su obstinación por mantener la mesura y la sutileza durante todo su trayecto sonoro. Tal vez el único tropezón lo sentimos en Let's face the music and dance, en la que la flema inglesa se exacerba. No obstante, este joven cincuentón rehizo la noche, nos envolvió en la fragilidad de su estilo europeo e hizo que disfrutáramos al máximo casi todos sus instantes, al grado de dispensar que nos estuvieran dando añejo por solera.

 

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