Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 20 de enero de 2002
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Política
016a2pol

José Agustín Ortiz Pinchetti

Profeticemos: veamos al 2003

A los escritores de opinión les pagan (y por lo general bastante poco) por interpretar acontecimientos de interés público que los lectores conocen y sobre los que ya tienen cierto criterio. El verdadero mérito de los opinadores es prever los acontecimientos futuros. Es decir, profetizar. La mayoría de estas casandras son bastante tenebristas. Y advierten solemnes de un desastre si el gobierno no hace lo que ellos aconsejan. Sus reflexiones les gustan a los lectores pesimistas e irritan a los poderosos exactamente como los mosquitos a los vacacionistas.

En los pasados 20 años en México se abrió paso una corriente crítica de opinadores que pronosticaron que las cosas terminarían mal para el régimen. Por lo general fallaban en los asuntos de detalle, pero acertaron en la línea general. La decadencia política, económica y moral que denunciaron condujo en efecto al colapso.

Hoy una sociedad política mucho más viva y abierta va a exigir vaticinios menos parecidos a los de los profetas del Antiguo Testamento pero más finamente "prospectivos". Probablemente logren percibir el perfil de los acontecimientos, si es que no se les ocurre "visualizar" más allá de unos cuantos años.

Es uso y costumbre hacer vaticinios cuando se inicia el año. Yo preferiría intentar un ejercicio más amplio: hasta 2003. En ese año se van a producir varios hechos críticos inevitables. El primero, las elecciones federales de mitad de término, que implican la renovación de la Cámara de Diputados y que van acompañadas por elecciones mayores en varios estados importantes y por la elección de diputados y delegados en el Distrito Federal.

Hay que recordar que el programa de fortalecimiento financiero (blindaje) de 1999, inventado por el presidente Zedillo para impedir otra "crisis de final de sexenio", va a obligar al gobierno actual a pagos muy altos, diferidos astutamente por el último gobierno priísta.

Aunque es probable que mejore el proceso económico en Estados Unidos, hay signos de que los precios del petróleo podrían bajar para 2003 y que la paridad del peso tendría que ser ajustada. Según los investigadores, para ese año la deuda privada y pública llegará a representar más de 25 por ciento del PIB. Esto obligará a una renegociación de la deuda.

Por lo que toca a las condiciones de gobernabilidad del país, en 2003 yo haría un cálculo optimista, pero no demasiado. Creo que continuará fluyendo el proceso democrático. No creo ni en un estallido social como el de Argentina, ni en un golpe como dio Victoriano Huerta a Madero en 1913. El Estado mexicano fundado por los liberales en 1867 y robustecido durante el porfiriato y después de la Revolución tiene una solidez política y financiera incomparablemente mayor que los demás Estados latinoamericanos.

Creo que se impondrá una línea bastante me-diocre. Un conjunto de cambios menores, mientras operan las mismas variables sociales y económicas. Es decir, no habrá una recuperación económica. No se iniciará una distribución más justa de la riqueza. No se lograrán acuerdos entre los actores políticos que permitan una reforma del Estado. Estoy seguro de que por fortuna se continuará fortaleciendo el papel político de la Suprema Corte de Justicia y que los partidos tenderán a reagruparse en dos polos, aunque para 2003 este proceso será incipiente.

El gobierno logrará ciertos avances para reducir la corrupción y mejorar el desempeño administrativo, pero no serán decisivos. Los principales protagonistas políticos continuarán en una pugna atados a las fantasías de alcanzar o recuperar el poder presidencial para 2006, pero no habrá una ruptura desastrosa.

Al menos eso es lo que deberíamos desear con vehemencia. Los partidos y corrientes progresistas han mostrado una prudencia y una generosidad crecientes. No podemos apostar al derrumbe del primer régimen democrático. Tenemos que proporcionar un sólido apoyo a las instituciones. Proponer y concretar acuerdos que superen el equilibrio inestable que se vive. En esto no sólo hay que apelar al patriotismo, sino a la conveniencia. Un colapso del experimento democrático dañaría a todos. Hay que recordar que todos vamos en el mismo barco.

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