Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 12 de diciembre de 2001
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Política
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miercoles Ť 12 Ť diciembre Ť 2001

Arnoldo Kraus

Kafka: entre la pluma y la tuberculosisŤ

Kafka. Ficción o realidad. Realidad o ficción, Ƒambas? Europa pervive, pero mucha de su gente fue y sigue siendo sepultada por la injusticia, por las fauces de los totalitarismos, por los gusanos que Kafka concebía como continuación de los seres humanos. Europa sigue en el mapa, mas no la civilización fundada en el día a día de las letras, de las artes, de las mentes creativas. "Si las dos Guerras Mundiales y el genocidio hitleriano no nos enseñaron suficiente, es que somos incurables" escribió Isaiah Berlin. Si las advertencias de K no han sido suficientes es que la condición humana debe redefinirse. Leer a Kafka es pasear a través de su pluma por las lecciones de su enfermedad y los males de la sociedad.

La salud perfecta es una irrealidad. Si nada duele, si no hay flaquezas y si la enfermedad no llama a la cura, la monotonía puede apoderarse del ser. No hay idea del cuerpo y a veces ni siquiera de la existencia. No hay tampoco conciencia que alerte si no se conocen las cicatrices que emanan del mal. Mientras la inercia convoca al paro, las células atormentadas poseen la magia de romper para luego edificar. Dentro de esta dialéctica, ser siempre sano puede significar ser siempre ciego.

En el correr de la vida la experiencia es similar. La salud total suele alejar la reflexión. En cambio, los padecimientos invitan a repasar los rincones olvidados del alma y del cuerpo. Rincones que al conocerse devienen color, forma, letra. Esa es una de las virtudes del dolor: nos recuerda que existimos. Enseña, además, a partir de las llagas del sufrimiento, que el ser se convierte en tiempo y el tiempo en creatividad. Para Kafka, el dolor moral siempre fue presencia. Su visión anticipada de los peores totalitarismos, las querellas contra el padre, la nulificación de la persona, son algunos ejemplos de su visión de la vida a través del mal. Kafka caviló a partir de la tuberculosis, la depresión e incluso en ocasiones por su delgadez extrema para crear su universo literario.

Conviene distinguir entre el dolor físico y el moral. El dolor corporal opaca los caminos de la reflexión, por lo que es improbable que el espíritu creativo florezca ante la embestida de estímulos nociceptivos. Sin embargo, a la larga, puede sembrar la noción de que nombre, apellidos e historia están envueltos en un cuerpo. Cuerpo del cual somos muchas veces lejanos y ajenos. El dolor del alma, en cambio, puede darle otra forma y otro sentido al cuerpo, a la conciencia, a la existencia. Quizá como arte, quizá como reflexión, quizá como tiempo. Kafka, en muchos sentidos, recorre en la vida y con la pluma los caminos entre "su insanidad" física y la "insanidad social". Al leer la arquitectura de muchos de sus personajes, afloran incontables rostros cargados de patología.

La transmutación contenida en la enfermedad y su frecuente bidireccionalidad incorpora realidad y razón de ser para quien cura. El delirio inicial de la pluma que no encuentra letra, o de las cerdas del pincel que sufren ceguera, puede sanar cuando el poder de la creatividad aplaca las embestidas de la locura, del sufrimiento. Entendida así, la herencia de la congoja física puede ser positiva: construye en el individuo su conciencia y facilita los senderos para que el alma se rencuentre. Retomada la salud, vencidas la mermas físicas, el binomio salud-enfermedad puede convertir el sufrimiento en creación. Así lo comprendió Robert Burton, quien en Anatomía de la melancolía consideró que "la enfermedad, los achaques, transtornan a muchos, pero sin razón. Quizá pudiera ser por el bien de sus almas (...) La enfermedad es la madre de la modestia pues nos recuerda que somos mortales". Kafka iba más allá. Su grandeza estriba en el hecho de que preguntaba más de lo que respondía. Ese camino, empezado, pero nunca finalizado, nos obliga a cuestionarnos: no todo lo que parece evidente es así, ni todo lo consumado es final.

Al leer a Schopenhauer se infiere que hace dos siglos no sólo se entendía mejor la normalidad de la enfermedad, sino que incluso no se comprendía la existencia del mundo sin la idea de sufrimiento. Sufrimiento no sólo del ser, sino del mundo. Es probable que su furtivo estudio de la medicina y aun el suicidio de su padre hayan sido cimentales tanto para su carrera de filósofo como para sus reflexiones sobre los nexos entre dolor y creación. Incluisve me atrevo a decir que para él no había creación sin dolor. Kafka, nuevamente, nos habla no sólo del dolor físico, sino de su preocupación por la enfermedad social que asolaba sus tiempos. La destrucción, la violencia, el desprecio hacia "el otro" y la pérdida de valores son preocupación constante. Y no sólo eso: predijo el Holocausto y la destrucción de Europa.

La enfermedad y el dolor son vías para ordenar ideas e incitar la creación; para entender el efímero y escurridizo valor de la existencia. Se muere estando sano y se recupera la salud cuando el diagnóstico de muerte se hizo horas antes. En ese vaivén se mecen igualmente creación y enfermedad. En esas tierras K revive y nos despierta. La literatura o la pintura son en ocasiones delirio, necesidad; son también la pluma y la tela vacía, las recetas y medicinas de quien crea. Y la enfermedad y el dolor pueden ser también el esqueleto del arte.

 

Ť Fragmentos de la conferencia que lleva el mismo título, dictada con Antonio Cabral en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias el 12 de diciembre

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