Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 1 de marzo de 2002
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Cultura

Presentan libro de Sandra Lorenzano sobre dictadura y narrativa en ese país

Argentina está con un pie en la Pampa y otro en el abismo, pero su escritura sobrevive

Lejos quedó su esplendor editorial cuando competía con los sellos más poderosos

Alicia Kozameh y Mempo Giardinelli, entre los que han vivido el exilio y la crisis

CESAR GÜEMES

Los escritores, con algunos periodistas, lo dijeron antes que nadie en sus obras: Argentina está con un pie en la Pampa y otro en el abismo. La famosa gota que derrama el no menos célebre vaso equivalió, para los habitantes de ese irreductible espacio del Cono Sur, al chubasco instantáneo de una manguera de alta presión.

Con el derrumbe del proyecto neoliberal y partiendo de la científica base de que nadie experimenta en cabeza ajena, el país sudamericano se detuvo, frenó en seco pero no alcanzó a evitar que la inercia lo llevara a despeñarse en varios sentidos; el de la producción de libros es sólo uno de ellos. Lejos, pero muy lejos, quedó el brillo de las editoriales que lograron hasta hace no más de 15 años competir en igualdad de circunstancias con los sellos más poderosos del mundo. Queda la memoria, desde luego, y la constatación en las 1a-bue20-084125bibliotecas personales de que la literatura hecha o impresa en Argentina fue toda una época, por cierto buena, para las obras realizadas en castellano o para las traducciones antes de que Barcelona las homogeneizara ''madrilizándolas".

Apuesta contra la resignación

Todo esto, sin embargo, no ha detenido a los escritores. La creación se apoya en un sustrato económico, pero no depende de él, mucho menos cuando de contar la propia realidad se trata. Nada menos, el martes de esta semana el escritor y periodista argentino Sergio Ciancaglini dio a conocer su libro La revolución del sentido común bajo el ya heroico sello de Sudamericana y aclaró parte del secreto a voces: ''El gran robo de Argentina se produjo a partir del golpe militar de 1976".

Antes, Ciancaglini había publicado El octavo círculo, según cuenta ''en referencia al infierno de Dante, donde están todos los estafadores, los mentirosos, los traficantes de personas".

A partir de ahí comenzó a trabajar en La revolución del sentido común ''al observar esa época que se avecinaba en Argentina, origen de la que tenemos hoy, de privatizaciones mal hechas, desempleo y corrupción". Y como la esperanza se pierde justo después del último dólar, concluyó el prosista con una verdad que no por simbólica carece de entraña: ''El libro es una apuesta para que no nos resignemos a aceptar la vida tal como está".

Precisamente esa ausencia de resignación fue la que ha llevado a decenas de escritores argentinos a continuar con su tarea, dentro o fuera de su país, pero siempre con la referencia directa a él. Un censo mínimo de lo que hoy puede leerse de creadores que han vivido la dictadura y la crisis comienza por Ricardo Piglia (1941), quien se quedó allá y ha producido La invasión, Nombre falso, Respiración artificial, Crítica y ficción, Prisión perpetua, La ciudad ausente, La Argentina en pedazos y Plata quemada, por la que ganó el Premio Planeta en 1997. Cronológicamente aparece Liliana Heker (1943), directora de un par de revistas imprescindibles, El ornitorrinco y Elargentina-foro-social escarabajo de oro; autora de Los que vieron la zarza, Los bordes de lo real y El fin de la historia, novela que narra el quiebre social de su país en la década de los setenta.

Mempo Giardinelli (1947), exiliado en México casi toda la década de los ochenta, es de los más prolíficos: La revolución en bicicleta, El cielo con las manos, Vidas ejemplares, Luna caliente, Qué solos se quedan los muertos, El castigo de Dios, Santo oficio de la memoria (Premio Rómulo Gallegos) e Imposible equilibrio. El indispensable y policiaco Guillermo Saccomanno (1948), con Situación de peligro, Bajo bandera, Animales domésticos, La indiferencia del mundo y El buen dolor. Néstor Perlongher (1949), ''neobarroso" por excelencia: mestizaje entre el barro del Plata y la estética barroca, fallecido en 1992 no sin antes dar a conocer Austria-Hungría, Alambres, Hule, Parque Lezama, Aguas aéreas y El cuento de las iluminaciones.

Y entre los ligeramente más jóvenes, la estafeta recae en tres escritores: Alicia Kozameh (1953), prisionera política de 1975 a 197, exiliada a Estados Unidos en 1980, cuando hace El séptimo sueño y a su vuelta a Argentina da a conocer Pasos bajo el agua; Martín Caparrós (1957), periodista, exiliado en Francia y España de 1976 a 1983, dedicado narrador que ha puesto a circular No velas a tus muertos, La historia y, al alimón con Eduardo Anguita, tres considerables tomos con el tema de la militancia revolucionaria que llevan por título general La voluntad; y Rodrigo Fresán (1963), un tipo que aprecia la gastronomía y el cine y escribe sobre ellos con asiduidad; ha conseguido textos ácidos como Historia argentina, Esperanto y La velocidad de las cosas.

El canon como ancla

El actual quebranto argentino es más notorio por la relativa pujanza de los años sesenta, pero también porque la escritura en el sitio tiene clásicos contemporáneos cuya trascendencia nada le pide a la pasión futbolística. Tomás Eloy Martínez (1934),cacerolazo_argentina_lkjkoe maestro de más de cuatro y autor de libros como Sagrado, La mano del amo, Lugar común la muerte, La pasión según Trelew, La novela de Perón y Santa Evita tuvo a bien escribir un ensayo titulado El canon argentino, en el cual pone puntos y acentos sobre las respectivas íes. Expresa: ''Para todo lector, el canon es un ancla, una certeza: aquello de lo que no se puede prescindir porque en los textos del canon hay conocimientos y respuestas sin los cuales uno se perdería algo importante. El canon confiere cierta seguridad a los lectores, les permite saber dónde están parados, cómo es la realidad a la que pertenecen, cuáles son los textos que no deben ignorar.

''Un canon argentino basado sobre tal principio no podría excluir (partiendo) de Borges, Bioy Casares, Cortázar, Bianco y Manuel Puig, a los poemas de Juan Gelman y de Néstor Perlongher, los cuentos de Rodolfo Walsh; las tres primeras y la última novela de Osvaldo Soriano; Crítica y ficción, de Ricardo Piglia; La vida entera y La máquina de escribir, de Juan Martini; El entenado y los poemas de Juan José Saer; Canon de alcoba, de Tununa Mercado; La revolución es un sueño eterno, de Andrés Rivera; Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson; Luz de las crueles provincias, de Héctor Tizón, y los poemas de Enrique Molina, Olga Orozco y Amelia Biagioni, por citar sólo autores que han pasado ya los 50 años o que, en un par de casos, han alcanzado reconocimiento póstumo."

A ese canon es preciso sumar otro, alterno e igualmente amplio si bien menos documentado. A esa otra literatura argentina se ha dedicado la investigadora Sandra Lorenzano, cuyo libro Escrituras de sobrevivencia (UAM, Miguel Angel Porrúa y Beatriz Viterbo Editora), se presentó la noche de este jueves. En el volumen, Lorenzano se dedica al análisis de dos obras generadas dentro del periodo dictatorial en su país de origen: En breve cárcel, de Sylvia Molloy, y La casa y el viento, de Héctor Tizón. Su definición de este otro canon se basa, según nos explica, ''en oponer frente al discurso autoritario la literatura con discursos marginales, de memoria en negativo. Eso nos lleva a colocar en la escena literaria esas otras identidades que están siendo borradas y desaparecidas del discurso hegemónico". El antecedente de esta literatura, de igual calidad que la más difundida, es el contraste con la realidad compleja ''y responde al borramiento permanente de la otredad".

Lenguaje después del horror

Cuando se habla de literatura argentina es usual pensar en la que se hace en la zona de Río de la Plata. El caso de Tizón no corresponde a esta área y, por tanto, explica Lorenzano que ''no responde a la estética propia de la literatura rioplatense. La literatura de Tizón pone en escena una parte eliminada de la historia argentina a partir de su experiencia como habitante de Jujuy, ubicada a 2 mil kilómetros decacerolazo_argentina_lkjs2 Buenos Aires, provincia andina, mestiza, con presencia indígena muy fuerte y mucho más vinculada al resto de América Latina que a la zona del Río de la Plata. Frente a la construcción autoritaria de Argentina como una nación blanca, próspera y europea, está todo el resto del país. La propuesta de Tizón es justamente la entrada de estos sectores ignorados de la relación oficial a través de personajes literarios".

El hecho de que Molloy y Tizón se encuentren reunidos en un volumen en la perspectiva de Lorenzano radica, en sus palabras, ''en que los dos hablan con un lenguaje después del horror, durante el duelo y a partir de una escritura fracturada en la que la reflexión sobre el propio lenguaje y el ejercicio literario es muy importante. Esto, además de llevar a primer término la vida de los protagonistas olvidados del país, en el caso de Héctor Tizón, y en el de Sylvia Molloy una sexualidad distinta de la única que aceptan en Argentina los sectores dominantes y conservadores".

Obras como En breve cárcel y La casa y el viento tienen sobre sí una doble losa: ''Son novelas que permanecen incluso al margen del canon alternativo de las novelas de la dictadura y por eso me pareció que en un momento como el actual es vital sacar a la luz su lectura".

La tarea presente de la literatura argentina, según señala Margo Glantz en la introducción a Escrituras de sobrevivencia, es ineludible: ''Escribir es combatir al silencio, a la muerte. Y así es, efectivamente, contra la amnesia y su complemento, la amnistía, se escribe, se hace arte".

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