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Apuntes postsoviéticos

Esperanzas de cambio

A

ño y medio después de haber muerto el gobernante vitalicio de la república centroasiática de Uzbekistán, Islam Karimov, su sucesor al frente de ese país de innegable importancia en la región por su estratégica ubicación geopolítica, Shavkat Mirziyoev, acaba de dar un primer paso que parece decisivo para desmontar el régimen creado por su antecesor y que se sostenía en dos pilares: el desmedido culto a su personalidad y la impunidad del Servicio de Seguridad Nacional (SSN).

Consolidado su liderazgo, tras lograr recomponer el equilibrio de fuerzas con el nombramiento de funcionarios de su entera confianza como titulares de las carteras del Interior y de Defensa, Mirziyoev forzó la remoción del general Rustam Inoyatov, quien dirigió el SSN durante 22 años y llegó a ser el político más influyente en la época de Karimov.

El antes temido general se rindió, cuando no pudo impedir la reciente destitución de dos subdirectores y de 11 jefes regionales del SSN, y pactó inmunidad a cambio de evitar un inútil derramamiento de sangre. Ahora, a sus 73 años, Inoyatov observa desde su escaño en el Senado –que le da fuero hasta que Mirziyoev quiera, pues el mandatario lo designó por decreto– cómo va perdiendo poder el Estado dentro del Estado que él creó para garantizar la tranquilidad de Karimov.

El método de Inoyatov era tan primitivo como aberrante: la represión absoluta de quien se atreviera a cuestionar los excesos del régimen. Como estigma en su biografía quedan los cientos de muertos que dejó la tragedia de Andizhan en 2005, civiles desarmados que fueron masacrados y que Karimov no dudó en denominar sin más terroristas islámicos, la coartada perfecta para encubrir los abusos.

Llegó a ser práctica común detener a cualquier persona que alzara su voz contra las injusticias en Uzbekistán –muchos de los presos políticos son activistas de derechos humanos y periodistas–, acusarla de participar en una conspiración para derrocar el régimen, fabricar pruebas y arrancar confesiones mediante tortura.

Por eso, junto con el cese de Inoyatov, quienes han sido víctimas de la brutal represión en ese país celebran que, en tiempos de Mirziyoev, hayan quedado en libertad 18 presos de conciencia y que, como otras señales positivas, se hayan levantado algunas restricciones a la libertad de expresión.

Hace poco, después de cumplir nueve de los 12 años y medio de cárcel de su condena por un delito que no cometió, obtuvo la libertad el periodista Dilmurod Sayid. En los próximos días debería ser exonerado otro comunicador, Bobomurod Abdulayev, toda vez que ya es oficial la suspensión de varios oficiales del SSN que, con torturas, trataron de conseguir su confesión como pretendido organizador de un tan inverosímil como inventado golpe de Estado.

Hay no pocas esperanzas de cambio en Uzbekistán. A la vez, aún no es claro si la remoción de Inoyatov significa el fin del régimen anterior o la simple sustitución de un personaje odioso por otros propios… aún por conocer.