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México, D.F. sábado 4 de marzo de 2000
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Editorial

NO HAY DEMOCRACIA SI SE DISCRIMINA A LAS MUJERES

SOL La situación social de la mujer indica el grado de civilización de un país. En efecto, allí donde se discrimina, por razones de género, a la mitad o más de la población, la cultura, el nivel de vida, la calidad de ésta y el futuro mismo, están seriamente amenazados.

Ahora bien, la mujer campesina mexicana sufre el flagelo de la desnutrición, del analfabetismo, del trabajo extenuante, en una proporción muy superior a la de los varones, ya de por sí carentes (sobre todo si son indígenas), de la mayoría de las ventajas materiales de la civilización. A esa situación de brutal desigualdad se añade la violencia, dentro y fuera de la familia, como consecuencia, cierto, de la miseria cultural de la mayoría de la población masculina, pero también de la situación de menosprecio y de discriminación generalizada, que es tolerada por las autoridades, aunque múltiples declaraciones intenten negarlo. ƑCómo es posible, en efecto, que en Ciudad Juárez, además de las violaciones y asesinatos de jóvenes trabajadoras sin que se descubran los culpables de estos crímenes horribles, las obreras de las maquiladoras tengan que aceptar la vejación de recibir salarios más de tres veces inferiores a sus ya malpagados compañeros de trabajo (1.2 salarios mínimos contra cinco en el caso de los varones) y sufrir, además, toda clase de controles y arbitrariedades sexistas sin que las autoridades laborales hagan respetar la Constitución, que establece la igualdad entre las personas?

Es urgente, por tanto, la necesidad de reformar la Ley Federal de Trabajo para impedir toda discriminación en la contratación, en el proceso de trabajo o en el salario y para garantizar los derechos y la salud de quienes serán un día madres de futuros mexicanos y también la salud mental de la población varonil, que debe aprender a considerar una ofensa contra todos el maltrato o las discriminación contra las hermanas, hijas, esposas, de otras familias.

La pobreza y la miseria no son sólo materiales: son también culturales cuando llevan a desconocer a otros u otras, al sexismo, al racismo, a la cosificación de las personas, al desinterés por su suerte y su progreso. No pueder haber desarrollo si sólo se crean fuentes de trabajo que funcionan sobre la base de la degradación de las trabajadoras y, por consiguiente, de la inducción del primitivismo sexista y de la ruptura de la solidaridad humana entre el personal masculino.


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