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Fassbinder
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El director alemán Rainer Werner FassbinderFoto cortesía de la Cineteca Nacional
U

na comedia humana. Pocos cineastas han podido plasmar, en sólo 15 años de actividad artística, una obra tan dinámica y proteica como la del alemán Rainer Werner Fassbinder. Lo que distingue su trabajo del de tantos otros realizadores de su generación –el llamado Nuevo Cine Alemán de los años 70– es la ambición de querer abarcar en una sola mirada todo un periodo de la historia alemana contemporánea. Esa vocación de desmesura tiene sus antecedentes más prestigiosos en la literatura. Fue el propósito en la creación monumental de Balzac, con sus más de 50 novelas, divididas en escenas diversas de la vida cotidiana, y también el de Zola con su registro puntual de la vida francesa bajo el Segundo Imperio. En el cine, sólo Eisenstein y Griffith, y después Rossellini, hicieron de su obra el reflejo artístico más preciso de la época en que vivieron. Considérese la producción del realizador bávaro fallecido a los 37 años: más de 40 largometrajes, dos series de televisión (una de ellas de 15 horas, Berlín Alexanderplatz), más de 20 obras de teatro, cuatro piezas radiofónicas, un trabajo intenso como guionista editor, productor y comediante, y una vida personal tan agitada y controvertida que bien podría secundar la irónica confidencia del irlandés Óscar Wilde, quien afirmó haber puesto todo el genio en su vida y tan sólo el talento en su obra.

Es justo esta última paradoja aparente la que explora con detenimiento, a 33 años de la muerte del cineasta, el documental de la directora Annekatrin Hendel, en colaboración con Juliane Lorenz, titulado escuetamente Fassbinder. El cometido artístico de este trabajo es, a imagen del cineasta evocado, tan ambicioso como desmedido. Al espectador se le convida a conocer, a partir de entrevistas con algunos de sus actores y actrices –Hanna Schygulla, Margit Castersen, Irm Hermann, Harry Baer– la dinámica de trabajo al lado del cineasta, que era toda una prueba de resistencia considerando el temperamento cambiante, a menudo tiránico, de quien con ritmos laborales de hasta 20 horas diarias y una gran compulsión artística podía realizar en un año (1970) hasta siete largometrajes.

El personaje literario emblemático que mayormente fascinaba a Fassbinder era el Franz Biberkopf creado por Alfred Döblin en su novela Berlín Alexanderplatz, al punto de elegir ese nombre para el personaje que él mismo interpreta en La ley del más fuerte. Ese ex convicto, fracasado marginal nato, perseguido por la fatalidad, incapaz de redención, traicionado por las mujeres, aparece, bajo diversas formas, en sus primeras cintas, y es la prueba más elocuente del fracaso de la mayor ilusión de la posguerra alemana: el intento de acceder a la prosperidad económica imitando el modelo estadunidense y traicionando la espiritualidad y los ideales de la Alemania de Goethe y de Schiller.

El documental Fassbinder retiene algunas escenas de ese primer trabajo e ilustra con los comentarios de Margit Cartersen y, sobre todo, de Hanna Schygulla, las coincidencias entre los personajes masculinos creados por el director y esa leyenda que él mismo labró para sí en su muy corta vida. Es interesante ver hasta qué punto el cineasta revelaba en Las amargas lágrimas de Petra von Kant su propia relación tormentosa con Günther Kaufmann, actor quien fue su primera obsesión pasional, y cómo esa manera de vivir las relaciones amorosas, con hombres y con mujeres, tendría una culminación en el virulento relato autobiográfico que libra en un episodio de Alemania en otoño, cinta imprescindible para entender a una nación que en poco tiempo transitó de un clima de prosperidad a la cruda realidad del autoritarismo a finales de los años 70.

Para Fassbinder, algo quedaba muy claro, y ese algo lo dijo mejor que nadie: la Alemania de la posguerra mantenía muy vivos los demonios de intolerancia que habían provocado la tragedia nacional del totalitarismo nazi, y que, con facilidad, podían volver a provocarla. La crónica social de Fassbinder se extiende desde los años de Weimar, en su vigorosa adaptación de Döblin, hasta la próspera Alemania de Adenauer que con acidez retrata en El matrimonio de María Braun. El documental de Hendel y Lorenz evoca esa trayectoria artística de un modo inevitablemente rápido e incompleto, sin sentimentalismos y sin el estorbo de un juicio moral, aludiendo al final a lo insoslayable: la vocación de kamikaze artístico y vital que condujo al realizador a un frenético consumo de drogas, y que él mismo expuso, con franca lucidez testamentaria, en su episodio de Alemania en otoño. La vigencia del cine de Fassbinder es hoy más que evidente en una Europa atenazada ya por la ultraderecha moral y política. Con todos sus logros y limitaciones, la creación prolífica de la que el Instituto Goethe y la Cineteca Nacional proponen una retrospectiva selecta, constituye hoy una obra eminentemente visionaria.

Fassbinder se exhibe únicamente hoy en la sala 2 de la Cineteca Nacional.

Twitter: @Carlos.Bonfil1