MIERCOLES Ť 12 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Ť En el metro, la vida subterránea continúa

Nueva York, la ciudad herida, no logra aún recuperar la normalidad

JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES

Nueva York, 11 de diciembre. Entra al vagón del metro un joven con guitarra y armónica, una sonrisa triste y un canto en un idioma de algún país de Europa oriental, lo cual provoca otra sonrisa triste de una pareja mayor que reconoce la canción de su tierra; la mujer se cubre la cara para esconder las lágrimas de la nostalgia. Dirán que estoy perdido, muy lejos de ti.

En la banca del metro están sentadas juntas -pero separadas por la soledad- una mujer que lee un periódico en ruso, una latinoamericana, una asiática y una africana. Exactamente frente a ellos está su reflejo en otras cuatro personas de otras cuatro esquinas del mundo.

Poco después, tres adolescentes negros entran al vagón y se presentan ante el público. Ponen su boombox en alto volumen y empiezan a ofrecer una coreografía que incorpora elementos de danza hip hop, soul, y un poco de circo (maromas complicadas por el piso). Algunos se asoman detrás de sus periódicos, otros ni eso hacen y prefieren disimular que el resto del mundo no existe.

Pero tal vez la mayor virtud de esta urbe loca y herida es que aquí nadie puede evitar reconocer que existen mil mundos, que existe el universo, vaya (algo que al interior de este país se logra ocultar).

Aquí debajo de Nueva York todos los días se cantan los blues subterráneos (tomando prestada la frase de Bob Dylan).

En otro lugar oscuro, debajo de las calles, ayer se descubrieron 20 cadáveres más. Algunos eran de bomberos que habían acudido a las Torres Gemelas a rescatar a desconocidos, entre ellos, seguramente, gente que esa mañana había viajado en el metro, tal vez escuchando una canción de su tierra.

Tal vez una rola en ruso, o en algún idioma africano, o a lo mejor un reggae o un corrido mexicano.

Los seis pisos subterráneos del World Trade Center han silenciado los versos en todos los idiomas. Fue exactamente hace tres meses, a las 8:46 de la mañana, que callaron las voces de miles de trabajadores y decenas de personas que llegaron aquí para rescatarlos.

Los servicios fúnebres continúan tres meses después, y aún se desconoce si todos los nombres han sido identificados o si algunos están perdidos en lo más subterráneo de esta ciudad.

Porque aquí debajo del mundo subterráneo viven los indocumentados, entre ellos miles (tal vez hasta 300 mil en la zona me-tropolitana) de mexicanos.

Se ha confirmado la muerte de 16, pero nadie puede asegurar que no hubo más, ya que muchos trabajaban en las sombras de la jornada, invisibles aunque uno los veía to-dos los días.

Según la Asociación Tepeyac de Nueva York, agrupación de defensa de los derechos de los inmigrantes, 46 por ciento de los trabajadores en los restaurantes, hoteles, ba-res y empresas de limpieza dentro y al alrededor de las Torres Gemelas eran inmigrantes, gran parte de ellos indocumentados.

No hay registro de ellos, ya que los dueños y empresarios que los contrataban los hacinan "debajo de la mesa"; o sea, no existen formalmente.

Los que sobrevivieron están ahora en la peor situación: son parte del nuevo ejército de 100 mil desempleados desde el 11 de septiembre en esta ciudad, pero por ser in-visibles no tienen derecho a la asistencia que se brinda a las demás victimas.

Mañana tendrán la oportunidad de celebrar a la Virgen de Guadalupe y poner veladoras (algunos lo harán en la catedral de San Patricio) para constatar que sí existen.

Mientras tanto, en un vagón del metro se trepará un inmigrante con una guitarra, un acordeón, o sólo un boombox, y su canto y baile provocarán lágrimas de nostalgia de algún paisano de este mundo.

Todos los días, en esta ciudad, se cantan los blues subterráneos.