Opinión
Ver día anteriorMiércoles 24 de octubre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Khashoggi y la hipocresía de Occidente
E

l asesinato del periodista saudiárabe Jamal Khashoggi dentro del consulado de su país en Estambul, Turquía, cometido el 2 de octubre anterior, ha dejado al desnudo ante el mundo la barbarie de la monarquía saudita, la cual no sólo es responsable del crimen, sino de que por más de dos semanas realizó denodados esfuerzos por encubrirlo. Tras reconocer que el informador fue asesinado dentro de la legación diplomática, el régimen de Riad pretende hacer creer que no tiene relación con el homicidio, el cual habría sido un grave error cometido en el curso de una pelea entre Khashoggi y funcionarios sauditas que pretendían convencerlo de regresar a su país.

Aunque la monarquía petrolera asegura haber arrestado a 18 personas en relación con el caso y cesado a algunos funcionarios de inteligencia, luego de todos los intentos de negar los hechos y de los sólidos indicios de que el episodio fue resultado de un plan premeditado –como señaló ayer el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, quien agregó que se trató de un asesinato salvaje– es muy poco verosímil que exista en Riad la menor voluntad de esclarecimiento y de impartición de justicia.

La improbabilidad de que la dictadura monárquica saudita revele la verdad de lo ocurrido el 2 de octubre en su consulado en Estambul, y de que actúe en consecuencia, se debe a que todas las sospechas sobre la autoría intelectual del homicidio apuntan al príncipe heredero, Mohammed Bin Salmán, quien, irónicamente, fue nombrado por su padre, el rey Salmán Bin Abdulaziz, para encabezar una comisión que esclarezca lo ocurrido. Cabe recordar que Khashoggi transitó de las cercanías de la familia real saudita a una postura crítica, tras la designación de bin Salmán como príncipe heredero.

Además de la abominable supresión física de un informador discordante, lo que indigna en este caso es la tremenda hipocresía exhibida por los aliados y socios occidentales de Arabia Saudita, los cuales se han limitado a formular condenas verbales. Salvo en el caso de Alemania, que decretó un embargo de armas a la tiranía de Riad, el resto ha expresado, de manera explícita –como lo hizo Washington– o implícita –como casi todas las potencias de Europa occidental– que no adoptarán sanciones contra el reino petrolero. La más relevante de sus reacciones ha sido boicotear una cumbre de negocios que tiene lugar en Riad desde ayer. Aun así, la monarquía anunció que en el primer día del desangelado foro logró firmar contratos con empresas extranjeras por más de 43 mil millones de euros.

La razón de la indigna actitud de los gobiernos occidentales –que en otras circunstancias se declaran resueltos defensores del periodismo crítico– se debe, desde luego, al volumen de negocios que les representa Arabia Saudita, primer productor de petróleo en el mundo y uno de los compradores más compulsivos de armamento en el planeta. Ante esas realidades, los supuestos compromisos de Occidente con los derechos humanos, la democracia y la libertad de expresión se revelan como lo que son: palabrería.