Opinión
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Astillero

Bipartidismo inducido

Reparto entre PRI y PAN

Efectismo en resultados

Aislar a Morena y AMLO

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EL IMSS, MÁS PÚBLICO Y SOCIAL. Mikel Arriola, director del IMSS, acompañado del titular de la Sedesol, José Antonio Meade, señaló que el instituto ahora es más público y social que nunca. Durante la clausura del Encuentro Médico Quirúrgico de Oftalmología –en que se entregaron 500 pólizas de cobertura en salud, con lo que suman 12 millones–, el funcionario explicó que este acto es un esfuerzo por las familias más vulnerables del paísFoto La Jornada
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n giro de muñeca sobre la mesa de juego restableció el bipartidismo cómodo, con el sol azteca como convidado menor. No se aferró el PRI, es decir, Los Pinos, al capricho de pretender hacerse de complicadas victorias formales, que acentuarían incluso peligrosamente la distancia entre electores y peñismo, y de manera sorprendente abrió la puerta a la catarata de triunfos panistas y de seudooposición que conllevan el mensaje de que la competencia y la alternancia tienen futuro si se practican dentro de los límites institucionales, con alianzas entre asiduos al pactismo y con candidatos, futuros gobernantes, que a fin de cuentas no signifiquen verdaderos retos al sistema ni cambios de fondo en el estilo acordado de mal gobernar (debe ponerse aparte el caso Chihuahua).

Al estilo 1988, cuando el PAN aceptó cogobernar con el PRI para legitimar de facto a Carlos Salinas de Gortari (con Diego Fernández de Cevallos y el ahora difunto Luis H. Álvarez como garantes), ahora el partido conservador parece encaminarse a otro proyecto en combo, que busca centrar la contienda entre los bandos amigos del priísmo y el panismo, en este caso con una reivindicación conyugal en curso, un margarita-felipismo potenciado por las circunstancias, o la postulación del dirigente electoralmente exitoso, Ricardo Anaya, o el poblano Rafael Moreno Valle que ahora comenzará a pelear en forma la postulación presidencial de blanco y azul.

Los Pinos da paso a la fuerza blanquiazul en siete estados para demostrar que las alianzas (éstas) sí tienen éxito, y con ello contrastar el fracaso de la opción en solitario de Morena, al tiempo que revive al panismo hasta hace semanas tan alicaído pero ahora inflado para presentar batalla a quien buscan proscribir, Andrés Manuel López Obrador, cuyas cuentas concretas no son tan elevadas como se presuponía. El saldo para la aspiración presidencial del tabasqueño es positivo en lo global, como apuesta individual, pues alcanzó una votación muy alta en Veracruz, Zacatecas y Oaxaca, aunque no ganó ninguna gubernatura, y en la Ciudad de México la diferencia de votos respecto del PRD no es tan apabullante como todo hacía suponer, a pesar de las pugnas internas en el sol azteca, la caída de popularidad de Miguel Ángel Mancera y la persistencia de factores de corrupción y mal gobierno en delegaciones a cargo del perredismo.

Pero a este vistoso reacomodo en los tableros hay que quitarle la dosis de efectismo. De los siete triunfos panistas, cuando menos tres son fácilmente asimilables al sistema y, en el fondo, no dejan de ser estilos priístas de gobernar, contrariados por rencillas locales como sucede en Durango, donde José Rosas Aispuro, priísta hasta hace seis años, simplemente cobra facturas al desgastado Jorge Herrera Caldera; en Quintana Roo, donde el candidato deseado por Los Pinos fue Carlos Joaquín, medio hermano del secretario federal de Energía, pero lo bloqueó groseramente el actual gobernador Roberto Borge, y Miguel Ángel Yunes Linares, quien con plena autoridad podría suscribir cualquier catálogo de las peores mañas priístas y gordillistas, adversario cerrado del pésimo Javier Duarte de Ochoa pero capaz, el citado Yunes panista, de realizar atrocidades similares.

En realidad, Los Pinos sostuvo las candidaturas que realmente le interesaban, a pesar de que los abanderados eran tan reprobables como aquellos a los que sí se dejó caer: Alejandro Murat salió del Infonavit para buscar en Oaxaca el pago a los favores paternales en relación con la concepción y ejecución del Pacto por México; Quirino Ordaz fue enviado a Sinaloa para administrar las estratégicas actividades de esa entidad, con el apoyo de David López, quien había sido coordinador de comunicación social de EPN en el estado de México y en Los Pinos; Omar Fayad llegó a Hidalgo a nombre del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, a quien se le cedió el solar natal, y el mencionado Carlos Joaquín fue acomodado como opositor en Quintana Roo. Un fracaso con tufo a casa blanca fue el de Tamaulipas, donde Baltazar Hinojosa tenía el visto bueno del grupo peñista, pero no le fue suficiente en la guerra de cárteles que se libró en aquella entidad norteña.

En Zacatecas lo importante no era la figura personal del priísta ganador, Alejandro Tello, sino cerrar el paso a Morena en su vertiente local, el monrealismo. Aguascalientes y Tlaxcala, el primero ganado por el panista Martín Orozco y el segundo por Marco Antonio Mena, no tuvieron mayor significado estratégico, plazas para acomodos y ajustes finales. Puebla, como estaba cantado, fue para el fortalecimiento de Moreno Valle, con su candidato, Antonio Gali, en un esquema de multiplicación de aspirantes panistas al 2018 para no depender solamente del factor Calderón-Zavala.

Llama la atención el nuevo mapa de poder en entidades donde el Crimen Organizado suele imponer directrices. Durango, Tamaulipas y Chihuahua han pasado al PAN, mientras la emblemática Sinaloa sigue bajo mando priísta. Sobre todo será importante ver lo que hará Javier Corral, quien obtuvo el triunfo a pesar de que en el propio PAN hay corrientes que no le desean éxito y desde ahora con la animadversión de poderes nacionales como Televisa, a la que el panista, como legislador, impugnó con entereza que le valió reconocimiento incluso de segmentos progresistas y de izquierda.

El PRD sigue vivo, pero como personaje de reparto, atenido a que en los libretos futuros le den algunos papeles para seguir sobreviviendo. Sin embargo, no fue arrollado por Morena en la Ciudad de México, donde significativamente ningún partido pudo organizar y capitalizar el descontento social, convertida la pelea por la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México en un ejercicio deslegitimado por el abstencionismo.

Falta, desde luego, el tercer acto del espectáculo electoral, el de los litigios retóricos, políticos y discursivos contra los resultados anunciados hasta ahora. Pero, por lo visto, el bipartidismo inducido ha vuelto a la arena, con dedicatoria específica para 2018. ¡Hasta mañana!

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