Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 27 de febrero de 2002
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Cultura

Javier Aranda Luna

El tiempo de arena de Torres Bodet

A Jaime Torres Bodet le han reprochado todo: su escritura prolija, su apuesta por los clásicos e incluso que conociera la celebridad en vida. Eso en realidad no importa. Las críticas, más que condenarlo, lo vivifican: nos hacen volver la vista a unos poemas de admirable e infrecuente perfección y a la vida de un hombre que impulsó, como pocos lo han hecho, la educación en México. Torres Bodet fue el poeta educador por excelencia. No porque su obra fuera didáctica sino porque trató que otros disfrutaran de las bondades de la imaginación y la reflexión, ingredientes básicos, creía él, para afianzar la vida democrática.

La historia de la cultura en nuestro país registra a José Vasconcelos como el gran detonador de la educación en México: fue el primer secretario de Educación Pública, hizo tirajes masivos de los autores clásicos, formó bibliotecas, fundó la revista El maestro, que diera a conocer por primera vez La suave Patria, de Ramón López Velarde, e impulsó el movimiento muralista.

Pero esa historia de la cultura en México estaría incompleta sin la figura de Jaime Torres Bodet, quien trabajó, de muy joven por cierto, con el propio Vasconcelos. Torres Bodet, como secretario de Educación, puso en marcha una de las más grandes campañas alfabetizadoras. Alcanzó a más de 3 millones de personas, lo que, a mediados de los años cuarenta, fue todo un logro. También construyó bibliotecas y escuelas públicas y dio inicio al Sistema de Libro de Texto Gratuito, que se ha convertido en una de las banderas de la izquierda, la misma que lo combatió siendo titular de Educación.

Además, gracias a su interés, se construyeron dos museos de importancia: el Nacional de Antropología, que aún nos enorgullece, y el de Arte Moderno. Si Vasconcelos fue el místico de la labor educativa inundando con libros un país recién salido de los movimientos armados, Torres Bodet fue uno de los más eficaces promotores culturales que hemos tenido.

Pero sería injusto recordar a un poeta a cien años de su nacimiento (se cumplirán el 17 de abril) sólo por su trabajo como funcionario. Polígrafo como Alfonso Reyes, Torres Bodet fue un escritor de gran curiosidad y muy prolijo. Sus obras abarcan cientos de páginas y constituyen un amplio abanico de géneros. Allí caben poemas, discursos, memorias, documentos, ensayos, apuntes de viaje, notas de lectura, relatos y novelas.

La curiosidad literaria del autor de Cripta, quizá su mejor libro, se manifestó siendo adolescente. A los 12 años comenzó a escribir con la conciencia de convertirse en un hombre de letras y, a esa edad, ya le atraían, por igual, todos los géneros. De ello dejó constancia en su estupendo libro de memorias Tiempo de arena.

A los 19 años, cuando era secretario del rector Vasconcelos, ya había publicado su primer libro de poemas, Fervor, prologado por Enrique González Martínez, y daba los últimos toques a Canciones y Nuevas canciones, prologados ambos por Gabriela Mistral. Primero el simbolismo francés y luego el surrealismo dejaron huella en su poesía. Más tarde el bronce de Francisco de Quevedo. Sus novelas, que según algunos lectores, presagiaron el nouveau romain de Duras, son menos conocidas que sus libros de memorias. Me refiero sobre todo a Tiempo de arena, escrito, en buena medida, al estilo del Chateaubriand de Memorias de ultratumba.

Para Torres Bodet el tiempo era de arena. Y, en la arena, ''las huellas duran lo que el viento quiere". No dejemos que el viento sea la indiferencia y el olvido. Sus poemas perfectos y transparentes están escritos para el ahora, para el aquí del que todos somos parte. En su poesía se entrecruzan el hombre individual y la tribu porque no se puede servir al espíritu de uno ''sin servir a la humanidad". A casi 30 años de su muerte (se suicidó de un tiro) todavía sigue dando lecciones. La lección, por ejemplo, de que la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre.

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