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Los cronistas en la Casa de la Bola
L

os integrantes de la Asociación de Cronistas de la Ciudad de México celebrarán su 13 Encuentro en el esplendoroso marco de la Casa de la Bola en Tacubaya.

Se llevará a cabo los días 24, 25 y 26 de este mes, de las 11 a las 18 horas. Participan 25 cronistas de diferentes partes de la ciudad y tres conferencistas magistrales.

Los temas son ricos y variados, como se puede apreciar por algunos de los temas a tratar: reminiscencias prehispánicas, edificaciones, zonas, religión, tipologías en edificios y casas.

Podremos conocer secretos de los viejos barrios y colonias, salones de baile, cantinas y pulquerías, tesoros poco conocidos de museos y antiguos edificios.

De la mano de sus cronistas descubriremos Iztacalco, el Peñón de los Baños, Mixquic, el Pedregal de San Ángel, Azcapotzalco, Milpa Alta, Tepito, Iztapalapa y el Centro Histórico, entre otros. La entrada es gratuita y de pilón se solaza con la belleza de la Casa de la Bola, y si tiene tiempo vea la posibilidad de que le permitan visitar los salones y jardines, ambos excepcionales.

Esta casa museo está situada en la avenida Parque Lira 136; alguna vez comentamos que fue edificada a mediados del siglo XVI, en medio de un vasto terreno donde se sembraron árboles frutales, magueyes y olivos que producían aceite. A lo largo de los siglos cambio de propietario en diversas ocasiones y tuvo variados usos . Por sus dimensiones y características pertenecía a la categoría de residencias de campo, conocidas como casas de placer.

A principios del siglo XX, el arquitecto Manuel Cortina remodeló la fachada en estilo neocolonial. Al inicio de la década de los 40, la adquirió don Antonio Haghenbeck de la Lama, quien consolidó su estructura y le agregó algunos elementos; entre otros, una hermosa terraza que procedía de materiales de demolición de la residencia de sus padres en la avenida Juárez, que se convirtió en el Cine Variedades.

Una vez realizadas las modificaciones la convirtió en su hogar, amueblándola y decorándola con suntuosos muebles, tapices, cortinajes, enormes espejos, candiles e innumerables obras de arte de procedencia europea y mexicana. Así la convirtió en una mansión ecléctica, mezcla de estilos que prevaleció a finales del siglo XIX entre la alta burguesía y la aristocracia de nuestro país.

Existía una incógnita acerca del nombre de Casa de la Bola, que ya aparece en escrituras de esa centuria. Recientemente la historiadora Conchita Amerlinck descubrió una imagen en que aparece una fuente en medio del patio que está en la entrada, coronada con una gran bola de piedra.

Don Antonio adquirió muchas casonas en el Centro Histórico y tres haciendas virreinales. En 1984 donó tres de los inmuebles a la fundación cultural que lleva su nombre, con el fin de que se dedicaran a museos para que esta cuidara su uso y se respetara su voluntad de que la Casa de la Bola se conservara como la dejó. Dispuso que adicionalmente se ofrecieran servicios educativos y actividades culturales.

Es una visita que vale la pena, ya que se ingresa a la intimidad de un personaje muy especial y representativo de la mentalidad, gustos y valores de la clase alta mexicana del ocaso del porfiriato. Pasear por el gran comedor, la biblioteca, su suntuosa recámara, deambular por los distintos salones: el rosa, el verde, todos igual de lujosos.

Solazarse en el jardín adornado con bellas fuentes y esculturas, que nos trasladan al siglo XIX.

Para comer, muy cerca de la Casa de Bola está La Poblanita; el colorido establecimiento se ubica en la calle Gobernador Luis G. Vieyra 12. El menú es abundante y muy sabroso. Puede comenzar con las clásicas chalupitas para acompañar el tequilita. Siempre cae bien el caldo de gallina con pollo o higaditos. Para escoger el plato fuerte va a tener un dilema. Le sugiero algunos: mancha mantel, sesos rebozados, mole poblano, pechuga azteca o pipián verde. De mis postres preferidos: capirotada o el flan poblanita que va flameado.