Lunes en la Ciencia, 10 de septiembre del 2001



 

Sin distinción de género, el abuso de sustancias nocivas amenaza la estabilidad sociopolítica

Mujeres y adicciones

Carlos A. Hernández Avila

La importancia de los factores socioculturales en el fenómeno de las adicciones es comparable a la de los factores biológicos (ver Lunes en la Ciencia del 4 de diciembre 2000). Esto es especialmente cierto cuando se habla de las diferencias de género en la expresión de estos trastornos.

Entre los miembros de culturas diversas, como las nuestras, tradicionalmente se espera que las mujeres no beban, no fumen o no hagan uso de sustancias adictivas. Cuando esto no es así, se espera que ellas las consuman únicamente en ocasiones especiales y de manera limitada durante ceremonias tradicionales. Por otro lado, el consumo de sustancias adictivas por parte de los varones no sólo es socialmente aceptable sino deseable. Esta expectativa social diferencial dependiente del género es uno de los factores que determinan que la frecuencia de los problemas adictivos sea más común entre los hombres.

En otras culturas, como la islámica, el consumo de sustancias adictivas entre todos sus miembros está proscrito o regulado estrictamente, especialmente entre las mujeres. En estas sociedades los problemas por uso de alcohol y drogas son infrecuentes debido al efecto protector de la cultura y la poca aceptabilidad social del consumo de productos adictivos.

Mujeres jóvenes, las principales víctimas

En nuestro país, las expectativas socioculturales, no obstante su naturaleza sexista, habrían conferido hasta hace poco proteccción a las mujeres contra el problema de las adicciones. Sin embargo, durante los últimos años, se ha observado un incremento de estos problemas entre la población femenina joven asociado a cambios en las condiciones sociales y roles tradicionales. Este fenómeno ha sido consecuencia en parte de la promoción por la industria alcoholera y tabacalera, en complicidad con los medios de comunicación, de expectativas de mayor deseabilidad y aceptabilidad social asociadas al consumo de sustancias adictivas entre las mujeres. Paradójicamente, a pesar del efecto protector que las normas sociales tradicionales han tenido entre las mujeres contra las adicciones, éstas también han tenido un efecto deletéreo entre aquellas mujeres que las padecen.

Más frecuentemente que a los hombres, a las mujeres que sufren de alcoholismo o drogadicción se les estigmatiza, margina y abandona, sin que tengan posibilidades de recibir ayuda. Este fenómeno se asocia con el estereotipo de la mujer "perdida", a quien se le considera sexualmente "disponible" y "promiscua". La estigmatización de las mujeres que sufren adicciones fomenta que éstas sufran un riesgo mayor de ser objeto de violencia y ataques sexuales. La posibilidad de victimización incluso afecta a aquellas mujeres que consumen alcohol, tabaco o drogas de manera ocasional o recreacional. Los ataques estarían "justificados socialmente", ya que en nuestras culturas un violador que ataca a una mujer que consume alcohol o drogas se le considera menos responsable que a la víctima, a quien generalmente se le responsabiliza por el ataque.

La vergüenza y el temor a ser estigmatizadas promueven que las mujeres dependientes a sustancias y sus familias minimicen o nieguen la enfermedad, evitando que busquen tratamiento y propiciando que la enfermedad no sea reconocida por los profesionales de la salud impidiendo el diagnóstico y tratamiento oportunos.

Carencia de tratamientos para adictas

Como el resto de las mujeres en nuestra sociedad, las adictas a sustancias nocivas tienen menor acceso a la atención médica y sufren de mayor marginación económica y desempleo que sus contrapartes varones. La falta de programas de tratamiento para problemas adictivos en el país afecta especialmente a las mujeres. Esta carencia es agravada por el hecho de que la mayoría de los tratamientos disponibles para el abuso de drogas han sido diseñados para tratar pacientes del sexo masculino, lo que los hace potencialmente inefectivos para tratar a la población femenina.

Con el argumento de que los problemas adictivos afectan predominantemente a los hombres, las instituciones de salud frecuentemente se niegan a considerar el establecer programas de tratamiento diseñados para mujeres. Por otro lado, a la lista de obstáculos se suman la necesidad de cuidar a los hijos y la familia, la falta de guarderías, las presiones de cónyugues y padres para que éstas no dejen sus obligaciones mientras reciben tratamiento.

Los daños sociales y económicos

Si bien es cierto que las adicciones afectan más frecuentemente a los hombres, cuando éstas afectan a las mujeres las consecuencias y costos sociales son mayores. Un ejemplo reciente han sido los efectos de la epidemia del "crack" (forma cristalizada de la cocaína altamente adictiva) que ha azotado a las grandes metrópolis de EU durante las últimas dos décadas. Al inicio de la epidemia en los años ochenta, las bandas de traficantes enfocaron su esfuerzos de venta en mujeres jóvenes y adolescentes. Las consecuencias han sido devastadoras, particularmente entre la población urbana afro-americana e hispana en las que las mujeres han sido tradicionalmente los pilares.

En ciudades como Nueva York, en los últimos cinco años, la incidencia de violencia intrafamiliar se incrementó más de 400 por ciento, mientras que los casos de abandono y abuso infantil crecieron casi 700 por ciento.

Durante ese tiempo se estimó que alrededor de medio millon de niños fueron hijos de una madre adicta a alguna sustancia. Asociado a este fenómeno la tasa de homicidio juvenil se incrementó cinco veces más rápido que la observada entre los adultos.

La prevención de las adicciones, especialmente entre las mujeres y los adolescentes, resulta prioritaria para detener el proceso de descomposición social que actualmente sufre nuestro país. Aún estamos a tiempo.

El autor es profesor de psiquiatría en la Escuela de Medicina de la Universidad de Connecticut

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