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Periódico La Jornada
Sábado 22 de octubre de 2016, p. a16

En los estantes de novedades discográficas esplende un tesoro: Como un lunar. Boleros de la Costa Chica, que significa mucho, entre otras cosas, el retorno al formato cedé de uno de los proyectos culturales más importantes de México: Discos CoraSon.

Músicos, poetas, campesinos de esa región que se extiende desde el sur de Acapulco y hasta Huatulco, oriundos de pueblos chicos y pueblos grandes como Pinotepa Nacional, Ometepec, Azoyú, Xochistlahuaca, Cacahuatepec…

Boleros del máximo autor de la Costa Chica, el más grande en toda su grandeza, don Álvaro Carrillo, ese ex alumno de la Escuela Rural de Ayotzinapa, pero también de otros maestros nobles como Indalecio Ramírez, Marcos Martínez, Francisco Melo, interpretados por los mejores boleristas posibles, no porque sean famosos, sino porque nacieron, heredaron, mamaron, crecieron con el bolero: Pedro Torres, Fidela Peláez, Chogo Prudente, Los Tres Amuzgos, Las Hermanas García…

Eso, lo que dijiste la última vez
eso que asesina
eso chiquitina
no lo olvidaré

Este disco irresistible comienza con la voz de Pedro Torres dando vida a Eso, célebre bolero de Álvaro Carrillo que contiene uno de los ingredientes esenciales del género: el misterio, el enigma, el significado ulterior de lo que se dice. “¿Qué fue aquel ‘eso’ que dijo la mujer? ¿Qué fue el ‘eso asesino’ que nunca olvidaría?” se preguntan Mary Fahrquarson y Eduardo Llerenas, artífices de Discos CoraSon, en las notas del cuadernillo y dan paso al siguiente track: Demente, que conlleva otro de los temas clásicos del bolero y una de sus condiciones sine qua non, porque para cantar bolero, para escuchar bolero, para entenderlo, uno necesita, debe estar loco:

Acepto que me digan todos
que soy un demente
que vivo pronunciando
cosas que no deben ser
no saben que la vida
un loco la ve diferente
que puede contemplar el alba
al atardecer

En el bolero todo se exacerba, nada se limita, la utopía se vuelve acción. El grial es una chela. La lanza de Lancelot una guitarra. El velo de la novia su oscura cabellera.

En el bolero los sentimientos hierven, arden, se calcinan. En el bolero no se estima, ni se quiere. Vaya, ni siquiera se ama. Se adora. Y se adora con locura. Qué digo se adora, se idolatra.

Ya no estás
y no puedo dejar de mirarte

Fidela Peláez dice que fue Álvaro Carrillo quien decidió su destino. Cuando el vate (esa palabra en desuso pierde su obsolescencia y gana vida por magia del bolero, cobra razón en Carrillo) a su madre embarazada, en un convivio en Acapulco le dijo: paisanita, eso que traes en el vientre, cuando nazca no va a llorar, va a cantar.

Y fiel al exceso expresivo, Fidela canta en este disco:
y que sepan las otras mujeres
tu cariño se queda conmigo
cambiará de sabor y de nido
pero no se muere
Ya no estás

Los 130 años de edad del bolero lo conservan joven para siempre, con sus raíces de la ópera italiana que sonaban en la Cuba del siglo XIX, igual que las romanzas francesas, la canción napolitana y el ritmo ternario del vals lento.

Conserva el aroma de los primeros boleros cubanos, los de Pepe Sánchez, los de Sindo Garay, los que llegaron a México por Yucatán y se refrescaron a la orilla de un palmar con la pluma de Guty Cárdenas y se mecieron luego en las olas de Veracruz con la inspiración divina del Flaco de Oro Agustín Lara.

Toda esa raigambre, toda esa bendita locura, cobra cuerpo y voz en este disco imprescindible por su sabor local.

Como no te decides
quién sabe qué sigas pensando
y yo sigo esperando
quién sabe por qué

La duda cartesiana, el recurso del método, el malestar en la cultura, todos los tratados de metafísica, existencialismo y ontología, se ruborizan frente a los siguientes versos de don Álvaro Carrillo:

Como se lleva un lunar
todos podemos una mancha
llevar
en este mundo tan profano
quien muere limpio no ha
sido humano
¡Pasumecha! (ese no es verso, fue exabrupto mío, jeje).
Tanta vida yo te di
que por fuerza llevas ya,
sabor a mí

El sentir se yergue sobre el pensar. La razón se nubla frente al sentimiento. La epidermis es a la realidad lo que la metáfora al sueño. No le pienses, chiquitita, sólo quiéreme:

Si la vida es breve
pues, sin egoísmo
debemos querernos
déjame adorarte
que al fin en el mundo
no somos eternos
Por qué retardamos
la dicha que es nuestra
con falsas razones

Los 19 boleros que gravitan, flotan, se incendian y estallan en este disco fueron grabados en las propias comunidades donde nacieron y se cultivan con fervor. En una zona geográfica de violencia y bravura, el equilibrio se llama poesía. La Costa Chica tiene fama de violenta. Quiere el universo que allí, en el ojo del huracán, se cante y se diga:

Si la ves,
cancionero, dile tú que soy
feliz
que por ella muchas veces te
pedí
una canción para brindar por
su alegría

Si el bolero no está bien dicho, bien cantado, corre el riesgo de ser patrocinado por alguna marca de galletas (Marías, de preferencia, por favor, lastiman menos y saben más sabrosas) en lugar de las ya extinguidas (extinta sangre del corazón) hojitas de rasurar Gillette para cortarse las venas. Si mal dicho y mal cantado, causa lástima. Lastima. Un buen bolero, bien dicho, bien cantado, hace la diferencia notable entre lástima y lastima.

Lejano, si bien cantado, bien dicho, a la autoconmiseración, el masoquismo y aquella acción de ponerse la ropa limpia y tirarse al lodo, está el bolero cuando bien cantado, bien dicho.

Porque las cuitas wertherianas, el desamor, la relación deshecha, es el pan de la vida del bolero. Y su secreto se llama transfiguración.

Eso me lo explicó el compositor Arvo Pärt hace algunos años en Guanajuato, cuando le pregunté qué pensaba de que, al ser su música tan lenta, proclive a la paz del silencio y la quietud, a muchos les parece triste.

No es triste, respondió Arvo. Pienso en el blues –argumentó–, que muchos pensarían proclive a la tristeza. Pero no, porque la mayoría de las piezas en el blues son alegres, candentes, festivas. Lo que sucede con mi música, definió Arvo, es que posibilita un proceso interior en las personas y se llama transfiguración.

He ahí. Transfiguración.

En la época de Volfi Mozart se usaban pelucas y hombres y mujeres se pintaban lunares falsos en el rostro. En el bolero nada es falso. Ni los lunares niegan la Luna ni las pecas el pecado. Todo se transfigura.

Con lo que queda científicamente comprobado que: en el bolero nada se crea ni nada se destruye. Todo se transfigura.

Ah, y en el bolero, todos, toditos, gozamos de una bendita locura:

Locura que en el caso mío
es muy importante
consigo ver en ti a la amante
que no he de alcanzar
y ansioso por tener tus besos
de pronto con demencia muerdo
tu boca que viviendo cuerdo
no podría besar…

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