09an1esp
MIERCOLES Ť 12
Ť DICIEMBRE Ť
2001
Ť Hoy se cumplen 470 años de la aparición
de la Virgen de Guadalupe
Evangelizar a millones de indígenas, "el verdadero
milagro": Carlos Cantú, sacerdote del Opus Dei
Ť "Lo único cierto, es que le dio otro giro al
cristianismo, resaltando el culto a la madre desde una perspectiva náhuatl",
afirma el historiador Miguel León-Portilla
PATRICIA PEÑALOZA
Hoy se cumplen 470 años de la aparición
de la Virgen de Guadalupe al indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin,
nacido en 1474, posiblemente en Cuautitlán, localidad de Tulpetlac.
A 527 años de su nacimiento, el natural de estas tierras sigue siendo
tema de polémica ya en el terreno religioso como en el laico y/o
histórico, ya en la pugna sobre si la aparición milagrosa
fue cierta o si este indígena existió tal como se le ha descrito.
Miguel León-Portilla, historiador mexicano, doctor
en filosofía y estudioso de la lengua náhuatl, aseguró
al semanario Proceso (09/12/01) que de Juan Diego sólo existen
testimonios indirectos, por lo cual su existencia aún es imposible
de comprobar. Respecto de que las memorias de Fray Juan de Zumárraga,
obispo a quien Juan Diego llevó la tilma de ixtle con la imagen
impresa de la Guadalupana, no mencionen nada sobre el suceso, el historiador
no tiene respuesta concreta: "Quizá no hubo tal milagro, quizá
se perdieron los documentos donde da cuenta del portento (...). Unos intentan
probar que sí hubo apariciones, otros que no las hubo. A mi juicio,
ni una cosa ni la otra son demostrables. La fe no se puede demostrar".
Por otro lado, se suma al Nican Mopohua (documento
atribuido al indígena Antonio Valeriano, el cual recoge la tradición
oral del pueblo indiano respecto de las apariciones) el Códice
1548, de reciente descubrimiento, el cual muestra datos reveladores,
según publica en el número dedicado a la Virgen de Guadalupe
la revista México Desconocido. De 20 centímetros de
ancho por 13.3 de ancho, realizado sobre piel de animal, el códice
muestra la fecha en que murió Juan Diego (1548) e ilustra las apariciones
de la Virgen tanto en la cumbre del cerro del Tepeyac como cuando en el
manto se dibuja la efigie de la Guadalupana, junto a las rosas que pidió
como prueba de las apariciones el obispo. Para probar su autenticidad se
le practicaron estudios técnicos y científicos, a fin de
establecer como fidedigna la firma que en él se muestra de Fray
Bernardino de Sahagún, así como el material y las tintas.
En el documento aparece escrito dos veces el nombre de Cuauhtlatoatzin
y tres inscripciones en náhuatl con caracteres latinos que, reunidas,
indican: "en 1531 se hizo ver la amada madrecita nuestra niña de
Guadalupe México / Murió con dignidad Cuauhtlatoatzin / Juez
Antón Valeriano".
"No es un dogma de fe"
Respecto del milagro de la Virgen del Tepeyac, el doctor
Carlos Cantú, sacerdote católico del Opus Dei, afirma: "Nadie
está estrictamente obligado a creer en la aparición de la
Virgen de Guadalupe como milagro. Pero para negarlo hay que tener fundamentos
históricos. Este milagro no es un dogma de fe (como lo son creer
en la virginidad de María, que ella es la madre de Dios y madre
nuestra, o que Jesús es Dios hecho hombre), porque la revelación
terminó con los apóstoles. A partir de entonces cualquier
tipo de revelación obliga a ser creída sólo por quien
la recibe. Ejemplos son las visiones de Juana de Arco o de los tres pastores
de Fátima, donde quienes creen haber oído palabras divinas
cumplen con lo pedido en tales voces. Una vez que esto ocurre, la Iglesia
analiza el contenido teológico y pastoral de los mensajes. En el
caso de la Virgen de Guadalupe, todos los símbolos en ella contenidos
corresponden con lo que desde antes ha creído la Iglesia católica:
que ella es nuestra madre, que es madre de Dios; que Jesús, a quien
lleva en el vientre, es su hijo y que María está cerca de
los cristianos. No se contrapone a la fe".
De este modo, señala Cantú, "el milagro
más importante de Guadalupe no consiste tanto en que se haya plasmado
o no en la tilma, sino en su capacidad para haber convertido y evangelizado
de manera casi inexplicable a tantos millones de indígenas. Además,
ella no nos atrae sólo hacia ella, sino que es el puente hacia Jesús.
Ese es su verdadero milagro: ser el vehículo de evangelización
más importante de América".
Símbolo cultural y de identidad
En medio de este contexto y como símbolo cultural
y de identidad que Guadalupe significa, abunda la publicación citada,
el elemento clave para su rápida asimilación por parte de
los pobladores oriundos radica en el paralelismo simbólico entre
la deidad mexica Tonantzin o Coatlicue y la Virgen María. De entrada,
el sitio de las apariciones acaecidas a partir del 9 de diciembre de 1531
(el día 12 fue cuando su imagen se plasmó en el ayate) coincide
con la zona en que se encontraba el centro de veneración a Tonantzin,
"la de la falda de serpientes", "nuestra madre"; diosa de la tierra, madre
bondadosa de cuyo seno nace todo lo viviente; ser que devora corazones
para dejarlos limpios de inmundicias. Según un relato de Sahagún,
Coatlicue, tras haber engendrado a las estrellas y la Luna, vivía
ya un momento de retiro y castidad; pero un día, al barrer el templo,
encontró unas brillantes plumas de colibrí que guardó
sobre su vientre. Buscó luego las plumas, pero no las halló
y entonces se sintió encinta. Cuando la Luna, Coyolxauqui, y las
estrellas, Centzonhuitznahua, supieron del afrentoso embarazo, quisieron
matarla. Lloraba Coatlicue su fin cuando el prodigio de su seno la consoló
diciendo que él la defendería de todo mal. Fue así
que nació el Sol o Huitzilopochtli, quien con la serpiente de fuego
(la luz) cortó la cabeza de la Luna y puso en fuga a las estrellas.
De ahí que a diario el Sol luche con sus hermanos para ofrecer al
hombre un nuevo día.
Estos simbolismos se funden casi de manera perfecta con
la imagen de la Virgen María de Guadalupe, quien se halla encinta
de aquél que ha de dar la luz a los hombres, por quien además
está protegida; quien con la fuerza de su hijo aplasta la luna negra
del mal y se cobija con un manto de estrellas. De igual modo, su túnica,
en vez de llevar serpientes, porta flores, en particular la flor nahui
ollin, florecilla de cuatro pétalos que en la simbología
náhuatl señala la morada de Dios, último cielo, punto
de unión de las regiones cósmicas: cielo, tierra y abismo,
lo cual implicaba lo más alto y noble. Ella llega a armonizar al
sol, la luna y las estrellas, antes rivales. Por esto, ante la incertidumbre
y confusión que les representó a los mexicas la conquista,
ella representa un iluminador presagio de paz.
En concordancia con estas apreciaciones, concluye en Proceso
León-Portilla: "Lo único cierto es que la Virgen de Guadalupe
le dio otro giro al cristianismo, resaltando el culto a la madre desde
una perspectiva náhuatl (...). Mesoamérica es una gran cultura
original y tiene la posibilidad, el derecho, de concebir a Dios como nuestra
madre". Es posible ahondar en las investigaciones efectuadas por el historiador
en su libro Tonantzion Guadalupe, pensamiento náhuatl y mensaje
cristiano en el Nican Mopohua (2000, FCE).
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