Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 7 de febrero de 2002
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Política

Sergio Zermeño

Desquite, sorpresa y engaño

Después de dos fracasos estrepitosos, Vicente Fox tiene razón al llamar "año del desquite" a este 2002. Y es que, en efecto, al proponer la ley indígena no pudo convencer ni a su propio partido de que no lo dejara en ridículo con aquello de los quince minutos; en el fracaso de la reforma hacendaria ya no fue la Cámara, sino la opinión pública completa la que no creyó que el alza de 15 por ciento en el impuesto a medicinas y alimentos redundaría en beneficio de los sectores empobrecidos.

Pero francamente a todos exaspera comenzar el año del desquite con una nueva iniciativa presidencial, ahora sobre las tarifas eléctricas, mal consensuada con quienes tienen que aprobarla, atropellada desde el momento en que el propio secretario de Hacienda no entiende las cifras. No había pasado ni un mes del rechazo a la ley impositiva cuando el gobierno contraataca, se venga torpemente, y ahora todos tenemos temor de que se trate de un desquite... contra la sociedad.

Así, la propuesta de las nuevas tarifas, que debió haberse planteado de manera bastante racional y paulatina, porque, en efecto, como ha dicho Demetrio Sodi, a nombre de algún PRD, es importante evitar el colapso de la generación de electricidad, nace como sorpresa, desquite y engaño. Y es que es un engaño presentar un alza de tarifas como fin de subsidios. A diferencia de la moral de Hayek, Friedman, el MIT y el FMI, hay que establecer que el gobierno no nos quita algo que nos regala, sino que está distribuyendo de manera distinta los impuestos que pagamos, y que esa modificación, que puede ser legítima en sí, tiene que ser asimilada.

No cabe duda de que si se retirara el subsidio a la educación, todas las familias mexicanas comenzarían a pagar mañana altísimas colegiaturas. Pero al ministro de Hacienda que tome esa decisión se le haría ver, ya en la banqueta, que él no produce nada ni es dueño de nada. Las sorpresas en el Diario Oficial pueden ser contraproducentes.

Es el mismo engaño y atropello que quiso cometer el rector Carpizo en la época de Salinas y que luego, torpemente, intentaron continuar Sarukhán y Barnés. Y claro, uno se pregunta: Ƒpor qué un gobierno tan autocelebradamente tecnocrático y empresarial comienza su reforma eléctrica aumentando salvajemente las tarifas a las clases medias bajas, medias medias, medias altas y altas (25 por ciento de los mexicanos) y no mejor arranca eficientando la productividad de la compañía bajo su responsabilidad (también en la UNAM primero se propuso subir las cuotas, pero de los gastos faraónicos para mantener el piramidal principio de poder ningún rector habló).

Dejemos los principios generales y vayamos a contar los chiles. ƑQuién nos asegura que cinco foquitos, el refri, la plancha y la tele están debajo de los 175 kilovatios, que son el plafón subsidiable, y además prendidos por cuánto tiempo? Es obvio que dos de cada cuatro mexicanos consumimos mucho más que eso; pero uno de los otros dos se encuentra sin duda en la frontera de ese consumo y con cualquier movimiento técnico su marcador le indicará que a partir de ese mes ha dejado de ser sujeto subsidiable (un departamento de interés social, nos informa Canacintra, gasta 350 kilovatios). Es lo que sucedió en la UNAM: el alza era ridícula, pero hecho el primer aumento cualquier ocurrencia tecnocrática pasaría a ser posible.

Ahora bien, a diferencia de aquellas cuotas, las de la electricidad no tienen nada de ridículo. Ver de sopetón un aumento de dos, tres y hasta cuatro veces con respecto al recibo anterior, y además explicado con titubeos y ejemplos imprecisos, significa un golpazo a la confianza de los ciudadanos y, dejando todo populismo, a la confianza de los mexicanos que más influyen y participan. No cabe duda que en 2000 la gran mayoría de ellos votaron azul. Bajo el zedillismo, la roqueseñal que celebró el aumento a las contribuciones resultó un búmeran. Ya veremos si con este revanchismo, atropellamiento y voracidad tarifaria, el PAN y el foxismo no entran en la penumbra queriendo salvar la luz.

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