Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 22 de febrero de 2002
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Contra
Afganistán, rumbo a la guerra civil

Pierde Karzai las riendas del gobierno mientras cunden enfrentamientos por el poder

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Moscu, 21 de febrero. El gobierno interino de Hamid Karzai pierde cada día el control de la situación en Afganistán, mientras los enfrentamientos entre las facciones que lo componen, entre los distintos grupos étnicos del país e incluso entre tribus de una misma etnia, amenazan con derivar en una guerra de todos contra todos.

Este podría ser el balance de los dos primeros meses de gestión del hombre que, no sin influencia directa de la petrolera Unocal, impuso Estados Unidos en Kabul desde el 22 de diciembre.

La inoperancia del gobierno de Karzai, que apoyado en tropas extranjeras mantiene a duras penas un relativo orden en la capital, adquiere especial dramatismo en el resto del país. Ahí, para la mayoría de la población, la cotidiana realidad tiene por rasgos principales la miseria extrema, las epidemias, la inseguridad y la violencia. Además, tres millones y medio de afganos refugiados en Pakistán e Irán no tienen adónde ni para qué regresar.

En estos dos meses, lejos de cimentarse bases mínimas para la paz que necesita el devastado país, Afganistán se enfiló hacia el despeñadero de un nuevo baño de sangre, similar al que hubo en la primera mitad de los noventa.

Entonces se rompió la frágil tregua entre los mujaidines que derrocaron el régimen de Najibullah, abandonado a su suerte por los soviéticos; los mismos combatientes islámicos que ahora, alentados por las bombas estadunidenses, resultaron aliados coyunturales. Acabaron matándose unos a otros, debido a agravios de siglos y a otras diferencias irreconciliables, muchas de origen económico, como el manejo del gran negocio de la heroína.

Median menos de diez años y pareciera que, desmontado el régimen talibán, se vuelve al punto de partida: es muy alto el riesgo de que suceda lo mismo.

El reciente asesinato del ministro de Aviación Civil y Turismo, Abdul Rahman, corrobora la descomposición de un gobierno provisional armado a toda prisa en Alemania por emisarios de la ONU a partir de un acuerdo que existe sólo en el papel. Va mucho más allá de un simple "ajuste de cuentas personal", según insiste la versión de Karzai, también minimizada por el triunvirato tadjiko, integrado por los titulares de Defensa, Interior y Relaciones Exteriores, que habla de linchamiento con participación de "extremistas islámicos".

Rahman, pashtún vinculado al ex monarca Zahir Shah, exiliado en Roma, fue matado a golpes al negarse a firmar su renuncia, como parte de un plan para intimidar a otros ministros del círculo cercano de Karzai. Todos los presuntos implicados son tadjikos, entre ellos el jefe de la oficina de seguridad nacional, general Juraat Jan Panjshiri; el titular del servicio secreto, Abdul Ajan Tawhidi, y uno de los viceministros de Defensa, el general Kalandar Beq.
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El incidente se inserta en una larga relación de ejemplos que completan el cuadro de inestabilidad en Afganistán, caldo de cultivo de una guerra civil.

Son recurrentes ya los tiroteos entre los soldados del uzbeko Rashid Dostum y los del tadjiko Atta Mohamed, en la parte norte del país, sobre todo en Mazar-e-Sharif y Kunduz. En el sur, hace apenas unos días, la aviación estadunidense tuvo que bombardear las afueras de la ciudad de Jost para sofocar una disputa entre tribus rivales. Varias provincias tienen gobernantes no reconocidos por Karzai, y otras, al revés, impugnados por los habitantes.

 Aumentan el bandidaje, la persecución étnica, los saqueos en poblados, el secuestro de extranjeros que trabajan en organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales y florece un nuevo "negocio" de los encargados de perseguir la delincuencia, la venta de prisioneros árabes que no son reclamados por Estados Unidos al no guardar relación ninguna con Al Qaeda, la red de Osama Bin Laden.

Esto último ilustra la barbarie de las nuevas autoridades, equiparable a las atrocidades del régimen talibán que aspiran sustituir. Cientos de árabes, que llegaron como voluntarios, creyendo que harían la jihad, ahora están hacinados en contenedores de dos metros de alto por cinco de largo.

Todos los prisioneros tienen precio y casi no creen que sus familiares puedan pagar la suma del rescate, que va de 10 mil dólares por un egipcio o yemenita hasta 50 mil por un ciudadano de Arabia Saudita, según denunció un periodista árabe que acaba de regresar de Kabul.

Los países limítrofes, a pesar de los ob-vios desmentidos oficiales, tienen sus propios planes respecto del futuro de Afganistán, clave en potenciales nuevas rutas para mover el petróleo y el gas natural de la re-gión, y no escatiman recursos con tal de inclinar la balanza a su favor o, al menos, impedir que se consolide el pretendido arreglo que promueve Estados Unidos.

De palabra respaldan a Karzai; en los hechos, ya sea por origen étnico o afinidad de corrientes en la interpretación del Islam, arman y financian a sus protegidos, jefes militares de ascendiente regional que, poco a poco, convierten el país en reinos de taifa.

Todo esto, y mucho más, hace de Karzai un rehén de las tropas extranjeras. Son su único sostén y, a la vez, una peligrosa trampa. A mayor presencia militar foránea, más descontento de una población que, azuzada por la autoridad religiosa de cada localidad, los mullahs, nunca ha aceptado estar bajo dominio de "infieles".

Los recientes tiroteos a soldados de "fuerza internacional de pacificación" son la primera respuesta espontánea a los miles de víctimas civiles, cuya cifra es imposible de establecer con exactitud, uno de los daños colaterales causado por las 18 mil bombas que cayeron en suelo afgano desde que comenzó la operación Libertad Duradera.

¿Y los talibanes? No deja de ser un enigma su extraño abandono de las principales ciudades de Afganistán, en noviembre pa-sado. Lo cierto es que muy pocos afganos han accedido a entregar las armas y hace tan sólo unos días se supo de los talibanes a través del mullah Abdulh Razzak, ex ministro del Interior, quien declaró desde su refugio en las montañas de Spin Boldak: "pronto la gente pedirá que regresemos al poder; de momento, seguimos con atención cómo evolucionan las cosas".

En tanto aclara hasta qué punto tiene sustento el vaticinio del mullah, Hamid Karzai, a quien le faltan dos terceras partes para concluir su interinato, podría recibir un peculiar "regalo". En cuestión de días, de acuerdo con la prensa de Teherán, se sabrá si el gobierno de Irán hace o no efectiva su aparente decisión de deportar al controvertido líder pashtún, Gulbuddin Hekmatyar.

El propio Hekmatyar, que llegó a tener bajo su mando un ejército de 100 mil hombres enfrentados a las tropas soviéticas, quiere regresar a Afganistán y prometió no levantar a su gente contra Karzai, siempre y cuando éste ordene el retiro de las tropas extranjeras. Si no lo hace, advierte, luchará "hasta expulsar a los invasores".

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