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Ver día anteriorMiércoles 14 de septiembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aportación de la emancipación de las minorías al bien común
L

a neutralidad o indiferencia respecto del matrimonio y la adopción gay es insostenible desde cualquier posición progresista o de izquierda. Sin embargo, hay quien afirma que se trata de un asunto secundario, o incluso de una distracción frente a los problemas centrales de la sociedad, como la pobreza. ¿Es realmente secundaria esta cuestión?

La emancipación de las minorías sacude los fundamentos de la sociedad, mucho más allá de la importancia numérica de las personas que consiguen gozar de tal o cual libertad ganada. La emancipación de la mujer, la emancipación gay, la emancipación indígena, la libertad de credo, todas tienen o han tenido efectos profundos, que se extienden mucho más allá de las personas beneficiadas directamente. Tenemos una deuda colectiva profunda con el feminismo, seamos o no mujeres. Tenemos una deuda colectiva con la revolución que ha significado desde sus inicios el movimiento gay. Seamos o no negros, hay una deuda social con los movimientos de derechos civiles o republicanos de empoderamiento negro y del Black is beautiful. La transformación de los estándares de lo bello tuvo un efecto liberador universal.

Para esto importa entender que un grupo nunca es considerado minoritario por cuestiones estadísticas. Así, política y socialmente las mujeres son tratadas como una minoría, aunque numéricamente sean mayoría. También los indios mexicanos del siglo XIX fueron una minoría que era numéricamente mayoritaria, y que supuestamente había que incorporar a la nacionalidad. ¿Qué significa que haya minorías mayoritarias?

Hay dos formas de pensar el estatus minoritario. La primera es el de la minoría como la parte subordinada de una relación jerárquica. ¿Qué es una relación jerárquica? El antropólogo Louis Dumont la definía como una relación que es a la vez de complementariedad y de subordinación. Pongo dos ejemplos: la relación hombre/mujer en la vieja ideología judeocristiana es jerárquica porque a un nivel hombre y mujer son complementarios (sus diferencias son indispensables para la reproducción), y a otro nivel son de subordinación de la mujer al hombre. El tema cuantitativo es irrelevante para determinar el estatus mayor/menor: la parte dominante (el hombre) tiene el estatus mayoritario, mientras la parte suplementaria y subordinada (la mujer) es la parte minoritaria.

Otro ejemplo es la idea clásica o aristotélica de la relación amo/esclavo, según la cual el esclavo natural es un bruto, con pocas facultades racionales. Su subordinación al amo civilizado se basaría por eso en una relación complementaria, ya que supuestamente el sometimiento de la fuerza bruta del esclavo a la razón del amo fortalecería a ambos. Sin embargo, esta complementariedad sólo se consigue a partir del sometimiento del esclavo. Los esclavos pueden ser mayoría numérica respecto de los amos, cierto, pero en la sociedad política los amos son mayoría, porque tienen la voz cantante en las decisiones públicas y privadas.

La segunda forma de minoría no se basa en una ideología de complementariedad, y en este sentido es segregacionista, pero no propiamente jerárquica. Por ejemplo, el negro ya emancipado, pero discriminado, ya no es representado en una sociedad racista como complemento del blanco, que ya tampoco es su amo, sino como agente contaminante. El judío odiado por el antisemita moderno no es representado como una figura complementaria y sometida, sino como un contaminante. El homosexual no es visto por el homófobo como complemento, sino como desviación.

La emancipación de ambas clases de minorías –la jerárquica y la segregada– es igualmente fundamental para la sociedad como un todo, y no únicamente para la minoría en cuestión. ¿Por qué? Porque el sistema de desigualdad entero se monta encima de estas minorías. El trabajador que llega a casa a someter o mangonear a su esposa reproduce en casa el sometimiento de que es objeto en su empleo. La emancipación de la mujer es un proceso de liberación de repercusiones amplias, muy amplias.

La emancipación de los negros o de los indios es en sí misma una demostración pública de que la belleza, la nobleza de espíritu, la inteligencia y cada una de las virtudes no es prerrogativa de la llamada mayoría (que es, en realidad, numéricamente minoritaria). Sucede lo propio con la emancipación religiosa o étnica. Un indio que, como Ignacio Ramírez, que en 1836 proclamó públicamente que no hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos, demostró también públicamente que la Ilustración no era ni un invento ni una prerrogativa del europeo o el criollo.

La revolución gay no ha sido menos trascendente. No ha habido movimiento más radical en cuanto a la demostración de que en nuestra especie lo masculino y lo femenino son aspectos universales, compartidos por todos. Todos tenemos capacidades femeninas y masculinas, y aprender a usarlas es ampliar quienes somos. El movimiento gay nos ha permitido explorar y desarrollar lados clasificados anteriormente como prerrogativa exclusiva del sexo contrario. Nos ha permitido dejar de torturar a nuestros niños con ideas ridículas y sicológicamente dañinas, como la de que los hombres no lloran, o que las mujeres son débiles.

Tenemos una deuda colectiva enorme con cada uno de los movimientos de las llamadas minorías. Imaginar que la lucha por estos derechos es una de importancia menor, o incluso que pueda ser una distracción frente a los supuestos verdaderos problemas, termina siendo un gesto desesperado de los grupos dominantes por aferrarse a sus pequeñas prerrogativas. Los blancos no son más racionales que los negros; los católicos no son más mexicanos que los protestantes; los hombres no son más hombres que los gays, ni las mujeres más mujeres que las lesbianas. La rebelión de las minorías es una lucha emancipatoria universalista en sus implicaciones.