Opinión
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De cal y arena
U

n ventarrón de cambios entró de sopetón en el ámbito público dirigido, con temple y prisa, desde el nuevo liderazgo político. El ajetreo desatado empezó a mover las cosas de aquí para allá y un poco también de regreso. La estructura establecida cruje al influjo del que pretende llegar a ser un orden distinto, pensado durante largo periodo de hibernación. Sueldos achicados por la austeridad republicana venidera, recortes inmediatos de personal sobrante y de altos ingresos, canonjías en estampida y prebendas indebidas eliminadas con criterio distributivo. La opinocracia, por su parte, no atina todavía a darle el tempo, el sentido y la hondura a lo que sucede delante de sus ojos, bien acostumbrados, por lo demás, al abusivo y elitista panorama conocido. Es posible que tengan que llamar a otros personajes en su auxilio para empezar a enfocar, como es debido, el nuevo rumbo de los acontecimientos. No será fácil dar cabida, acomodar la crítica con visiones distintas a lo muy trillado. ­Tampoco aceptarán auxilio, patrones inusuales de medición y menos ser desplazados con facilidad desde sus atriles, tan cómodos y redituables como acostumbrados.

Mucho, casi todo lo decidido, tiene mesura y rueda de acuerdo con los sentires de la nación, en especial a esa parte de ella que votó por AMLO y Morena. Se deseaba un cambio drástico y lo están obteniendo. El sistema anterior ya era insostenible. Lo que viene no será sencillo ni exento de penas, sacrificios y angustias. Pero exponer la poca paz, bienestar y los cachos de libertad todavía gozables no era la ruta aconsejable ni, menos aún, debida. Es posible que la incomprensión también juegue su papel. No todo lo nuevo encontrará el soporte popular necesario. Lo que venga quizá conlleve errores de dimensiones por ahora desconocidas. La legitimidad es un tesoro que se agota con premura. De ahí que se le dé uso consciente de su finitud, se escatime con severidad de avaro e imaginativo celo.

Las paletadas de arena han sido lanzadas al por mayor y absorbidas por la sociedad. Pero las de cal, aunque menores en número y calidad, tampoco escasean. La descentralización administrativa de las distintas secretarías requerirá de mucho más raciocinio, previsión y, en especial, cálculo de rendimientos efectivos. No ha sido una distribución que aparezca con claridad segura y, menos aún, dimensionada con el detalle indispensable a sus consecuencias. Los imponderables son muchísimos y surgirán otros a montones. Tal parece una decisión de rango estratégico tomada al calor de una campaña electoral que requería mantener la iniciativa en la agenda. Eso se logró con creces pero, al enfrentar el diablesco detalle, surgen los bemoles atados a la realidad y, sobre todo, a las posibilidades efectivas de su implementación. Lo más peliagudo de este desmembramiento del añejo fenómeno centralizador tiene rostro individual, familiar, de grupo humano y sus escasas oportunidades.

En cuanto al anunciado nombramiento de un delegado por estado de la República la cosa se aparece de mayores consecuencias estratégicas. En un primer acercamiento se dibuja como pretensión desmesurada de control presidencial. Una real fuente de litigios continuos entre tales delegados y los gobernadores en activo. Ya de por sí 19 de ellos tienen el contrapeso de sus congresos por estar bajo la férula de diputados morenos. La medida, aparentemente destinada a no permitir los desmanes locales ya documentados en preciso, incuba derivadas que bien pueden definir el rumbo de la misma Presidencia venidera. El tiempo disponible de un Ejecutivo federal es sumamente escaso. Se tiene que repartir por docenas de solicitantes de atención presidencial, con todo su protocolo inherente e irrenunciable. Sumarle a ello a los 32 delegados, con el voluminoso portafolio bajo sus brazos, consuena a improvisaciones continuas. Pero lo trascendente de esta decisión se deriva del celo centralizante que la acompaña, dirige, pretende y define. El perfil militante de Morena de cada uno de los designados es altamente preocupante. Muchos de ellos son escasamente versados en la administración de asuntos administrativos, financieros y de variado cariz y calado programático. Lo que mejor conocen son temas políticos y sociales. Y aquí surge la gran incógnita: ¿los recursos públicos bajo su mando se emplearán en la preparación de factibles candidatos morenos en cada uno de los estados? La manera en que se dé respuesta, en concreto y en el día a día a lo anterior, marcará con sello indeleble el talante democrático del régimen.