Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 6 de febrero de 2002
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Cultura

Vilma Fuentes

Consejos al personal hospitalario

Una breve estancia en una clínica de París me permitió apreciar las naturales disposiciones del personal para asegurar su bienestar. Cierto, las buenas acciones deben comenzar por uno mismo. La propia desdicha es incompatible con el deseo de hacer el bien de los otros.

De ahí los motivos de mi admiración por la conducta de los empleados de la clínica en cuestión, al parecer generalizada en este tipo de establecimientos a los que llegan los equivocadamente llamados "pacientes": ese género de individuos perturbadores de la voluptuosa calma y cuya impaciencia puede crispar los nervios del más indolente y equilibrado, si no se siguen los consejos siguientes.

Decisiva para la salud mental de enfermeros, asistentes, mozos y demás personal es, en efecto, la paciencia. Cualquier precipitación hace correr riesgos graves. Una vez bien asimilado este principio, la acción que se deriva parece fácil, pero más vale ser precavido.

Por ejemplo, si se alumbra la señal de alguno de los cuartos, es evidente que el paciente encamado requiere algo. Desde luego, es inútil correr a esa recámara para informarse qué desea aparte de impedir al enfermero en turno la lectura, la reflexión o la plática edificante con algún colega. Lo mejor es tomarse su tiempo y dárselo al enfermo, para que se pregunte qué necesita realmente. Si la señal luminosa persiste, se puede entonces preguntar a través del sistema de interfón, menos por curiosidad que por matar el tiempo, qué quiere. Aquí las respuestas varían menos de lo que uno pudiera imaginar: el encamado tiene ganas de hacer pipí -o, peor aún, popó-, pide un calmante contra el dolor, tiene sed y no alcanza su vaso, necesita que lo cambien de posición. Es triste reconocerlo pero la imaginación de los enfermos no es muy rica, a pesar de lo caprichosa. Es raro que un paciente toque el timbre para solicitar una computadora, un refri, una chica, una botella de tequila o una lata de caviar, deseos que me parecerían más cuerdos. En fin...

En cualquiera de los casos, debe guardarse la paciencia. Si es de día, ya pasará frente a su cuarto algún otro que se ocupe. Si es de noche, bien puede esperar a que usted acabe de despertarse o termine al menos la mano de dominó comenzada. No debe olvidarse que se actúa así para bien de ambos: usted guarda la calma, y él (o ella) aprende a retenerse y a soportar el dolor sin peligrosas drogas. Cuando al fin, armado de paciencia y buena voluntad, vaya usted al cuarto del impertinente, hay dos estilos: el ruidoso, que anuncia su presencia y da esperanzas al encamado, esperanzas que deben dosificarse con altos aquí y allá para saludar, vigilar o simplemente descansar; el silencioso, sobre la punta de los pies, con un brusco empujón de la puerta al mismo tiempo que se encienden todas las luces. En ambos casos debe ponerse cara de digno enojo, echar una mirada circular, como si buscase las pruebas del delito, avanzar con el paso arrastrado del cansancio y emitir "ayes" y otras quejas para que el paciente tome conciencia de que no es el único ser que sufre en este mundo. Luego, una vez entregado el urinal al enfermo o puesta la bacinica bajo el trasero de la encamada, retírese de inmediato diciéndole que no tiene más que llamar cuando acabe, pues debe usted atender casos mucho más graves. Es evidente que no debe regresar en menos de media hora, si no desea malacostumbrar al latoso paciente.

El consejo es similar cuando se pone una inyección. Después de la tranquilizadora y salutaria espera, una vez que la aguja de la jeringa esté inyectada en la carne del susodicho, déjela en ese lugar sin decir una palabra y salga de prisa, con cara de emergencia, como si se tratase de salvar una vida. El enfermo se las arreglará como pueda y eso le enseñará algunos elementos de enfermería o esperará, así apaciguado, a que usted regrese.

Otro principio útil: elegir siempre que se pueda la guardia nocturna. Durante el día abundan médicos hipócritas que pavonean su prestigio dando órdenes, inventando trabajos inútiles y metiéndose en lo que no les importa. De noche, en cambio, es posible escapar a la vigilancia de un solo doctor, en caso de que él mismo no duerma. Así se puede organizar una partida de dominó o dormir de un tirón toda la noche.

šAh!, no olvide usted quejarse de los pacientes latosos. Y de aterrorizarlos con delicadeza. Más vale prevenir que lamentar. En fin, el fértil ocio ayudará a su imaginación a encontrar el remedio adecuado a cada situación.

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