Editorial
Ver día anteriorLunes 6 de noviembre de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Israel: el amago nuclear
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a amenaza formulada el fin de semana por el ministro israelí de Patrimonio, Amihai Eliyahu, de que su gobierno no descartaba atacar a la martirizada población de Gaza con armas nucleares, no tiene precedente en las más de siete décadas transcurridas desde la conformación de los primeros equilibrios atómicos en el mundo, salvo, tal vez, por los alardes bélicos de los líderes norcoreanos. Ni Washington ni Moscú llegaron a proferir un amago tan explícito en los peores años de la guerra fría, ni lo ha hecho ninguna de las potencias nucleares en los tiempos siguientes, a pesar de las agudas crisis y tensiones que ha vivido el planeta desde entonces.

La gravedad de lo expresado es merecedor del más amplio repudio en el ámbito internacional, y en el israelí debiera llevar a una inmediata destitución. Sin embargo, el premier Benjamin Netanyahu se limitó a marginar a Eliyahu hasta nuevo aviso de las reuniones de gabinete.

Para poner las cosas en perspectiva, cabe recordar que Tel-Aviv no se enfrenta a un país enemigo en igualdad mínima de condiciones, sino que desde hace un mes se empeña en provocar la muerte y el sufrimiento a una población civil acorralada, en lo que ha sido descrito por numerosas voces acreditadas de la comunidad internacional como un ejercicio genocida. La amenaza del holocausto atómico viene a ser, de esa manera, la confirmación de una voluntad de exterminio –que muy poco o nada tiene que ver con el combate contra Hamas y otros grupos armados–, voluntad que es compartida por esa fracción ultraderechista y fundamentalista que controla el poder político en el Estado de Israel.

No hay margen en este punto para los intentos de deslinde que pretenda hacer el régimen de Tel Aviv ante semejante declaración. Porque, por más que el claridoso funcionario haya trasgredido una mínima corrección política, lo cierto es que las acciones del gobierno israelí contra los gazatíes –mujeres, hombres, ancianos, niñas y niños, pacientes graves, personas con discapacidad– muestran que no le es necesario el armamento nuclear para liquidar a la población de Gaza, ya sea mediante la eliminación física, por la expulsión de su tierra o en una combinación de ambas. En lo que va de la agresión en curso, las toneladas de explosivos convencionales lanzados por la aviación y la artillería de Israel a ese territorio son casi equivalentes al poder destructivo de la primera bomba atómica –la que Estados Unidos hizo estallar sobre la población de Hiroshima– y no hay ninguna señal de que los círculos del poder en Tel Aviv tengan en mente poner fin próximamente a la carnicería.

En otro sentido, lo dicho por Eliyahu es una confirmación de la condición de su país como potencia nuclear, algo que hasta la fecha ningún gobernante israelí había querido confirmar y, a lo que puede verse, una de las más peligrosas para el mundo. En este aspecto resulta inocultable la responsabilidad que recae sobre Estados Unidos en tanto que principal fuente de financiamiento y de respaldo político para el régimen de Tel Aviv.

Finalmente, si los arsenales nucleares son una pesadilla y una miseria para la humanidad, que los gobernantes de un Estado poseedor de tal armamento lo consideren como opción para emplearlo contra una población inerme, desarmada, hambrienta y diezmada es, además, una vergüenza monumental.