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Sísifo en Ayotzinapa
P

arafraseo la célebre frase de Fredric Jameson: Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del priísmo. Como el capitalismo, a muchos sectores les pareció que la cultura priísta, sus valores y formas de practicar la política, era tan inamovible que no habría otra, nunca más. Su papel era sólo criticarlas y se habituaron a la denuncia de los distintos ropajes que escondían siempre al mismo sistema autoritario, invencible, tan estructurado que cualquier acción humana para cambiarlo resultaba ridícula. Esta es una disposición intelectual que se hermana con el segundo rasgo de la retórica reaccionaria descrita hace 30 años por Albert Hirschman: la futilidad. Leemos: “En la irrelevancia de cualquier cambio no hay esperanzas de una dirección o intervención exitosa o efectiva, y mucho menos de un ‘ajuste fino’. Se demuestra que las políticas económicas o sociales no tienen control alguno sobre la realidad, que está regida, para bien o para mal, por ‘leyes’ que, por su propia naturaleza, no puede verse afectada por la acción humana. Además, es probable que tal acción resulte costosa, y un ejercicio inútil, seguramente desmoralizador”.

Traje esta desmoralización de la acción política sobre el inamovible sistema autoritario, porque genuinamente me sorprendió ver la semejanza entre la derecha y cierta izquierda de organizaciones no gubernamentales en torno de los avances en la investigación del caso Ayotzinapa: decir que la Comisión de la Verdad está fabricando otra verdad histórica, que el Presidente dinamitó la investigación para proteger al Ejército, y que se está llegando a las mismas conclusiones que las que se obtuvieron torturando a los detenidos en 2014. Es la futilidad hablando.

Para clarificar un poco el exceso retórico, habría que recordar que la verdad histórica de Enrique Peña Nieto sobre la desaparición de los 43 estudiantes normalistas fue que había sido resultado de un enfrentamiento entre dos grupos de narcos, Guerreros Unidos y L os Rojos; es decir, entre el alcalde del PRD José Luis Abarca y los delincuentes infiltrados en la escuela de Ayotzinapa; planteaba que los muchachos habían sido incinerados en un basurero en Cocula, y que no habían intervenido policías estatales, el Ejército, ni la Marina. La investigación que ha llevado a cabo este gobierno arroja datos muy distintos: Los policías de cinco municipios de Guerrero acudieron, llamados por Guerreros Unidos, a reprimir a los estudiantes que estaban fortuitamente en Iguala porque no habían podido tomar camiones en Chilpancingo, que estaban monitoreados por la inteligencia federal, el Cisen, y hasta infiltrados por un informante militar, López Patolzin, al que el Ejército Mexicano dejó morir solo, que fueron separados en distintos grupos, uno de los cuales terminó en el cuartel del 27 Batallón, y que fueron Guerreros Unidos los encargados finales de las desapariciones.

En esta ocasión, el informe sobre Ayotzinapa arroja la historia que sigue, la llamada segunda desaparición; es decir, dos reuniones: una presidida por el entonces Presidente Enrique Peña Nieto, con los funcionarios en turno en Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong; en la Sedena, general Cienfuegos, en la Marina, Soberón; en la procuraduría, Murillo Karam (hoy preso), Tomás Zerón (escondido a la fecha en Israel), Aurelio Nuño, Imaz del Cisen, y el responsable de la Seido, donde se decide crear la verdad histórica y darle carpetazo al asunto.

Y la otra reunión, en Guerrero, con el mismo Zerón, el general de la zona militar, Saavedra; el procurador estatal, Iñaki Blanco; Mónica Medina, de servicios periciales de la Procuraduría; Gualberto Ramírez de la Seido, y Omar García Harfuch, en ese momento comisario de la gendarmería, entre otros. Ahí se decidió crear la escena del crimen, obtener declaraciones mediante tortura, y generar una campaña mediática en favor de esa versión. Lo que Peña Nieto temía era la movilización social. Por eso, el 20 de noviembre de ese año, el jefe de Gobierno de la ciudad de México manda reprimir una manifestación que alcanzó el cuarto de millón de personas.

Por si fuera poco, quiso ocultar que se trataba de la acción de un Estado que había privatizado los servicios de espionaje. Cabe recordar que, entre 2013 y 2018, Osorio Chong, Miguel Ángel Mancera, el Cisen y el organismo que administra las cárceles federales desviaron recursos públicos para otorgarle 19 contratos por 8 mil 620 millones a la empresa de Genaro García Luna, Nunvav. Que se había privatizado también la desaparición forzada al encargar a los narcos de Guerreros Unidos la tarea en el caso de los estudiantes. Como se gritó en aquellos días: Fue el Estado; es decir, que tanto el hecho como su encubrimiento involucraron a todas sus instancias, incluyendo al crimen organizado y los medios de comunicación. La segunda desaparición fue orquestada desde las reuniones en Los Pinos y en Guerrero. Para no faltar a la verdad, no es cierto que se proteja al Ejército: hay 14 militares presos, incluidos dos generales.

Vuelvo así al inicio. La retórica de la futilidad, la de que todo cambio es cosmético, superficial, insustancial, porque el autoritarismo es inamovible y hasta ahistórico, y que más vale no intentar nada porque, desde el inicio, estará condenado a la derrota o, peor, a repetirlo, es parte de la retórica de la derecha. Proviene de una visión religiosa, católica, de la historia: ya todo ha sido creado y estamos condenados a repetirlo. Esa disposición a no intentar nada.

Del lado de la izquierda de pequeña organización, me parece que proviene de desechar desde una parte que no salió como se prometía o desde el inicio de una política pública en espera de su ajuste fino, la completa idea del cambio. Cuando se señala que una transformación del tamaño del que ha ocurrido con la 4T es, en realidad, lo mismo que el régimen autoritario del partido único, evaluado desde los obstáculos que ha tenido, por ejemplo, en la investigación de Ayotzinapa, se incurre en un desaliento artificioso. Es como si Sísifo desistiera de su esfuerzo de subir sólo porque sabe que volverá a bajar, sin saber que de lo que se trata es de ir desgastando la montaña con cada nuevo intento. Que la montaña que sube, nunca es la misma.