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México, D.F. miércoles 26 de enero de 2000
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UNAM: MOMENTO DECISIVO

SOL El frustrado intento del rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, por entregar al Consejo General de Huelga los resultados del plebiscito efectuado el 20 de enero por las autoridades universitarias, y en el que la gran mayoría de los universitarios participantes se manifestaron por el levantamiento de la huelga -que dura ya más de nueve meses- y la reanudación de actividades en la máxima casa de estudios, constituyó un triunfo político para rectoría y un revés para los activistas del CGH y sus aliados extrauniversitarios que rechazaron el documento, agredieron a De la Fuente y dieron muestras públicas de intolerancia.

Ciertamente, en el incidente ocurrido ayer en Ciudad Universitaria hubo, además de autoridades de la institución, estudiantes paristas e informadores auténticos, presencias sospechosas -como las de un enjambre de supuestos camarógrafos que nadie conocía y que ninguno supo de dónde salieron- que agravaron los riesgos de confrontación entre el rector y sus colaboradores, por un lado, y los grupos más intransigentes del CGH y militantes de organizaciones sociales que se han aposentado en la UNAM a raíz de la huelga.

Tales presencias, debe subrayarse, son una expresión más de los múltiples signos de intereses oscuros y extrauniversitarios que se han manifestado a lo largo del conflicto de la máxima casa de estudios y que han llevado a la sospecha de un problema generado de manera artificial o, al menos, aprovechado para silenciar, y acaso liquidar, a la Universidad Nacional. El detonador mismo de la huelga fue una torpeza política tan grande que obliga a preguntarse, semestre y medio después, si no fue una coartada para desencadenar el conflicto. Acaso habría bastado con que el ex rector Barnés hubiese convocado a un plebiscito -como el efectuado el jueves 20- para evitar la paralización más larga y desgastante en la historia de la universidad.

Llama la atención, también, la ausencia o el desinterés de Estado ante el movimiento estudiantil, así como la aparente falta de lucidez de los integrantes del Ejecutivo que se manifestaron en torno al asunto, quienes insistieron en descalificar y señalar a las corrientes razonables y responsables de dicho movimiento, incluso después de que sus integrantes habían sido expulsados de las asambleas estudiantiles por los sectores más intransigentes y maximalistas.

Todo ello ha ocurrido en el contexto de la descomposición, el descontrol y la desarticulación que afecta por igual a la administración pública, a la generalidad de los partidos y a la propia institucionalidad universitaria: un contexto propicio para que la UNAM haya sido convertida en el sitio para dirimir intereses y objetivos políticos de toda suerte; uno de ellos bien podría ser liquidar a la institución.

El hecho es que, se encuentre próximo o lejano el fin de la huelga, la universidad ha sufrido, durante estos nueve meses, un daño difícilmente reversible que la coloca en desventaja -como institución de educación superior, como foro de pensamiento y debate racional, como semillero de ideas y propuestas para el país- frente a las entidades universitarias privadas, frente al gobierno y frente a los ensayos de instrumentación política.

En la perspectiva inmediata, el plebiscito, la fallida incursión del rector en el campus universitario y las asambleas convocadas para analizar el levantamiento de la huelga, abren perspectivas de solución, pero también agravan los riesgos de la confrontación y la violencia. Cabe esperar que todos los sectores de la comunidad universitaria dejen de lado la cerrazón, sean capaces de neutralizar tales amenazas y consigan ponerse de acuerdo para una rápida solución. En ese espíritu, sería deseable, también, que se plantearan, con toda honestidad, una pregunta ineludible: Ƒa quién o a qué le ha servido este conflicto y su prolongación absurda?


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