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Disquero
Una música que suena a eternidad
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Periódico La Jornada
Sábado 7 de julio de 2018, p. a16

Quien haya practicado o practique el buceo y/o la meditación budista, encontrará en la música del compositor sueco Sbjörn Svensson (1964-2008) la puesta en vida de esa experiencia. Ambas disciplinas, bucear y meditar (casi sinónimos) conducen a estados de conciencia, evolución y gozo.

Todos conocemos la sensación de sumergirnos en agua. Por igual sabemos el camino hacia nuestro interior, de manera que no es necesario el conocimiento o la práctica del buceo o de la meditación para entender a plenitud la música que hoy nos ocupa.

Estar dentro del agua, o simplemente meter la cabeza en una masa acuática, nos transporta.

Es el no ver, el no escuchar y al mismo tiempo ver y escuchar. Como en una meditación. Como en el buceo.

La música del pianista Sbjörn Svensson es una experiencia sinestésica. La olemos, vemos, escuchamos, percibimos como si tuviéramos escamas en vez de poros, una vorágine de agua en lugar de corazón, todo el cosmos en vez de pulmones. Es una música que flota en nuestra mente.

La noticia es: llegó a México el disco póstumo de este genio de la música: 301 es el título del álbum y no significa más que el nombre, ‘‘301”, de los estudios de grabación en Sydney, donde Sbjörn Svensson grabó este disco con sus camaradas de toda la vida: el bajista Dan Berglund y el percusionista Magnus Öström, con el nombre de e.s.t. (Esbjörn Svensson Trio, por sus siglas en minúsculas).

Escuchar durante meses esta música de prodigio tiene los siguientes frutos: en primer lugar placer estético, intimidad, gozo y al mismo tiempo un mar (literalmente) de sorpresas. La mayor la recibió el Disquero hace apenas unos días: darme cuenta que en realidad Es-björn Svensson puso en música su experiencia extrema en el fascinante arte del buceo. Era un meditador natural.

Escuchar esta música genera sensaciones, estados de plenitud, efectos sinestésicos. Como si flotásemos en medio de la profundidad del océano, frente a una caverna submarina gigantesca, a lo lejos el resplandor del Sol sobre la superficie acuática que nos techa. La riqueza armónica del sonido del e.s.t. tiene tal poderío.

Hasta antes de este hallazgo, teníamos a Svensson como un hacedor de belleza, un poeta del sonido, un maestro de la introspección jubilosa, un continuador de la estirpe de Bill Evans y Keith Jarrett.

Llevó el formato trío de jazz inmensidades adelante de donde ya de por sí lo habían avanzado los pianistas Evans y Jarrett con sus distintas formaciones en trío, pues ambos llevaron trayectorias errantes en la conformación de sus equipos, el primero de manera traumática debido a la muerte prematura de su amigo/hermano Scott LaFaro y el segundo porque lo suyo ha sido la itinerancia errátil.

Esbjörn no erró ni caviló ni vaciló: desde niño supo que su ortografía era con bajo acústico y batería, su sintaxis la invención libre y su lenguaje siempre sería la introspección, el sumergirse (en sí mismo, en las profundidades marinas, en la meditación, en los misterios de la existencia).

Desde niño hizo música con su amigo del alma Magnus Öström y con piano y batería, combinación audaz, pusieron en vida sus querencias: la música de Frank Zappa, Jimi Hendrix, Deep Purple, hasta que Sbjörn descubrió a Thelonious Monk, gracias a la colección de discos de su padre, donde figuraban también acetatos de Chick Corea y Jarrett.

Otro hallazgo le resultó definitivo: cuando conoció a Glenn Gould su vida cambió para siempre y desde entonces lo suyo fue el canturreo desde el banco del piano, la elevación de gemidos sutiles coronando los armónicos, la creación de paisajes sonoros fascinantes.

Su elevada cultura musical es notoria en creaciones originalísimas. Su música resulta por tanto inclasificable. Sus discos, empero, se ubican en los casilleros donde dice ‘‘jazz”, aunque se trate en realidad de invenciones varias, nobles indagaciones acústicas, asombro perenne. No hay, que yo sepa, ningún apartado en las tiendas de discos que diga ‘‘asombro”.

Desde Bach, los guiños a manera de cita de frases de otros autores es noble invención, más allá del homenaje se convierte en complicidad, camaradería, diálogo y es así como podemos ir hallando guiños hacia, por ejemplo, Kind of Blue, ese álbum/insignia de Miles Davis, por igual que los paisajes acústicos de Chick Corea con su banda Return to Forever, que inclinaciones de testa plenos de ternura a los pasajes más íntimos del territorio Bill Evans, como el Waltz for Ellaine y sorpresas divertidas como citas instantáneas de Rimsky-Korsakov.

No es eclecticismo sino amenidad, nada de saberes de enciclopedia sino gozo. Tanto que, por ejemplo en el cuadernillo de su disco titulado simplemente e.s.t., ostenta sencillez y sentido del humor cuando agradece ‘‘a todos aquellos que crean en nosotros comprando este disco” y en su álbum e.s.t. Somewhere Else Before, los agradecimientos se extienden hasta ‘‘Stravinsky, Pearl Jam y Astor Piazzolla”.

La música de e.s.t. es un océano. Sumergirse en ella implica aventuras sinfín. Como los sueños, las escenas se suceden en armonioso caos, término que puede describir algunos momentos de sus composiciones, donde el rock campea, por igual que el hard rock, el bebop, las audacias formales más rigurosas y en el disco que hoy nos ocupa, 301, un track entero, Houston the 5th, es un claro homenaje a John Cage: un acercamiento muy vivaz a la música electrónica.

El track segundo, Inner City, City Lights, es un pulso hipnótico y continúa el impulso de la pieza inicial, Behind The Stars, de clara filiación tintinnábuli. Escuchamos el concentrado canturreo cual monje tibetano de Ebsjörm junto al tintineo de las teclas del piano, un zumbido de ballena en contrabajo acústico y salpicaduras de plata en batería, el todo flotando en medio del océano y de pronto, como en un sueño, suena el silbido de una tetera cuando el agua sale en forma de vapor de la misma manera como sale del lomo de la ballena.

Escuchamos sonar los archipiélagos.

Esbjörn Svensson grabó una docena de álbumes con su trío y desató, desandó, borró las fronteras, elongó los procedimientos de ese formato. Su último concierto ocurrió la noche del 30 de mayo de 2008 en la Sala Chaikovsky de Moscú.

Dos semanas después, el 14 de junio, desapareció durante una de sus concentradas sesiones de buceo, en un archipiélago de Suecia, cercano a Estocolmo. En vano lo buscaron su entrenador, su hijo de 14 años de edad y sus amigos todos. Lo hallaron finalmente flotando en la profundidad del mar. Su rostro apacible.

Ya había trascendido. Muy joven, a los 44 años de edad.

Dejó listos varios trabajos, dos de ellos publicados póstumos: Leucocyte, grabado durante una sesión de nueve horas de donde salió el material que ahora nos ocupa, el álbum 301, que Esbjörn planeaba como un disco en dos tomos.

Y tenía también toda la vida por delante. Hace unos días se cumplieron 10 años de su transfiguración.

Hoy cerramos los ojos, abrimos el corazón y los oídos y nos adentramos en el misterio de las aguas transparentes, azules y profundas donde fue feliz en vida y ahora flota.

En la eternidad.

A eso suena su música. A eternidad.

Gracias por todo, amado Sbjörn Svensson.

Gracias por siempre.

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