Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 20 de enero de 2002
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Angeles González Gamio

Novedades

Pocos sitios tienen el dinamismo del Centro Histórico de la ciudad de México, donde todos los días hay novedades. Allí existieron durante muchos años las salas de cine más importantes de la ciudad, ya que además de sus grandes dimensiones, estaban decoradas con lujo y originalidad. ƑQuién que rodea el medio siglo de edad no recuerda el Palacio Chino, que nos trasladaba al oriente con su fantástica y colorida ornamentación? El Alameda, que semejaba un pueblito y tenía un cielo estrellado, que a los infantes nos hacía pensar que era real. Sobrevive el Teresa, en estilo art-deco, ahora dedicado a películas en clasificación Z, y el majestuoso Metropolitan, hoy convertido en sala de espectáculos.

De menor nivel pero también con su grandiosidad, había sobrevivido el Real Cinema, que acaba de ser sustituido por un moderno complejo de la cadena Cinemex, con multitud de salas, escaleras eléctricas, decoración colorida y moderna y la infaltable dulcería con su vasta y carísima oferta de golosinas. Está situado en la calle Colón 17, enfrente de la Plaza de la Solidaridad, junto a la bella Alameda Central.

Allí se encuentra el Museo Mural Diego Rivera, construido especialmente para albergar el célebre mural que pintó el artista en el hotel Reforma, y que tuvo que ser trasladado para salvarlo, después de los sismos de 1985, que dañaron tan severamente el edificio que tuvo que ser demolido. En su nueva sede se puede apreciar muy bien, tres veces al día: a las 11, 13 y 17 horas. Hay un interesante espectáculo de luz y sonido, que trae a la vida a la multitud de personajes que aparecen en la enorme obra pictórica. Actualmente el museo presenta también la exposición Entre andamios y muros: ayudantes de Diego Rivera, que nos acerca a los artesanos y artistas que trabajaron con Rivera en su obra mural. Muchos de ellos quedaron inmortalizados en algunas obras, ya que fungieron como modelos para el maestro.

Varios pertenecieron al Taller de la Gráfica Popular y llevaron a cabo una obra propia; aquí podemos conocer quiénes se quedaron como dieguitos y los que alcanzaron un lugar propio dentro de la plástica mexicana. Entre estos últimos podemos mencionar a Arturo García Bustos, Rina Lazo, Carlos Mérida, Pablo O' Higgins, Jean Charlot, Arturo Estrada, Juan O' Gorman, Máximo Pacheco y Fanny Rabel. Aparece obra de Ion Robinson, estadunidense apasionada de México, quien además de pintar sobre caballete, participó en un mural en el mercado Abelardo Rodríguez.

La Plaza de la Solidaridad, donde se encuentra el museo, se construyó en el sitio que ocupaba el famoso Hotel Regis, cuyo derrumbe a raíz de los temblores causó innumerables víctimas. Aquí convive lo bello y lo horrible. Lo primero lo ofrecen varias carpas verdes, que cobijan a apasionados ajedrecistas que dan sabrosa vida al espacio.

Lo horrible es que desde hace varios meses un grupo de malvivientes cubrió con plásticos tres grandes jardineras y se instaló a vivir allí. La fetidez que despiden esos muladares y el aspecto sucio y deprimente hace preguntar: Ƒdónde está la autoridad? ƑCómo es posible que cualquier sujeto pueda apropiarse de un espacio público, lo habite y para colmo lo vuelva un muladar? No sería raro que allí se genere un brote de alguna epidemia, ya que se le dan todos los usos, como lo delata la pestilencia existente.

Justo enfrente está por inaugurarse el nuevo hotel Sheraton, que inicia la supuesta recuperación de la zona de la Alameda, ahí en la avenida Juárez, puerta de entrada al Centro Histórico, Patrimonio de la Humanidad, sitio del que debemos sentirnos orgullosos, quererlo y cuidarlo; pero ya está sonando a sermón, así es que vámonos al bellísimo hotel Cortés, que se encuentra a unos pasos, a comer en su amplio patio con vegetación, fuente y decenas de pajarillos que alegran con sus trinos. Ya hemos hablado de este soberbio edificio que data del siglo XVIII y constituye una de las construcciones barrocas más bellas de la ciudad, que además nació con la vocación de alojar huéspedes, como hospedería para los frailes agustinos que iban camino a las provincias, o visitaban la capital para celebrar capítulos. Continúa bajo la protección de Santo Tomás de Villanueva, cuya escultura preside la entrada y nombraba el hostal.

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