Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 14 de febrero de 2002
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Política

Adolfo Sánchez Rebolledo

ƑHay opciones?

Los jóvenes que ahora cumplen 18 años y pasan a ser ciudadanos han vivido siempre en un tren en movimiento que no acaba de llegar a su estación terminal, si es que en verdad la tiene. Son los hijos de la crisis y el cambio. No recibieron la influencia directa y absoluta del viejo populismo de la Revolución Mexicana -aunque sufrieron las secuelas de su crisis- ni se educaron tampoco en el respeto patriarcal a los símbolos omnímodos del poder presidencial, pero la democracia realmente existente, de la que tanto nos ufanamos, no suscita en ellos confianza en las instituciones, semejante al menos a la que había desarrollado la vieja cultura política en sus momentos de mayor legitimidad: falta cohesión social y se ha perdido el sentido de comunidad a cambio de cierta provisionalidad que se confunde con el ejercicio de la libertad. Abandonada toda idea de solidaridad, predomina en el país, en los medios y los cenáculos del poder un liberalismo tardío y ramplón, nutrido del más grave desprecio por los asuntos que no puedan traducirse en ventajas en el mercado.

El presidencialismo, estigmatizado por las oposiciones de izquierda y derecha, ya no existe, y en buena hora; sin embargo, subsisten varios de los vicios de poder que se engendraron con él, como las distorsiones de la política creadas por la exagerada preminencia de la figura presidencial en el imaginario popular, que sigue siendo el supremo dador, responsable de la administración y el buen gobierno de la República.

La gran diferencia con el pasado es que ahora esa imagen está devaluada sin que se traduzca en una redistribución real de las funciones y el poder del Ejecutivo, imprescindibles para gobernar al Estado. La pluralidad política, es verdad, ha hecho posible la recuperación del Poder Legislativo, de modo que hoy "el presidente propone y el Congreso dispone", pero la fórmula aún es muy insatisfactoria, pues se quedó a la mitad del camino en la reforma del régimen, de modo que abundan los tropezones en las labores de unos y otros: puesto que no existe clara conciencia de qué hacer bajo las nuevas circunstancias, los actores dilapidan energías, recursos y capacidades.

La reforma estructural que debía llevarnos a la modernización y, por esa vía, al crecimiento y a una distribución del ingreso menos injusta y brutal que la que ahora padecemos, fue un éxito en términos generales al liquidar el estatismo e integrar la economía a los nuevos circuitos internacionales, pero resultó un completo fiasco de aplicar el acelerador de la productividad para mejorar la calidad de vida de millones de jóvenes que ahora no encuentran educación ni empleo. La crisis recortó las ventajas del modelo, pero la soberanía nacional cedió otro poco ante los vecinos del norte, de quienes ahora dependemos más que nunca en la historia.

Ganamos la democracia en un proceso ejemplar de madurez ciudadana, pero carecemos de alternativas radicales y creíbles contra la desigualdad y la marginalización de millones que sean a la vez compatibles con el ejercicio de las libertades democráticas fundamentales. Mucho se habla de la pobreza, es cierto, quizá como nunca en las sociedades capitalistas, pero los esfuerzos para combatirla continúan subordinados a otras prioridades de los grupos y países dirigentes o de plano resultan ridículos frente a los estragos causados por el funcionamiento regular del sistema que multiplica la depauperación de los que menos tienen y hace insufrible la polarización. Una parte importante de los jóvenes que alcanzarán la ciudadanía en la era del cambio vivirán en las mismas o peores condiciones que sus padres.

Hambre, desempleo, epidemias no son palabras, sino realidades tangibles que se reproducen descartando el intento de "humanizar" la globalización sin ponerle diques a la supuesta "mano invisible" que hoy la gobierna. A estas alturas, todavía se miran por encima del hombro, con desconfianza, las posiciones que colocan en el centro de las prioridades la justicia social, como si sólo nombrar esa necesidad fuera un peligroso conjuro para despertar los fantasmas del pasado.

Los jóvenes que cumplen 18 años llegan a la ciudadanía en un ambiente de competencia política legal y legítima que les ofrece un abanico de posibilidades para escoger entre alternativas ideológicas de todos colores, maquinarias políticas a la medida de cualquier interés o vocación. La pluralidad ha sustituido al monopolismo monocolor y autoritario del más reciente pasado, pero los grandes partidos nacionales, que son los usufructuarios del privilegio de la representación, siguen absortos en la ficción de sus propios problemas internos, huyendo por norma de cualquier esfuerzo sostenido que permita, al menos, dar un mínimo de certidumbre al juego político. Actúan como si creyeran que la democracia fuera el reino del relajo e improvisación, sin respeto por sus propios electores.

Los partidos de la oposición no acaban de comprender cuál es su papel bajo la nueva situación y el partido en el gobierno se resiste a abandonar su papel dorado de buena oposición, autolaureada con la estrellita azul en la frente. El PRD y el PRI prefieren pelear ante el espejo con su sombra, en lugar de profundizar en una plataforma que les permita responder a los interrogantes inéditos que el presente le plantea a la sociedad humana en general y a México concretamente. Lamentablemente, las elites partidistas de la transición prefieren el chalaneo y la politiquería, bien conocida en las democracias clientelares de Latinoamérica, aunque con ellos se alejen de la sociedad e incumplan con su especial cometido de representar a la ciudadanía, a la nación.

México requiere ya no de una nueva Constitución, pero sí de un acuerdo que permita saber qué queremos como nación y hacia dónde vamos, pero la sola posibilidad de arribar a un compromiso nacional multipartidista que permita al país dar pasos ciertos hacia el futuro, propiciando las reformas imprescindibles, a muchos les parece demasiado, como si la convergencia crítica en una serie de temas axiales les arrebatara de un tajo su ahora esquiva y oportunista identidad. ƑAlguien puede sorprenderse de que el desencanto democrático, ese mal que agobia a la democracias seniles, también se apodere de las nuevas generaciones?

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