Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 3 de enero de 2002
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Política
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Adolfo Sánchez Rebolledo

La democracia acosada

Mientras Argentina se queda sin lágrimas y elige a su quinto presidente en menos de dos semanas, el sueño democrático se desvanece en el pantano de sus propias creaciones. La resistencia de las instituciones para no sucumbir ante aquellos que se dicen sus representantes ya no es garantía para nadie: sin un piso firme en la economía, la democracia deviene una débil construcción sujeta a los vaivenes de los intereses más mezquinos de los grupos de poder.

Más allá de la corrupción o la ineptitud de los gobernantes está la ruptura del modelo que sirvió de ejemplo para expandir la globalización en el subcontinente latinoamericano, el mismo que aún se esfuerzan por acreditar como si fuera una panacea los expertos financieros dentro y fuera de la administración pública. "Argentina está quebrada", dijo al tomar posesión Eduardo Duhalde, en un intento desesperado de introducir una gota de realismo en el mar de torpezas y el autismo en que cayeron los últimos gobernantes. Y es verdad. La lección no debe desdeñarse.

No es gratuito que en el fondo de las protestas callejeras contra el defenestrado gobierno del presidente De la Rúa se escuchen los golpeteos de las cacerolas vacías de la clase media que suelen expresar el hartazgo promedio contra los políticos y los partidos ante una situación sin salidas aparentes. Como hemos podido constatar, por momentos la crítica a la situación se transforma en un rechazo a los medios de la democracia y en un descontento generalizado que no deja otra salida que el pesimismo o la nostalgia por el hombre fuerte.

El fenómeno no es totalmente nuevo: en Vene-zuela la gente que estaba harta de la clase gobernante tradicional puso en el poder a un "no político", el general Chávez, pero hoy sale de nuevo a las calles a cacerolear en protesta por la llamada revolución bolivariana emprendida por el general. Las clases medias repudian a los mismos personajes que ayudaron a subir, pero les vuelven la espalda en cuanto descubren que bajo el discurso no hay más que eso: palabras. El desencanto se extiende indiscriminadamente. En lugar de consolidar el juego democrático, de hecho se exige la abolición de las instituciones representativas. El cacerolazo no construye, es una reacción elemental que no ofrece alternativa.

Esa es una enseñanza no por obvia menos contundente de la situación argentina. Las instituciones democráticas no sirven para todo. La democracia permite el recambio de los gobernantes por medios legales, pero la revocación del mandato es una operación traumática que difícilmente se toma sin una crisis de por medio. Antes de recurrir a las medidas de última instancia, si se quiere salvar a la democracia junto con el futuro de la gente, hay que ir a una reconstrucción del vínculo entre economía y política, roto por la adhesión a un esquema que exige colocar a la cabeza del Estado a simples administradores o gerentes de las decisiones tomadas en otra parte.

La globalización sólo podrá considerarse como una oportunidad civilizatoria si cambian las grandes líneas que hoy la soportan. No es concebible progreso alguno por el simple expediente de repetir la cantilena de los estados hegemónicos. No hay democracia que lo resista. Hace falta un cambio. Argentina es la prueba.

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