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Obispos salvadoreños hacen un llamado a lograr la paz con intercesión del nuevo beato

Con relecturas y resignificados, el legado de monseñor Romero sigue en disputa

El turismo religioso dejará más de 30 mdd; 260 mil personas acudirán hoy a la ceremonia

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Peregrinos sostienen un cartel del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, un día antes de la ceremonia de beatificación en San SalvadorFoto Reuters
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 23 de mayo de 2015, p. 21

San Salvador.

Ante la creciente violencia y el aumento de asesinatos en el país, los obispos salvadoreños publican un mensaje en torno a la beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero, en el que hacen un llamado a la reconciliación y la paz.

El comunicado, titulado Entra en el gozo de tu señor, firmado por los 12 prelados de El Salvador, solicitan la intercesión del nuevo beato para que abra los caminos de reconciliación entre los salvadoreños: En los últimos años nuestro país ha sido noticia, sobre todo por la violencia homicida que enluta innumerables hogares al arrebatar tantas vida, sobre todo a jóvenes.

El calor es sofocante, hay nubosidad que incrementa la humedad y gran parte de las calles de San Salvador están cerradas o redireccionadas. Hay un intenso operativo de seguridad para resguardar a las más de 260 mil personas que asisten a la ceremonia. Los hoteles desde hace días están al tope, el turismo religioso arrojará más de 30 millones de dólares, por lo que el ministro de turismo se mostró satisfecho. La venta de artículos se ha multiplicado en la ciudad; por cinco dólares se vende una camiseta estampada con la figura de Romero, también por dos dólares se llevan todas las homilías del beato en versión mp3, así como videos, películas, documentales. En la víspera de la ceremonia reina la presión y el nerviosismo de los organizadores.

Para muestra, el presidente de la República, Salvador Sánchez Cerén, ante una ceremonia oficial de bienvenida al cardenal Amato, prefecto de la causa de los santos, dijo: “Para mí lo más importante de este día, a un día de un acontecimiento histórico en El Salvador, como es la beatificación de nuestro mártir, el obispo monseñor Rivera… perdón, perdón, monseñor Óscar Arnulfo Romero”. El presidente salvadoreño se confundió al nombrar a su sucesor Arturo Rivera y Damas, quien fue arzobispo de 1980 a 1994.

Con todo el desbordamiento de fervor popular, religioso y mediático, este error no sólo es inoportuno, sino imperdonable. Parece un mal contagioso, como en México, hay mofas y comentarios burlones al mandatario.

Romero es el personaje más importante en la historia de este país centroamericano. Todos se sienten orgullosos de un ícono que es reconocido internacionalmente. Sin embargo, su legado sigue siendo un campo de disputa, pues los diferentes grupos quieren apropiarse de su pensamiento y el sentido de su actuación. El discurso de Romero sigue siendo objeto de discordia entre muchos; en el pasado fue objeto de descrédito y manipulación, pues lo acusaban de incitar a la violencia e inspirarse en doctrinas comunistas. Ahora hay reapropiaciones, relecturas y resignificados, de tal suerte que hay varios Romeros en esta beatificación.

Diversos intelectuales, cercanos a la Iglesia católica, coinciden en que tenía un mensaje pastoral apegado a la ortodoxia, pero la coyuntura y la polarización de la guerra civil hizo que entrara en el debate político-ideológico, y fue la izquierda quien capitalizó a Romero como la figura y cabeza visible que enfrenta el sistema. Por tanto, la jerarquía católica ha pedido que se separe la imagen del arzobispo de actividades ideológico-partidarias y se terminen los ataques a su figura.

Los sectores conservadores presentan un Romero cuyo contenido pastoral y evangélico está alejado por completo de opciones políticas que tuvo que asumir en una situación tan antagónica y dividida. Su rol profético de denuncia es matizado por expresiones genéricas que nos presentan un Óscar Romero clericalizado.

Si bien las homilías provocaban a los poderes, dicen éstos, Romero era fiel a la doctrina social de la Iglesia. Otros sacerdotes sostienen, como el padre Urrutia, que se ha hecho una lectura ideológica de Romero acentuando el factor denuncia, pero poco se ha resaltado la parte pastoral.

Fariseísmo oportunista

No sólo estos sectores pretenden estar divididos por el discurso de Romero. A la Congregación de la Doctrina de la Fe del Vaticano le tomó cinco años determinar que el sacerdote era ajeno a cualquier ideología, de 2000 a 2005, como acusaban sus detractores. Además, los conservadores de ayer le atribuían serios problemas de carácter sicológico y trastornos de la personalidad, y hoy intentan reapropiárselo. Frente a estas acusaciones, el proceso canónico estuvo embargado casi ocho años más, hasta que fue desbloqueado por el papa Francisco. Pero cabe preguntarse, si era tan ortodoxo como ahora se le quiere presentar, por qué se atoró tanto su proceso canónico y, finalmente, su decreto de beatitud, sustentado por Francisco en martirio por odio a la fe; odio profesado no sólo por los militares golpistas, las 12 familias salvadoreñas reinantes, sino por los mismos católicos, dentro de la Iglesia, que tomaron partido por la junta militar. Hay cierto fariseísmo oportunista en esta beatificación.

En contraparte, la caracterización que hace Jon Sobrino, famoso teólogo jesuita y colaborador directo de monseñor Romero, en su libro Monseñor Romero, lo describe así: su pensamiento teológico se concretó cada vez más desde las intuiciones de Medellín y Puebla y se centró en lo que es fundamental en éstos: la liberación integral de todas las esclavitudes y la opción preferencial por los pobres. No cabe duda que desde su teología se puede decir que lo que él afirmaba de su Iglesia, anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, a pregonar a los cautivos su liberación y a los reclusos la libertad, a consolar a todos los que lloran. Su teología fue, dicho con la mayor precisión evangélica e histórica, una teología de la liberación: teología cristiana basada en la revelación de Dios, en la tradición y magisterio de la Iglesia, y teología latinoamericana.

Romero es un heredero de los religiosos que han dedicado su vida a la defensa de la dignidad humana y de los derechos fundamentales de las personas. Desde Bartolomé de las Casas, Antonio de Montesinos y Pedro de Vitoria. Su paso y martirio marcan la vida de su país. El Salvador fue diferente a partir del artero asesinato de Romero; de hecho es factor determinante de una larga y desgastante guerra civil que se prolonga hasta 1992, con los acuerdos de Contadora firmados en el Castillo de Chapultepec en la ciudad de México.

El pueblo lo ama. Poco le importa si fue un rebelde en la Iglesia, la gente sencilla lo venera porque lo siente cercano, amoroso y atento a sus precarias condiciones. Lo recuerdan por sus palabras llenas de aliento y calidez. Con este pueblo no cuesta ser buen pastor, este servicio me llena de profunda satisfacción, solía decir. El pueblo clama justicia por su muerte artera y cobarde; celebra con júbilo su elevación a los altares de la beatitud, pero llora su martirio y sacrificio. Llora como la tarde lluviosa y gris, en víspera de la ceremonia de beatificación.