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Aprender a Morir

Perdonar, ¿para qué?

P

erdonar no significa justificar, aceptar u olvidar las acciones que una o varias personas cometieron en perjuicio de un ser querido, secuestrándolo o desapareciéndolo para siempre. A los verdugos no les importa ser perdonados; a los deudos de la víctima les beneficia perdonar.

Desde una óptica laica, el perdón, incluso ante la casual acción de la justicia, es un recurso personal para recuperar equilibrio y rencauzar emociones, una forma de resistencia y un rechazo radical a que la acción de los secuestradores o asesinos siga expandiéndose sobre los familiares del desaparecido. Es también una estrategia de liberación de los deudos en términos de un ego sabio dispuesto a superar su indecible pérdida y a ser justos consigo mismos.

En la mayoría de los casos es casi imposible dirigirse al victimario para soltarle en su cara un insólito te perdono, por lo que una razón más profunda del gesto de perdonar es liberarnos de los dolorosos grilletes y las pesadas cadenas con que se arrastra una ira impotente, una indignación entre frases esperanzadoras, un resentimiento que crece ante las acciones de la justicia. Perdonar es actitud que paulatinamente puede transformar de dañado colateral y doliente agraviado en imaginativo y desafiante reconstructor de una nueva realidad en términos de su propia vida, no de la de quien se ha ido.

Víctor Ortiz, doctor en ciencias sociales, sicólogo, investigador, maestro de tanatología y conferencista, afirma que perdonar viene del latín per y donare, dar o permitir que fluyan los propios y mejores dones. Aquí es donde coincide ese ego sabio con un concepto más reparador y menos caritativo o piadoso del perdón. Se releva de la culpa y se tiene indulgencia consigo mismo, sin obedecer voluntades divinas, sino para restaurar nuestra naturaleza, relegada por instituciones civiles y religiosas. Perdonar nuestra condición mortal es determinante en la elaboración de todo duelo.

Se han quedado sin él o sin ella y van a extrañarle mucho. Dolorosa realidad para poco a poco aceptar la ausencia sin amargarse, pues, repito, a la conciencia de los asesinos no le beneficia el perdón; a la del doliente sí. Adoptar esta actitud y remontar lo insoportable de la experiencia, apoyados los deudos de la víctima en la idea de perdonar a la vida, a Dios, al ser humano, no es conformismo, sino condición de resistencia organizada y fortaleza para exigir justicia.